En ese lamento
proferido por Nicolás Maduro se condensa la tragedia suya y de su régimen:
“Llevo una semana llamando a Tabaré Vázquez para hablar de la agresión… del
ataque de su Cancillería en contra de Venezuela”. Pero resulta que Tabaré
Vázquez, presidente de Uruguay, seguía en su silla, en la rutina de firmar
papeles, cada cierto tiempo alertado por un teléfono rojo que suena
insistentemente y, sabiendo que es Maduro, se sonríe, se echa hacia atrás en su
poltrona, estira los brazos y no contesta. Cuando viene la secretaria y le
dice: “Pero, presidente, ¿qué hago con Maduro?”; responde: “Que yo le mando a
decir que no estoy en la oficina; estoy en el urinario y pienso en él. Dígale
así”.
El régimen venezolano
hace aguas por todos lados. Su más largo plazo es el día siguiente. Cada paso
que da lo hunde más en la ciénaga pestífera en la que patalea. Si el TSJ
obedece con servilismo las instrucciones de Maduro para suprimir potestades a
la Asamblea Nacional, ante la ola de repudio, no tiene más remedio que
retroceder parcialmente de una manera que no hace sino confirmar que Maduro los
mangonea. El espectáculo de unos magistrados zanganeados de un corral a otro,
según las necesidades de ordeño, es visualmente impactante, como rumiantes sin
voluntad, a latigazo limpio.
El resultado es que los
dueños del poder se han ido quedando aislados. La soledad de Maduro no es la de
Palés Matos, “que a fuerza de andar sola/ se siente de sí misma compañera”,
sino la del que apesta, la del que nadie quiere tener por compañero de
excursión, de fiesta o de foto. Así, íngrimo y solo, lleno de rabias,
destemplado, gritón y resentido, ofensivo, pero, eso sí, con la pistola
desenfundada y con los miembros del gang con las cachiporras blandidas,
repartiendo golpes y tiros en el vecindario. La sesión del lunes pasado en la
OEA es la evidencia de esa viudez política en la que se desenvuelve el régimen
madurista; los países firmes se han radicalizado; varios que vacilaban
adoptaron posiciones firmes.
La percepción
generalizada es que Maduro está de salida. Ahora es evidente para la mayor
parte de los gobiernos de la región y de Europa que el poder se le ha escurrido
entre las manos y solo queda, impúdico, un grandulón déspota y brutalmente
represivo, como una masa con bigotes que se desplaza sin rumbo cierto.
Con el mundo y con la
mayor parte de la población nacional en contra, solo hace falta un liderazgo
arrojado que convenza a los militares institucionalistas, no para que den un
golpe, sino para que impidan los de Maduro.
Carlos Blanco G.
@carlosblancog
www.tiempodepalabra.com
El Nacional
Caracas - Venezuela
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