domingo, 24 de enero de 2016

ANTONIO JOSÉ MONAGAS, QUIEN ALGO TEME, ALGO DEBE, PIDO LA PALABRA, VENTANA DE PAPEL

Hay quienes se valen de la política para hacerle creer a muchos que desde el poder les brindará la mayor atención en aras de su bienestar y mejor calidad de vida.

¿Cómo es posible que una sola palabra pueda significar tanto? Desde luego. No es tan inverosímil que una palabra admita distintas acepciones. Existen palabras cuyos significados son diversos. Aunque también pueden tener apenas uno solo, dependiendo del contexto en el cual se sitúe la palabra en cuestión. Esta situación termina convirtiéndose, a veces, en un dilema que se agudiza a medida que la palabra pueda extraviarse en el mundo de los sentidos. En política, esto resulta algo engorroso. Sobre todo, cuando su ejercicio evita lidiar con significados diferentes pues su variedad complica las interpretaciones lo cual tiende a acarrear problemas de índole hermenéutico.

Es un tanto la vía que conduce a reconocer complicaciones que surgen cuando se obliga a darle un sentido a palabras que no caben en el espacio semántico. Ni tampoco dialéctico al cual quieren someterse con la única intención de justificar una mentira, o de sostener un engaño. Por eso, la sabiduría popular ha sabido inferir que “la tranquilidad de no tener nada que ocultar, no tiene precio”. A esto, el político norteamericano, quien fuera el tercer presidente de EE.UU., Thomas Jefferson, agregó que “quien no teme a las verdades, nada debe temer a las mentiras”. Seguramente estaba convencido que quien no la teme, nada le espanta.

A quien debe espantarle todo lo que debe, pues sabe que el temor le consume su conciencia, es al politiquero comprometido con el deshonor que remueve a su paso. Es el problema que deviene de una praxis política corrompida en términos del provecho que obtiene de cada decisión tomada en nombre de un proyecto político usurpado y traicionado. De ahí que para muchos, la política sirve para entrampar al desapercibido o al desinformado, de lo que puede sorprenderlo en su travesía por la vida.

Por eso, hay quienes se valen de la política para hacerle creer a ilusos y cándidos que desde el poder les brindará la mayor atención en aras de su bienestar y mejor calidad de vida. Cuando lo que en verdad está tramando, quien así pérfidamente se ha comprometido, es hacer de cada solución un problema que coadyuve a complicar toda situación. De ahí que a mayor confusión, mayor será la posibilidad que tiene ese político de mala calaña de lucrarse en perjuicio del colectivo al cual se debe.

Quizás el carácter secreto de informaciones de Estado, justifique que este género de políticos asuma extrañas posturas de silencio. Sobre todo, ante la necesidad de descifrar problemas que, por oscuros o encubiertos, se convirtieron en sórdidas paradojas. Posiblemente, fue la razón de funcionarios del gobierno venezolano para desacatar la exigencia que, constitucionalmente, hace el Poder Legislativo para así estructurar la visión que debe hacer de la gestión gubernamental. Más, cuando ha estado presente la necesidad de valorar la pertinencia, a los fines de aprobarla o no, de lo que ha sido la declaratoria de Emergencia Económica contraída por la Presidencia de la República. Aunque a juicio del vicepresidente, “hay materias que no pueden dilucidarse públicamente, porque son materia de Estado que requieren seriedad”. Sin embargo, tales argumentos  dejan ver serias contradicciones que ni siquiera la Constitución refiere.

