Hay un festival de acusaciones dentro del
oficialismo. Aquel que más extravagancias manifiesta es el más ovacionado en la
búsqueda por retener el poder. El desmadre kirchnerista era previsible.
Las elecciones pasadas dejaron una lección
inevitable. Abrieron una rendija para cerrar la grieta, esa fractura que
dividió por tantos años a los argentinos.
La enseñanza del pos marxista Ernesto Laclau,
influenciado en sus teorías por Antonio Gramsci, Karl Marx y Michel Foucault entre otros, fue
desterrada por los argentinos de buena voluntad y ojalá sea para siempre.
Esta conjetura recalcitrante declara, que
partiendo en pedazos a la sociedad, e ir por todo, y fabricando un falso relato
se puede gobernar en forma absoluta. El fanatismo los empujó a tanto
avasallamiento que se llevaron puestos a ellos mismos.
El 25 de octubre la ciudadanía, hastiada,
votó otro modelo de país. Hasta la oficialista Estela de Carlotto dijo que los
argentinos pueden haberse hartado del kirchnerismo. ¿Fue un acto de
sincericidio? ¿Scioli lo entendió?
La conjetura de atemorizar a la sociedad ya
es un absurdo, como lo fue el anuncio que grupos fundamentalistas estarían en
Buenos Aires amenazando supermercados. Fue tan inverosímil la jugada que el
propio ministro de seguridad quedó en el ridículo. Por otro lado se apuraron a
desmentir el contrato con Joao Santana, un brasileño especialista en campañas
sucias. Eso demuestra el temor que tienen al cambio que se viene.
Es de esperar operaciones maliciosas de toda
clase y calibre para confundir al electorado. No importa, la suerte ya está
echada; más de dieciséis millones de personas votaron en contra del populismo;
a estos se sumarán varios millones más el 22/11
Pero como el porrazo fue tan contundente que
desestabilizó el relato, la desesperación se enmarca en ese campo minado de
contradicciones. He aquí alguna de ellas.
Como un coro desentonado salieron a decir que
el gran ganador del paisaje electoral, el líder de Cambiemos, es un remanente
de los 90. Dicho de otro modo, votar a Macri es volver a la década de Menem.
Lo que no dicen o esconden, es que en esa
década condenada por ellos mismos, Carlos Menem, su socio político, era el
Presidente de la Nación, Daniel Scioli diputado, Cristina Kirchner senadora, y
su extinto marido gobernador de Santa Cruz. Todos cómplices y aliados de hierro
en las decisiones que se tomaban en esos momentos. Ahora los emocionales
maestros del relato del país maravilloso de los Kirchner dicen que volveremos
al tiempo de Martínez de Hoz. Macri comenzó a hacer política en el 2003 y
gobierna la Ciudad hace 8 años. Seis de cada diez personas rechazan esa campaña
indecente.
Son los mismos que privatizaron a mansalva
las empresas del estado, son los mismos que elogiaban al riojano como el mejor
presidente que se tenga memoria; son los mismos que coimearon, según la
diputada Carrió, con esas empresas.
Y en la serie de revolcones del partido
oficial, el candidato a presidente, que perdió la gobernación de su provincia,
asegura que dará vuelta el resultado con sus propuestas; que ahora van justo en
sentido contrario de lo que expresaba antes de la paliza.
Semanas atrás Daniel Scioli decía que era
imposible e irresponsable aplicar el 82% móvil; estos días lo prometió. Dijo
que él no necesitaba debatir con nadie porque la gente conoce sus ideas.
¿Porque ahora pide hacerlo dos veces, cuando la sensatez obliga a expresar las
propuestas en el lugar que se había acordado? Eso es desesperación.
También les dijo en el año 2008 a los
productores agropecuarios que con la comida no se jode, y que no se van a
eliminar retenciones. Después de la debacle, aseguró que eliminaría todo ese
tributo al maíz, al girasol, al trigo, a las economías regionales, y rebajaría
a 25% la soja. ¿Cómo? ¿No era que no se podía? ¿Por qué ahora sí? Eso es
impotencia.
Dijo Scioli, que es imposible modificar el
mínimo no imponible en ganancias a los sueldos, ahora abatido, promete sacarle
esa carga hasta al medio aguinaldo.
Dijo Scioli, que no va a devaluar, que el
ajuste del peso con respecto al dólar va a ser gradual. De acuerdo a las estadísticas
el tipo de cambio real en la argentina está en su nivel más bajo desde 1981.
Actualizarlo con un gradualismo llevará a que la inflación devore esas
correcciones al compás de esos remiendos. De eso tenemos memoria.
Hoy la base monetaria, gracias a la emisión
descontrolada, está en el orden de los quinientos cincuenta y un mil millones
de pesos, y las reservas del Banco Central sin descontar las reales, son de
menos de veintisiete mil millones de dólares. Si dividimos la cantidad de pesos
por el total de dólares de reservas nos da un tipo de cambio de $ 20. La
devaluación es inevitable gobierne quien gobierne.
Dijo Scioli, que él es la continuidad del
modelo pero con cambios, y que sabe cómo hacerlo. Parece que no se enteró que
la ciudadanía cambió la historia. En todo caso la pregunta es ¿Que hizo durante
ocho años en su gobierno provincial? que hasta
la impresentable Hebe de Bonafini indicó que “deja una provincia echa
mierda”. Palabras de ella.
Dijo Scioli, entre tantas barbaridades, que
la Cámpora es el presente y el futuro del país. Todos vemos dónde un grupo de
jóvenes inexpertos nos han llevado, especialmente el torpe ministro de economía
que nos deja un país en estanflación y arrasado. Cristina Kirchner recibió un
estado con más de cuarenta mil millones de dólares de esos fondos y un
superávit del 4% anual producto de los extraordinario precios internacionales
de los commodities en los años de bonanza. Hoy lo entrega con menos de diez mil
millones de esas reservas netas y un déficit fiscal del 8% anual; es decir que
aumentó el gasto en un 12 %. A eso llaman década ganada.
De esta manera queda demostrado que el
kirchnerismo siempre hizo política con la caja del estado, y cuando esta se
vació, se terminó el poder. Finalmente la Reina será destronada.
Que el próximo 22 de noviembre la decisión de los argentinos sean un reflejo de sus esperanzas y no del miedo.
Raul
R. Zorzon
rzorzon@malabrigo.com
@RaulReneZorzon
Argentina
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