La Iglesia de Éfeso se distinguió por su rigurosidad doctrinaria pues estaba dotada de un rigor teológico capaz de poner al descubierto falsos apóstoles e impostores de rancia posturas. Pero su carácter sectario, rayaba con la intolerancia. Pero demostrar tantos méritos no fue razón suficiente para que el Señor la confrontara con el temor de ver descarrilada su obra. Así que de un modelo de amor cristiano, la Iglesia de Éfeso pasó a ser pasto de rencillas, odios, resentimientos, formalismos y envidias. Se había pasmado y endurecida su labor pastoral reduciéndose a un activismo sin mayor sentido y valor. Se abandonó toda relación de afecto y respeto al otro.
El Señor exige a la Iglesia de Éfeso que revierta la conducta ya que si no lo hacía, si no dejaba ver arrepentimiento, sería castigada como en efecto lo hizo al concebir que el fracaso de su misión ante el mundo envolviera toda actitud que pudiera arrogarse alguna condición redimida. Es lo que la Biblia refiere cuando describe “Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Ap. 2: 5-6)
¿Pero por qué este exordio? Porque en él se halla un relato que luce plenamente coincidente con la crisis política que está asfixiando el devenir de Venezuela. En el fragor de la dinámica política que ha dejado ver el tránsito del régimen actual por los tiempos del presente siglo XXI, quedó demostrado que el país le quedó grande a quienes, por la equivocación de una población de precaria cultura política, alcanzaron el poder político en 1998. Y desde entonces, mediante argucias electorales y una retórica engañosa y además envalentonada, se han mantenido en el poder a desdén de principios constitucionales y obviando derechos, deberes y garantías también establecidas por la Carta Magna.
La premura invocada en nombre de la vetusta doctrina política de la cual se han valido estos gobernantes para forzar su anquilosamiento en la estructura gubernamental central, hizo que se viera accidentado el vehículo conceptual y metodológico que contenía buena parte de las propuestas que electoralmente anunciaban. Sobre todo, las pronunciadas por quienes se responsabilizaron por conducir a Venezuela por el cauce que zanjan los valores superiores de su ordenamiento jurídico. Sin embargo, mucho agua corrió por debajo de los puentes construidos bajo la concepción del Estado democrático que comenzó a cimentarse luego de haberse sancionado la Constitución de 1961. Y que pretendió superar el texto constitucional elaborado en 1999. Desde entonces, y particularmente a partir del año 2000, el país se subsume en lo que resultó anegado por culpa de la “revolución bolivariana” cuyo concepto no terminó de precisarse. Ni tampoco, de persuadir lo que la oratoria oficialista buscaba explicar.
En total, el país sucumbió y fue tal su velocidad de erosión y de conmoción, que la ineptitud, la improvisación y el resentimiento de los gobernantes no pudo alcanzar, ni siquiera porque iba a “paso de vencedores”, al corredor cuyo testigo simbolizaba la inminente crisis que fue tragándose al país en términos de su economía y de su sociedad. Para esto, el régimen debió fracturar y desmembrar la población que aducía manejarse con criterio democrático para luego someterla, a punta de “plan de machete” aplicado a instancia de la represión propinada por cuerpos militares aduladores, organizaciones policiales facinerosas, círculos de sicarios, impetuosos y pervertidos al servicio del régimen.
Lo que presumió iba a resultar, terminó convirtiéndose en formas de traición que incitaron procesos de corrupción que excedieron los niveles de desvergüenza jamás imaginados que serían alcanzados y remontados con la precisión del mejor atraco que pueda cometerse en nombre de la “reivindicación de la justicia”. O sea, al mejor estilo “Robin Hood”.
No haber respetado la palabra dada. No haber sido impecable con el uso del lenguaje político utilizado, llevó a que la gestión gubernamental se viera absolutamente confundida. Tanto, que entró en una etapa que por soslayar lo que expone la Constitución cuando refiere la separación de poderes públicos, como principio de la democracia, le “salió el tiro por la culata”. Es decir, animó que se diera un vulgar arrebato de intereses políticos. Esto dicho así, para no detallar el jaleo que se produjo al interior del partido de gobierno por disfrutar malsanamente de cuotas de poder inmerecidas y de manera violenta.
Tan patética situación condujo no sólo a agravar la crisis política que venía radicalizándose. Lo peor ha sucedido al momento que altos funcionarios comienzan a desesperarse por los días que les espera toda vez que la justicia internacional deberá encargarse de ordenar el caos venezolano. Tanto miedo, los obligó a tomar decisiones sin fundamento alguno. Peor aún, sin siquiera considerar que tales determinaciones provocarían el rechazo internacional y el cuestionamiento generalizado a tanto yerro cometido. Y ello, bien se asemeja a lo que la Biblia destaca cuando alude a lo que fue el Castigo de Éfeso.
“Cuando la palabra, en política, se incumple, posiblemente los efectos no sean advertidos. Al menos, en lo que respecta al corto plazo. Pero también debe saberse que en política tanto
como lo enseña la Física, toda causa tiene su reacción. Tarde o temprano,
las consecuencias saltan a la palestra pública”
AJMonagas
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Merida - Venezuela
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