REFLEXIONES LIBERTARIAS
Durante el último año, primero como candidato y ya como presidente
electo, Donald Trump fue origen de tumultuosas olas de confusión, desconfianza,
pánico, tal vez, por declaraciones que hacía en relación a Mexico, los
mexicanos y, sobre todo, el futuro de la relación comercial entre los dos
países y, en general, el futuro del comercio mundial. No es secreto que el
nuevo presidente de EU, considera que esta relación con nuestro país ha sido
desventajosa para los EU y muy ventajosa para Mexico y otros países.
Ello me ha provocado analizar de nuevo el Tratado de Libre Comercio
entre Canadá, EU, y Mexico, en el aniversario 23 de su inicio. Revisé primero
las pláticas preliminares, las negociaciones, hasta llegar a la firma, el
inicio de su ejecución aquel mes de Enero de 1994. Este análisis lo he basado
en infinidad de artículos publicados por Murray Rothbar en aquella época, en la
cual se oponía al TLC. Pienso que en estos momentos es importante entender lo
que realmente es, o debería ser, libre comercio. Es igualmente importante
identificar las dos corrientes filosóficas, que tradicionalmente se han
enfrentado en el campo de batalla de los mercados mundiales; Mercantilismo y
Liberalismo.
Pareciera que el establishment norteamericano está formado por la gente
más ingenua de este planeta. Cuando en Rusia Gorbachev intentó vender sus
tímidas reformas como “socialismo de mercado,” solo el establishment
estadounidense celebró con júbilo lo que consideraban un gran avance. Pero el
pueblo soviético inmediatamente se dio cuenta de lo superficial que eran y no
las aceptó, puesto que ellos exigían cambios más profundos. Cuando el
Stalinista polaco Oskar Lange afirmaba abrazar el “socialismo de mercado”, solo
los economistas en EU echaron porras festejando el evento. El pueblo polaco
conocía lo que eso significaba, pues ya lo habían experimentado y los
resultados eran hambre y pobreza.
Desgraciadamente para mucha gente, el único requisito para convencer del
contenido “liberal— empresarial” de cualquier esfuerzo, es simplemente colgarle
la etiqueta “de mercado”, y así hemos atestiguado el surgimiento de grotescas
creaturas como el “socialismo de mercado” o el “liberalismo social de mercado”.
Igualmente, la palabra “Libertad” también es usada para justificaciones, pero
es solo otra forma de conseguir simpatizantes en una era que se exalta la
retórica sobre la sustancia. Por eso, el simplemente llamar a cualquier propuesta,
“libre mercado” o “libre comercio”, es misión cumplida, pues las potentes
etiquetas suelen ser suficiente para sorprender a los atarantados y
desinformados.
Y así, entre los más grandes apasionados del libre comercio, la
etiqueta, “Tratado de libre comercio de América del Norte”, garantiza una
aceptación total y gran admiración. “¿Quién se puede oponer al libre comercio?”
Los profesionales que lo inventaron y decidieron bautizarlo como libre
comercio, son los que llaman al gasto de gobierno “inversión”, a los impuestos
“contribuciones”, y a las alzas de impuestos “reducción del déficit.” Los
comunistas también conjugaban su sistema con la palabra libertad.
El libre comercio genuino no debería requerir de acuerdos. Si el
establishment quisiera un país navegando en el paraíso del libre comercio, lo
único que tiene que hacer es revocar los numerosos aranceles, las cuotas de
importación, las leyes anti-dumping, las aduanas con su corrupción,
manipulaciones de monedas etc. En resumen, todas las restricciones impuestas al
comercio. No se requiere maniobras de política exterior. La libertad es uno de
los derechos naturales y no deberíamos solicitarlo a los gobiernos.
