lunes, 7 de diciembre de 2015

MIGUEL BAHACHILLE M.. 6-D: FIN DEL ENEMIGO VIRTUAL

Nada difícil le resultó a Hugo Chávez derrotar a los partidos de estatus en las elecciones presidenciales de 1998. Una bullosa campaña proselitista, apoyada por buena parte de los medios y de arcanas individualidades “académicas” y políticas, fue suficiente para convencer al pueblo sobre la necesidad de cambiar aquel rumbo democrático que gravitaba alrededor de un militar venido de un golpe de Estado frustrado. El triunfo precario de Maduro no fue es otra cosa que la moratoria de aquel espejismo convertido hoy en pesadilla.

Este recuento es útil para aprender de los errores y entender que la democracia no se fortalece dando volteretas históricas carentes de organicidad institucional. La mayoría cautiva de un “desliz freudiano”, se dejó llevar por la campaña mortífera de un militar contra los partidos políticos de entonces, muy parecida a la esgrimida por su predecesor, jefe del grupo político “Convergencia”, antes de COPEI, que denigraba del bipartidismo porque “ya nada podía ofrecer al país”. Para Chávez fue una batalla golilla pues “el enemigo” estaba muy debilitado y contra las cuerdas.

Un mensaje electoral agresivo, virulento, sin más oferta institucional que una etérea Constituyente, dio al traste con el golpeado bipartidismo. “Cúpulas podridas” fue la expresión más tronada por Chávez en todas las apariciones públicas. Así el mensaje destructivo, no asertivo, se impuso sobre la civilidad. La mordacidad fue el referente preferido para minimizar a AD y COPEI. Así La Republica perdía la enjundia institucional indispensable para preservar el equilibrio democrático.

Chávez entonces, buchón de popularidad y de votos, inicia una lucha quijotesca contra “las feroces aspas de molino de viento” representadas por las instituciones políticas y sociales existentes. Crea “otras adecuadas” a los requerimientos de “la revolución”. Prometió en cadena nacional “plomo parejo y cerrado” (14-11-99) contra quienes osen oponerse a sus designios políticos. La metáfora, lejos de beneficiar al país, lo hundió. Las Democracias verdaderas requieren de contendores que señalen yerros y proyectos alternos.  

¿Qué hacer entonces una vez empequeñecidas las instituciones usuales, de dónde sacar los nuevos adversarios virtuales? ¡Fácil, muy fácil! La Iglesia, Fedecámaras, Las Academias, la OEA, Reporteros sin Fronteras, Gobernadores de Estado de oposición, la SIC, buena parte de los periodistas, medios de comunicación, Alcaldes, sindicatos y, de remate, algunos figurados magnicidas que nunca aparecieron por ser esencialmente eso: “virtuales”. Esos “enemigos” fueron su fuente de energía para cobijarse en una eterna campaña que incrementaba en la misma proporción que se arruinaba el país.
Nada nuevo. La gran escuela de este “género político” surge con el llamado peronismo. Perón, reelegido presidente de Argentina en 1951, engolosinado por la vasta mayoría obtenida en las elecciones legislativas (135 de 149 escaños), creyó que era “capital suficiente” para hacerse dueño de la voluntad colectiva. Como no pudo cumplir sus ofertas, se dedicó a inventar enemigos: la Iglesia, la prensa, sindicatos, etc. Sus frecuentes enfrentamientos con todo el mundo provocaron su dimisión (1955). Desde entonces el país padece una alargada crisis institucional que, al parecer, comienza a ceder con la elección del presidente Macri.

¿A qué viene la mención? La experiencia demuestra que el invento de enemigos virtuales lejos de mitigar los conflictos, los incrementa sobre todo cuando son estructurales. En países con patronatos democráticos sólidos, los debates públicos, a veces muy duros, se fundamentan en querellas reflexivas, de interés general. A ningún jefe de Estado se le ocurre hostigar inconmesuradamente al resto del componente social sólo con el propósito de destruirlo.

Ojalá que los sufragios de ayer valgan para que Maduro entienda que el enemigo no es Mendoza, La Polar, El Imperio, Obama, el comercio ni cualquiera otro de signo virtual. Los enemigos son muy reales y palpables en todo el país: desempleo, inseguridad, corrupción, inflación, escasez y anarquía, entre muchos. Esa realidad debe ser acometida con Políticas de Estado (con mayúscula) y no con extravíos ideológicos que vulneran la dignidad sobre todo del más pobre. El pueblo tan alabado por “la revolución” ayer opinó con contundencia: quiere soluciones reales y no cotejos quijotescos inútiles que lo humillan a diario, por ejemplo en una cola.

Miguel Bahachille M.
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29

Miranda – Venezuela

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