lunes, 7 de diciembre de 2015

ALBERTO JIMENEZ URE, LOS «FORAJIDOS», «SUS ACOMPAÑANTES» E «INÚTILES (POR ACUDIR AMORDAZADOS) OBSERVADORES»

«Ante el abuso sistemático de autoridad, la opresión, ventajismo y el miedo que infunde cualquier funcionariado de gobierno terrorista, el dilema mayor que se le presenta a todo ciudadano pacífico es si debe o no rebelarse mediante las armas letales. La Historia registra que, con prédicas religiosas, nunca se salvaron las naciones sometidas por quienes hablan con boca perversa e imponen sus antojos a través de la violencia»

Sucede en el curso de esto que experimentamos y, ofuscados, algunos definen «Postmodernidad»: los  forajidos conforman una de las castas más formidables para internacionalmente distraer a quienes participamos como escrutadores o actores en la inmensa Red de Disociados del Mundo. Allá están los afamados y letales jóvenes del «Califato Doctrinal», chicas y chicos que tanto fascinan a millones de seres inhumanos por su falta de misericordia y arrojo. Por su petulancia extrema, su determinación exterminadora de todo cuanto signifique «civilización». Fascinan porque han desafiado a todos los estados imperiales consolidados durante la «II Guerra Mundial»: EEUU, Francia, Inglaterra, Rusia, Italia, Alemania, Japón y China.

Los guerrilleros/terroristas de Centro y Sudamérica lucen parecidos a monaguillos de catedrales frente a esos barbudos y bárbaros muchachos de diversas razas que, aparte de fusiles Kalashnikov (AK-47), portan teléfonos digitales de última generación para comunicarse: con su ingenua corte de fans, discípulos y tropas de genocidas a las cuales (con timidez) los periodistas llaman «radicalizados».  La Humanidad lidia a prescindibles e incorregibles criminales: gentuza y no, eufemísticamente, «radicalizados».  

Empero, en nuestro continente igual padecemos a esa clase de prescindibles sujetos que portan el «Gen Terrorista». No son cojudos como los  combatientes de ISIS, quienes declaran su odio y enemistad (absolutamente fortuita) contra una Humanidad agónica e indefensa: que no puede, o no debe, apertrecharse para repelerlos por cuanto se convertiría en lo que sus verdugos representan. En Venezuela se han robustecido los «lacras» porque administran miles de millones de «próceres impresos imperiales norteamericanos» de una nación que no se rinde. Está en desventaja, pero persiste y participa en elecciones organizadas por los  «portadores del gen terrorista».
Para enmascarar sus conductas tiránicas y violadoras de los «Derechos Universales del Ser Humano» aceptan, por ejemplo, convocar elecciones de «asambleístas» o «representantes» del pueblo: ese, nosotros, constitucionalmente mayor de edad y hábil para  «otorgar mandatos». Sólo anhelamos que ellos satisfagan nuestras elementales/fundamentales necesidades: no nacimos para odiarnos «unos a otros»: queremos «vivir», disfrutar de esa episódica instantaneidad de la existencia. En Venezuela, los eventos electorales se caracterizan porque los «forajidos» al mando rechazan ser auditados o vigilados. Sólo admiten «acompañantes» e «inútiles (por acudir amordazados) observadores» nacionales y extranjeros. Individuos jurídicamente no «acreditados» para impedir que los delincuentes cometan «fraude» contra los ciudadanos.

Alberto Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor

Merida - Venezuela

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