PIDO LA PALABRA
Hoy, por “política” apenas se tiene un poco menos que su recuerdo. O
sea, postulados sin fuerza para elevar las razones por encima de las emociones.
Aunque la política se haya entendido como el ejercicio del poder tras la
búsqueda de un fin trascendente, su concepción sigue sin complacer a todos.
Desde Aristóteles, el estudio de la política constituye uno de los pivotes
desde donde es posible apalancar el mundo. Ya Nicolás Maquiavelo pudo
demostrarlo cuando escribió “El Príncipe”. Max Weber también procuró lo suyo
desde la sociología toda vez que estudió la política desde la perspectiva del
Estado. Karl Marx, también se planteó la misma necesidad cognitiva e
intelectual. Sólo que éste abordó el problema de conceptuar la política, desde
la crítica que hace de la sociedad burguesa y del Estado burgués. Sin embargo,
no fue sino hasta que Hannah Arendt propuso un concepto de política que de
alguna manera llegó a allanar una parte del laberinto que vino ampliándose a
medida que la vida del hombre, en medio del trajín social en el que se permitió
manifestar sus angustias políticas, alcanzó a complicarse sin control mayor que
el que propiciara la propia dinámica política.
Arendt hizo ver por política “la vigencia, renovación y proyección de la
polis como el espacio público provisto de libertad, igualdad, pluralidad,
universalidad, no violencia; acción, comunicación e interacción de los seres
humanos que son capaces de hablar y actuar continua y conjuntamente”. Sin
embargo tan pertinente formulación, pudiera ser objeto de alguna
reconsideración obligada por las vivencias políticas que, desde la década de
los cuarenta del siglo XX, se han tenido. Y que por lo tanto, sin duda alguna,
durante ese tiempo que ocupa hasta el presente, han estallado no sólo viejas
categorías de comprensión. También, obcecadas formas de adecuar variables de
coyuntura a determinaciones actuales.
En consecuencia, luciría propio pensar en su concepción de cara a las
realidades vigentes. Habida cuenta que la política, lejos de conciliar posturas
encontradas y reforzar mecanismos de integración que consoliden esfuerzos
adelantados por actores mancomunados frente a propuestas de desarrollo local,
regional y nacional, enrareció ámbitos sociales y económicos. Ofuscó escenarios
que luego de riesgosas maromas y escarceos, terminaron por dejarse arrastrar
hacia agudas crisis políticas que, además de profundas, envuelven el
comportamiento de todo un Estado-nación.
Lo transcurrido del siglo XXI, se ha caracterizado por situaciones de
profundos conflictos, dada razones que solamente se explican en la magnitud del
desorden alcanzado. Es decir, de realidades donde la política dejó de estar en
el sitial que, la historia de las ideas y del desarrollo humano, le concedió.
Sólo que en estos tiempos, las ideas parecieran haberse agotado. Y el
desarrollo humano, haberse detenido. Es lo que ha sucedido en Venezuela, aún
cuando suena paradójico. Y es que las realidades hablan por sí solas cuando dan
cuenta de estarse abonando, nuevamente, los terrenos de la antipolítica tal
como ocurrió durante el último decenio del siglo XX.
La precaria cultura política de estos gobernantes, azuzada por el
pragmatismo y el vulgar inmediatismo, convirtieron la gestión pública en un
teatro bufo. En un espectáculo de patética exhibición, que ni siquiera aplausos
animó a pesar de las chocantes payasadas
que tuvieron lugar como parte del acto central. Es decir, lo que podía
entenderse como “política”, derivó en desnudas declaraciones de principios que
sólo advirtieron problemas de coyuntura como si de problemas estructurales se
tratara. El interés gubernamental, volcó su atención hacia los problemas
intermedios del sistema político abandonando en consecuencia los problemas
terminales del sistema social. Dicho esto de modo llano, el régimen se dedicó a
paliar o a atenuar cuanta anomalía, dificultad, inconveniente o aprieto le
descarriara el populismo trazado como proyecto de gobierno.
Toda la gestión pública se redujo a un escueto malabarismo que terminó
agravando los problemas que padecía el país al ocaso del siglo XX. La
elaboración de políticas públicas, no contó con el aval conceptual ni
metodológico propio, ni tampoco con los estudios pertinentes que la formulación
de estos mecanismos de dirección política, económica y social asientan ante las
exigencias de desarrollo nacional.
De manera que a la vuelta de 17 años de
equivocados ejercicios de gobierno, el régimen se vio sin la capacidad para
afrontar los cambios que la incertidumbre está permanentemente acuciando. A
casi dos décadas de 1999, del momento en que arriba al poder un proyecto
político con más agujeros y atascos que rellenos y rellanos, el país luce
fundido, desperdigadas sus fortalezas y amenazado por todos los ángulos
posibles.
La política, como condición de poder, la forjaron hasta llevarla a su
mínima expresión. Violentaron sus capacidades. Hoy, por “política” apenas se
tiene un poco menos que su recuerdo, sin fuerza para elevar las razones por
encima de las emociones. Puede decirse que lo que estos tiempos tienen por
“política”, es un remedo de lo que en un principio fue. No hay espacio a dudar
de que ahora esto es otra cosa. Sin duda que ¡eso es politiquería, camarada!
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Merida - Venezuela
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