«Ante el
abuso sistemático de autoridad, la opresión, ventajismo y el miedo que infunde
cualquier funcionariado de gobierno terrorista, el dilema mayor que se le
presenta a todo ciudadano pacífico es si debe o no rebelarse mediante las armas
letales. La Historia registra que, con prédicas religiosas, nunca se salvaron
las naciones sometidas por quienes hablan con boca perversa e imponen sus
antojos a través de la violencia»
Sucede en
el curso de esto que experimentamos y, ofuscados, algunos definen
«Postmodernidad»: los forajidos
conforman una de las castas más formidables para internacionalmente distraer a
quienes participamos como escrutadores o actores en la inmensa Red de
Disociados del Mundo. Allá están los afamados y letales jóvenes del «Califato
Doctrinal», chicas y chicos que tanto fascinan a millones de seres inhumanos
por su falta de misericordia y arrojo. Por su petulancia extrema, su
determinación exterminadora de todo cuanto signifique «civilización». Fascinan
porque han desafiado a todos los estados imperiales consolidados durante la «II
Guerra Mundial»: EEUU, Francia, Inglaterra, Rusia, Italia, Alemania, Japón y
China.
Los
guerrilleros/terroristas de Centro y Sudamérica lucen parecidos a monaguillos
de catedrales frente a esos barbudos y bárbaros muchachos de diversas razas
que, aparte de fusiles Kalashnikov (AK-47), portan teléfonos digitales de
última generación para comunicarse: con su ingenua corte de fans, discípulos y
tropas de genocidas a las cuales (con timidez) los periodistas llaman
«radicalizados». La Humanidad lidia a prescindibles
e incorregibles criminales: gentuza y no, eufemísticamente,
«radicalizados».
Empero,
en nuestro continente igual padecemos a esa clase de prescindibles sujetos que
portan el «Gen Terrorista». No son cojudos como los combatientes de ISIS, quienes declaran su
odio y enemistad (absolutamente fortuita) contra una Humanidad agónica e
indefensa: que no puede, o no debe, apertrecharse para repelerlos por cuanto se
convertiría en lo que sus verdugos representan. En Venezuela se han robustecido
los «lacras» porque administran miles de millones de «próceres impresos
imperiales norteamericanos» de una nación que no se rinde. Está en desventaja,
pero persiste y participa en elecciones organizadas por los «portadores del gen terrorista».
Para
enmascarar sus conductas tiránicas y violadoras de los «Derechos Universales
del Ser Humano» aceptan, por ejemplo, convocar elecciones de «asambleístas» o
«representantes» del pueblo: ese, nosotros, constitucionalmente mayor de edad y
hábil para «otorgar mandatos». Sólo
anhelamos que ellos satisfagan nuestras elementales/fundamentales necesidades:
no nacimos para odiarnos «unos a otros»: queremos «vivir», disfrutar de esa
episódica instantaneidad de la existencia. En Venezuela, los eventos
electorales se caracterizan porque los «forajidos» al mando rechazan ser
auditados o vigilados. Sólo admiten «acompañantes» e «inútiles (por acudir
amordazados) observadores» nacionales y extranjeros. Individuos jurídicamente
no «acreditados» para impedir que los delincuentes cometan «fraude» contra los
ciudadanos.
Alberto
Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor
Merida -
Venezuela
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