¡Ah policía pa´ feo!
Este policía de Ortiz
merece tirarle un peo
en la punta e´ la nariz.
La autoría de esta
copla se la endosan a un poeta de Barquisimeto, Concho Carrasco, o al
declamador Balbino Blanco Sáchez. Otros declaran, sin sustento documental, que
el autor fue Aquiles Nazoa. Incluso el autor puede ser Miguel Otero Silva, nos
cuenta el Cronista de Ortiz, don Fernando Rodríguez, que le preguntó al propio
autor de Casas Muertas si él era el Autor, a lo que le respondió con un
sospechoso silencio.
La versión que acabamos de oír es nuestra,
leamos de seguidas la que escribe en la
red Carlos Sebastiani.
http://carlosmsebastianib.blogspot.com Que es una más de las numerosas que con
ligerísimas disparidades corren por el
Llano. Esta dice:
Este policía tan feo
Que nos devolvió de Ortiz
Merece tirarle un peo
En la punta e´ la nariz.
En todas las coplas
coinciden en perfecta rima las palabras peo con feo y nariz con Ortiz, y
siempre en la prosa del cacho el policía es analfabeto y está en una alcabala
en Ortiz, sobre una carretera terrosa.
¿Y los tiempos?
Casi todas, no
siempre, ubican los hechos en la dictadura de Pérez Jiménez, como
nuestro escrito, que es una versión producto de la interpretación de lo que
ustedes, caros lectores, me han contado.
Corrían los años
cincuenta, se contaban con los dedos de un pie los vehículos automotores que
pasaban por Ortiz en un día, de Parapara a la población de Veladero, que así se
llamaba lo que luego fue rebautizada con el nombre de la Estación de Servicios,
como Santa Rosa. La carretera, por supuesto no era asfaltada, habían
recientemente aplicado un material mineral del que se levantaba mucho polvo.
Ante la queja de los vecinos el Jefe Civil había girado instrucciones al más
analfabeto de sus agentes, para que montara una alcabala, para así hacer que los vehículos al disminuir
la velocidad hasta detenerse, no llenaran de polvo la existencia de los vecinos
del poblado de Ortiz. –Las casas además de moribundas iban a estar empolvadas.
Se desplazaban en un
vehículo un grupo de amigos, ya empezaban a tomar sus cuerpos el tono de la
alegría por saber que pronto entrarían en el Llano, cuando se encontraron con
el gendarme. Eran las tres de la tarde, al policía lo acompañaba un café desde
el cambio de turno ocurrido a las siete de la mañana. Sin esperanzas de
novedades comilonas hasta el cambio de turno. No era común el encuentro, era el
primer vehículo que pasaba hacia el Llano ese día. Para los visitantes, desde
Los Teques, era el primer uniformado que veían. El carro bajó la velocidad,
bajó la estela de polvo de marzo.
Al volante un sujeto
que se tipificaba en aquellos tiempos de dictadura, y aún se califica, como de alta peligrosidad, era un poeta. No
sabía el analfabeto policía, tampoco pudo sospecharlo, que enfrentarse a tal
individuo era de tanta responsabilidad, comprometía su historia.
El policía tenía
instrucciones para anotar en un cuaderno nuevo los datos básicos del viandante,
nombre, placas, y a dónde se dirigía. Esto era una simple excusa para que se
detuviera, todo por lo del fino polvillo que llegaba hasta las topias de las
cocinas.
Se detuvo el carro
con el poeta al volante, con tres de sus cómplices. Respetuoso saludo,
comentario de rigor acerca del calor.
El agente solicitó
los datos, sin hablarlo –mas sí con gestos-, quedó sobreentendió que el policía
no sabía leer, menos escribir. Le entregó el papel y el cuaderno nuevecito al
malhechor, enseres tecnológicos que en lo inmediato se convirtieron en
instrumentos para la perpetración del delito.
Cambio de guardia. El
comandante se apersonó para ver cuál era el resultado de su novedoso método de
control del polvo. Pidió las novedades, el analfabeto le respondió que sólo había una novedad. El Comandante leyó en
voz baja, refunfuño:
-¡Pendejo!
Y luego en voz alta:
¡Ah policía pa´ feo!
Este policía de Ortiz
merece tirarle un peo
en la punta e´ la nariz.
Eduardo López Sandoval
llanerodigitalcalabozo@gmail.com
@llanerodigital1
@eduardocalabozo
Guarico - Venezuela
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