Si algún día se anuncia la emergencia de un proyecto de auténtico libre
mercado, hay una forma fácil para comprobarlo. El gobierno, grandes empresas,
todos los medios, sindicatos, la iglesia, de inmediato se atrincherarían para
combatirlo con todas las armas en su
arsenal. Veríamos encendidos editoriales previniéndonos sobre el retorno
del colonial siglo XIX. Los académicos volverían a referirse a las viejas
historias de explotación afirmando que, sin una coordinación y regulación del
gobierno, esto se convierte en anarquía y fracasa.
La proclama tan especial de “libre comercio” propiedad del
establishment, alberga lo opuesto de la verdadera libertad de intercambio. Sus
políticas, metas y tácticas, han sido consistentes con aquellas del enemigo
tradicional del libre comercio, el mercantilismo. Un conjunto de ideas
políticas y económicas que se desarrollaron durante los siglos XVI, XVII y la
primera mitad del siglo XVIII en Europa, y que se caracterizaron por una fuerte
intervención del estado en la economía, al mismo tiempo que se desarrollaba el
absolutismo monárquico.
Las medidas del Mercantilismo se centraron en tres ámbitos: relaciones
entre el poder político y la actividad económica; intervención del Estado en la
economía; y control de la moneda. Procedieron a la regulación total de la
economía, la unificación del mercado interno, el aumento de la producción
propia, controlando recursos naturales y mercados exteriores e interiores,
protegiendo la producción local de la competencia extranjera, subsidiando
empresas privadas creando monopolios privilegiados, imposición de aranceles a
los productos extranjeros, incremento de
la oferta monetaria—mediante la prohibición de exportar metales preciosos y la
acuñación inflacionaria, buscando la multiplicación de ingresos fiscales. Todo
ello con la última finalidad de la formación de Estados-Nación lo más fuertes
posible.
Pero el mercantilismo tendría un enfrentamiento con la ideología que se
oponía a todos sus principios, el Liberalismo. Una filosofía política que
defiende la libertad individual, la iniciativa privada, limita la intervención
del Estado y de los poderes públicos en la vida social, económica y cultural.
Se identifica como una actitud que propugna libertad y tolerancia en las
relaciones humanas, basadas en el libre albedrio. Promueve las libertades
civiles, económicas, y se opone al absolutismo, al despotismo y al
conservadurismo. Es la corriente en la que se fundamenta el Estado de derecho,
así como la democracia participativa y la división de poderes.
El pensamiento político liberal se ha edificado sobre tres grandes
ideas:
Los seres humanos son racionales y poseen derechos individuales
inviolables, entre ellos, el derecho a configurar la propia vida en la esfera
privada con plena libertad, derecho a la propiedad y la felicidad. Este
enunciado se basa en los derechos naturales expuestos por John Locke: vida,
libertad y propiedad privada.
El gobierno y la autoridad política, deben resultar del consentimiento
de las personas libres, debiendo regular la vida pública sin interferir en la
esfera privada de los ciudadanos.
El Estado de Derecho obliga a gobernantes y gobernados a respetar las
reglas, impidiendo el ejercicio arbitrario del poder.
La primera constitución liberal de la era moderna, fue la de EEUU
claramente exponiendo, el documento no era para controlar a los ciudadanos, era
para controlar al gobierno.
"Si pudiésemos correr el velo oscuro de la antigüedad [en lo
referente al origen de los reyes, del Estado y los impuestos] y pudiéramos
rastrearlos hasta sus orígenes, encontraríamos que el primero de ellos no fue
más que el rufián principal de alguna banda desenfrenada; su salvaje modo de
ser o su preeminencia en el engaño, le hicieron merecer el título de jefe entre
canallas. Incrementando su poder y depredación, obligó a los pacíficos e
indefensos a comprar su seguridad con frecuentes contribuciones." Thomas
Paine.
Ricardo Valenzuela Torres
chero@refugioliberal.net
chero@reflexioneslibertarias.com
@elchero
México-Estados Unidos
No hay comentarios:
Publicar un comentario