Así que después de haber conocido el comportamiento de quienes anteriormente se arrogaron la autoridad de la Asamblea Nacional, no es difícil inferir su temor a ser interpelados públicamente. Y es que haber dado cuenta del desastre al cual arrastraron al país en tan corto tiempo, no debe ser cómodo ni sencillo aceptarlo. Menos, reconocerlo. Por mucha valentía revolucionaria que hayan dicho tener. La negativa  sancionada por el Parlamento sobre el decreto de Emergencia Económica, hace pensar que en lo sucesivo habrá que enfrentar la crisis con instrumentos que sólo la macroeconomía dispone a los efectos de recobrar niveles saludables de desarrollo. Y en el caso específico, de objetivos de desarrollo nacional que fueron desmantelados por precarias políticas desubicadas de las realidades tanto como del espacio político que debían haber ocupado. Todo ello incitado a que se enquistaron perturbaciones no tanto por la ineptitud, como por el miedo que hizo al régimen extraviarse de sus funciones. De ahí que cuando la directiva de la Asamblea insta al alto gobierno a responder interrogantes que vinieron acumulándose en el curso de la crisis provocada por las susodichas causas, la escena parlamentaria se vio desierta por la ausencia de los personajes de marras. ¿O sería por aquello de que “quien algo teme, algo debe”?

VENTANA DE PAPEL

¡JUSTO RECHAZO!

Vivir la política, no es fácil. Bandearse entre sus criterios, es bastante complicado porque semeja un tanto aquel aforismo bastante utilizado en la década de los sesenta: “un tiro a la patria, y otro a la revolución”. Este exordio funge de marco a la situación que recién mantuvo preocupado e inquieto al país a consecuencia de la emisión del decreto presidencial No 2.184 el cual aplicaría la Emergencia Económica durante un lapso de 60 días.

Este, elaborado con la finalidad de “construir una Venezuela productiva e independiente como todos queremos”, debía pasar por el análisis jurídico-constitucional del Tribunal Supremo de Justicia. Y para el análisis político-económico, por la consideración de la Asamblea Nacional. El TSJ, por supuesto valoró su pertinencia y consintió su necesidad como instrumento para el reordenamiento de la economía nacional. Sin embargo, el juicio de la Asamblea Nacional lo desaprobó. Y vaya que lo hizo no sólo con autoridad. Particularmente, logró estructurar sus razones con base en la moralidad y la ética. Aunque el propósito de esta disertación, por su brevedad, es considerar los argumentos que políticamente, le valieron a la Comisión Especial, encargada para formalizar el informe que sería presentada al cuerpo legislativo en pleno, cuyo fondo y forma demostraría que su impugnación estaba debidamente fundamentada, validada y legitimada.

Aun cuando el texto del decreto no alude directamente a decisiones extremas o que plantearan cerrarle los caminos a la institucionalidad democrática, cualquier lectura realizada entre líneas o con la rigurosidad que la hermenéutica exige, no hace difícil advertir los peligros que sus consideraciones y determinaciones comprenden. Cabe decir que dicho decreto, es más una apología de la manipulación política, que la intención descrita mediante propuestas dirigidas a aliviarle la crisis del tipo de acumulación y la crisis del tipo de dominación que viene arrastrando el país durante estos 17 años de “socialismo del siglo XXI”. Por no decir de desgobierno.

Esto hizo, finalmente que la Asamblea Nacional rechazara el decreto. Su análisis permitió inferir que sus fundamentos (referidos a la guerra económica y a la baja de los precios del petróleo) no justifican el pretendido estado de excepción pautado por el referido decreto. Asimismo consideró que las medidas anunciadas en su texto, son improcedentes para contener la actual crisis económica. Luego de tal desaprobación, la situación de la economía nacional deberá conducirse con base en otras medidas que ya fueron elevadas al Ejecutivo Nacional por intermedio de la misma Asamblea Nacional. Lo que el gobierno pudo haber ordenado a partir del carácter temporal que tuvo el decreto 2.184, dejó de tener vigencia pues si algo se acató, deberá revocarse. Toda esta situación que mantuvo tenso al país, deja ver que lo decidido por la AN, constituyó un ¡justo rechazo!.

 “Cuando un gobierno cae en el vicio de hablar en exceso, es porque sus propuestas son huecas. El tránsito por la historia lo hace a ciegas”
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas

Merida - Venezuela

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