domingo, 15 de enero de 2017

RICARDO VALENZUELA, LIBRE COMERCIO, Y COMERCIO MEDIO LIBRE, PRIMERA PARTE,

REFLEXIONES LIBERTARIAS

Durante el último año, primero como candidato y ya como presidente electo, Donald Trump fue origen de tumultuosas olas de confusión, desconfianza, pánico, tal vez, por declaraciones que hacía en relación a Mexico, los mexicanos y, sobre todo, el futuro de la relación comercial entre los dos países y, en general, el futuro del comercio mundial. No es secreto que el nuevo presidente de EU, considera que esta relación con nuestro país ha sido desventajosa para los EU y muy ventajosa para Mexico y otros países.

Ello me ha provocado analizar de nuevo el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, EU, y Mexico, en el aniversario 23 de su inicio. Revisé primero las pláticas preliminares, las negociaciones, hasta llegar a la firma, el inicio de su ejecución aquel mes de Enero de 1994. Este análisis lo he basado en infinidad de artículos publicados por Murray Rothbar en aquella época, en la cual se oponía al TLC. Pienso que en estos momentos es importante entender lo que realmente es, o debería ser, libre comercio. Es igualmente importante identificar las dos corrientes filosóficas, que tradicionalmente se han enfrentado en el campo de batalla de los mercados mundiales; Mercantilismo y Liberalismo.

Pareciera que el establishment norteamericano está formado por la gente más ingenua de este planeta. Cuando en Rusia Gorbachev intentó vender sus tímidas reformas como “socialismo de mercado,” solo el establishment estadounidense celebró con júbilo lo que consideraban un gran avance. Pero el pueblo soviético inmediatamente se dio cuenta de lo superficial que eran y no las aceptó, puesto que ellos exigían cambios más profundos. Cuando el Stalinista polaco Oskar Lange afirmaba abrazar el “socialismo de mercado”, solo los economistas en EU echaron porras festejando el evento. El pueblo polaco conocía lo que eso significaba, pues ya lo habían experimentado y los resultados eran hambre y pobreza. 

Desgraciadamente para mucha gente, el único requisito para convencer del contenido “liberal— empresarial” de cualquier esfuerzo, es simplemente colgarle la etiqueta “de mercado”, y así hemos atestiguado el surgimiento de grotescas creaturas como el “socialismo de mercado” o el “liberalismo social de mercado”. Igualmente, la palabra “Libertad” también es usada para justificaciones, pero es solo otra forma de conseguir simpatizantes en una era que se exalta la retórica sobre la sustancia. Por eso, el simplemente llamar a cualquier propuesta, “libre mercado” o “libre comercio”, es misión cumplida, pues las potentes etiquetas suelen ser suficiente para sorprender a los atarantados y desinformados.

Y así, entre los más grandes apasionados del libre comercio, la etiqueta, “Tratado de libre comercio de América del Norte”, garantiza una aceptación total y gran admiración. “¿Quién se puede oponer al libre comercio?” Los profesionales que lo inventaron y decidieron bautizarlo como libre comercio, son los que llaman al gasto de gobierno “inversión”, a los impuestos “contribuciones”, y a las alzas de impuestos “reducción del déficit.” Los comunistas también conjugaban su sistema con la palabra libertad.

El libre comercio genuino no debería requerir de acuerdos. Si el establishment quisiera un país navegando en el paraíso del libre comercio, lo único que tiene que hacer es revocar los numerosos aranceles, las cuotas de importación, las leyes anti-dumping, las aduanas con su corrupción, manipulaciones de monedas etc. En resumen, todas las restricciones impuestas al comercio. No se requiere maniobras de política exterior. La libertad es uno de los derechos naturales y no deberíamos solicitarlo a los gobiernos.

Si algún día se anuncia la emergencia de un proyecto de auténtico libre mercado, hay una forma fácil para comprobarlo. El gobierno, grandes empresas, todos los medios, sindicatos, la iglesia, de inmediato se atrincherarían para combatirlo con todas las armas en su  arsenal. Veríamos encendidos editoriales previniéndonos sobre el retorno del colonial siglo XIX. Los académicos volverían a referirse a las viejas historias de explotación afirmando que, sin una coordinación y regulación del gobierno, esto se convierte en anarquía y fracasa.

La proclama tan especial de “libre comercio” propiedad del establishment, alberga lo opuesto de la verdadera libertad de intercambio. Sus políticas, metas y tácticas, han sido consistentes con aquellas del enemigo tradicional del libre comercio, el mercantilismo. Un conjunto de ideas políticas y económicas que se desarrollaron durante los siglos XVI, XVII y la primera mitad del siglo XVIII en Europa, y que se caracterizaron por una fuerte intervención del estado en la economía, al mismo tiempo que se desarrollaba el absolutismo monárquico.

Las medidas del Mercantilismo se centraron en tres ámbitos: relaciones entre el poder político y la actividad económica; intervención del Estado en la economía; y control de la moneda. Procedieron a la regulación total de la economía, la unificación del mercado interno, el aumento de la producción propia, controlando recursos naturales y mercados exteriores e interiores, protegiendo la producción local de la competencia extranjera, subsidiando empresas privadas creando monopolios privilegiados, imposición de aranceles a los productos extranjeros,  incremento de la oferta monetaria—mediante la prohibición de exportar metales preciosos y la acuñación inflacionaria, buscando la multiplicación de ingresos fiscales. Todo ello con la última finalidad de la formación de Estados-Nación lo más fuertes posible.

Pero el mercantilismo tendría un enfrentamiento con la ideología que se oponía a todos sus principios, el Liberalismo. Una filosofía política que defiende la libertad individual, la iniciativa privada, limita la intervención del Estado y de los poderes públicos en la vida social, económica y cultural. Se identifica como una actitud que propugna libertad y tolerancia en las relaciones humanas, basadas en el libre albedrio. Promueve las libertades civiles, económicas, y se opone al absolutismo, al despotismo y al conservadurismo. Es la corriente en la que se fundamenta el Estado de derecho, así como la democracia participativa y la división de poderes.

El pensamiento político liberal se ha edificado sobre tres grandes ideas:

Los seres humanos son racionales y poseen derechos individuales inviolables, entre ellos, el derecho a configurar la propia vida en la esfera privada con plena libertad, derecho a la propiedad y la felicidad. Este enunciado se basa en los derechos naturales expuestos por John Locke: vida, libertad y propiedad privada.

El gobierno y la autoridad política, deben resultar del consentimiento de las personas libres, debiendo regular la vida pública sin interferir en la esfera privada de los ciudadanos.

El Estado de Derecho obliga a gobernantes y gobernados a respetar las reglas, impidiendo el ejercicio arbitrario del poder.

La primera constitución liberal de la era moderna, fue la de EEUU claramente exponiendo, el documento no era para controlar a los ciudadanos, era para controlar al gobierno.


"Si pudiésemos correr el velo oscuro de la antigüedad [en lo referente al origen de los reyes, del Estado y los impuestos] y pudiéramos rastrearlos hasta sus orígenes, encontraríamos que el primero de ellos no fue más que el rufián principal de alguna banda desenfrenada; su salvaje modo de ser o su preeminencia en el engaño, le hicieron merecer el título de jefe entre canallas. Incrementando su poder y depredación, obligó a los pacíficos e indefensos a comprar su seguridad con frecuentes contribuciones." Thomas Paine.

Ricardo Valenzuela Torres
chero@refugioliberal.net
chero@reflexioneslibertarias.com
@elchero  
México-Estados Unidos

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