Nada difícil le resultó a Hugo Chávez derrotar a los partidos de estatus
en las elecciones presidenciales de 1998. Una bullosa campaña proselitista,
apoyada por buena parte de los medios y de arcanas individualidades
“académicas” y políticas, fue suficiente para convencer al pueblo sobre la
necesidad de cambiar aquel rumbo democrático que gravitaba alrededor de un
militar venido de un golpe de Estado frustrado. El triunfo precario de Maduro
no fue es otra cosa que la moratoria de aquel espejismo convertido hoy en
pesadilla.
Este recuento es útil para aprender de los errores y entender que la
democracia no se fortalece dando volteretas históricas carentes de organicidad
institucional. La mayoría cautiva de un “desliz freudiano”, se dejó llevar por
la campaña mortífera de un militar contra los partidos políticos de entonces, muy
parecida a la esgrimida por su predecesor, jefe del grupo político
“Convergencia”, antes de COPEI, que denigraba del bipartidismo porque “ya nada
podía ofrecer al país”. Para Chávez fue una batalla golilla pues “el enemigo”
estaba muy debilitado y contra las cuerdas.
Un mensaje electoral agresivo, virulento, sin más oferta institucional
que una etérea Constituyente, dio al traste con el golpeado bipartidismo.
“Cúpulas podridas” fue la expresión más tronada por Chávez en todas las
apariciones públicas. Así el mensaje destructivo, no asertivo, se impuso sobre
la civilidad. La mordacidad fue el referente preferido para minimizar a AD y
COPEI. Así La Republica perdía la enjundia institucional indispensable para
preservar el equilibrio democrático.
Chávez entonces, buchón de popularidad y de votos, inicia una lucha
quijotesca contra “las feroces aspas de molino de viento” representadas por las
instituciones políticas y sociales existentes. Crea “otras adecuadas” a los
requerimientos de “la revolución”. Prometió en cadena nacional “plomo parejo y
cerrado” (14-11-99) contra quienes osen oponerse a sus designios políticos. La
metáfora, lejos de beneficiar al país, lo hundió. Las Democracias verdaderas
requieren de contendores que señalen yerros y proyectos alternos.
¿Qué hacer entonces una vez empequeñecidas las instituciones usuales, de
dónde sacar los nuevos adversarios virtuales? ¡Fácil, muy fácil! La Iglesia,
Fedecámaras, Las Academias, la OEA, Reporteros sin Fronteras, Gobernadores de
Estado de oposición, la SIC, buena parte de los periodistas, medios de
comunicación, Alcaldes, sindicatos y, de remate, algunos figurados magnicidas
que nunca aparecieron por ser esencialmente eso: “virtuales”. Esos “enemigos”
fueron su fuente de energía para cobijarse en una eterna campaña que
incrementaba en la misma proporción que se arruinaba el país.
Nada nuevo. La gran escuela de este “género político” surge con el
llamado peronismo. Perón, reelegido presidente de Argentina en 1951,
engolosinado por la vasta mayoría obtenida en las elecciones legislativas (135
de 149 escaños), creyó que era “capital suficiente” para hacerse dueño de la
voluntad colectiva. Como no pudo cumplir sus ofertas, se dedicó a inventar
enemigos: la Iglesia, la prensa, sindicatos, etc. Sus frecuentes
enfrentamientos con todo el mundo provocaron su dimisión (1955). Desde entonces
el país padece una alargada crisis institucional que, al parecer, comienza a
ceder con la elección del presidente Macri.
¿A qué viene la mención? La experiencia demuestra que el invento de
enemigos virtuales lejos de mitigar los conflictos, los incrementa sobre todo
cuando son estructurales. En países con patronatos democráticos sólidos, los
debates públicos, a veces muy duros, se fundamentan en querellas reflexivas, de
interés general. A ningún jefe de Estado se le ocurre hostigar
inconmesuradamente al resto del componente social sólo con el propósito de
destruirlo.
Ojalá que los sufragios de ayer valgan para que Maduro entienda que el
enemigo no es Mendoza, La Polar, El Imperio, Obama, el comercio ni cualquiera
otro de signo virtual. Los enemigos son muy reales y palpables en todo el país:
desempleo, inseguridad, corrupción, inflación, escasez y anarquía, entre
muchos. Esa realidad debe ser acometida con Políticas de Estado (con mayúscula)
y no con extravíos ideológicos que vulneran la dignidad sobre todo del más
pobre. El pueblo tan alabado por “la revolución” ayer opinó con contundencia:
quiere soluciones reales y no cotejos quijotescos inútiles que lo humillan a
diario, por ejemplo en una cola.
Miguel Bahachille M.
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29
Miranda – Venezuela
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