Traduttore,
traditore, reza el viejo aforismo italiano. La mayoría de las veces se puede
traducir literalmente un escrito, pero no siempre capta el sentido del mismo.
Es como si dijera que saudade o morriña quiere decir “tristeza”… No, hay un
cúmulo de sensaciones asociadas a la idea que no son traducibles a idioma
alguno pero que todos quienes conocen esos dos idiomas entienden perfectamente.
Todo aquel que no
conoce lo que es la verdadera diplomacia siempre acusa al diplomático de vivir
entre almuerzos, champaña, caviar y sueños… Y sí, es verdad, es agradable
disfrutar de esas cosas particularmente deliciosas, pero que tampoco son
diariamente y dependen del nivel al cual ha llegado el diplomático en la
mayoría de los casos.
Pero esto es
farándula; material para la prensa rosa… Apuesto a que nadie de quienes piensan
así ha dedicado un solo minuto a pensar en el diplomático, la persona, el ser,
el humano, cuyo destino coincide con el del gitano, un año aquí, tres allá,
cinco en aquél lado y cinco en esta parte y todo con la casa a cuestas cual
caracol…
Y el título de éste
artículo es así, en inglés, porque, si bien tiene una traducción literal:
“sentido de pertenencia”, no traduce exactamente lo que el título implica.
Nadie piensa que el diplomático deja atrás lo que más ama y, justamente, para
hacer que sea amada afuera. Que sus sentimientos van a sufrir,
necesariamente, una transformación que
nunca se imagina. Nos desarraigamos, sin desearlo, de nuestra Tierra Madre y
nos convertimos en propagandistas ingenuos de lo desconocido para extraños. Y,
al mismo tiempo, vamos sentando raíces en donde, en ese momento, estemos:
amigos, compadrazgos, simpatías, fanatismo en los deportes y el día a día que
es invariable para todos. Hay que comprar el mismo pan en la misma panadería,
la misma carne en la misma carnicería y conversar todos los días de algo con
los vecinos; y advertirles –en algunos países- que , por favor, no nos hablen
de política interna (a pesar de que a veces te dicen: “no jodas, tú eres de los
nuestros”)
Y es muy difícil
describir ese “sense of belonging”. Mis pocas neuronas me dicen que ese
“belonging” es Venezuela, pero, me pregunto, ¿los amigos no se hicieron adultos
en mi ausencia?, ¿no hicieron toda una vida sin mí?, ¿qué raíces me quedan?
¿recordarles que una vez, hace 40 o 50 años estuvimos juntos en un aula de
clases? No. Ya hicieron su vida igual que nosotros las nuestras, con la
diferencia de que, para ellos, la consulta, la opinión o el consejo del amigo
estaba ahí, al otro lado de un teléfono, y, mientras nosotros deseábamos lo
mismo, no teníamos a quién tener del otro lado del teléfono (las comunicaciones
internacionales efectivas y fáciles son desde los años 90)
¿Sentido de
pertenencia? Aunque sea la traducción literal, explíquenmelo. Me siento, en
términos de corazón, más atado a Lima que a Caracas; en términos de
tranquilidad, más a Lisboa que a Caracas, y, en términos de cariño recibido,
más a Managua que a Caracas. ¿Cuál es entonces mi “pertenencia” a la tierra que
amo porque me vio nacer?
Eso es lo que
desconoce quien critica a los diplomáticos; no se molesta en conocer que detrás
del adjetivo “diplomático” existimos seres humanos que sufrimos, nos sentimos
desarraigados, que quisiéramos algo estable –que es incompatible con ser
diplomático, no nos engañemos, pero el deseo sí existe- y que, la mayoría,
representamos y hacemos quedar bien a este país de todos y que amamos todos.
“A sense of
belonging”? Sí, es lo que nos da cuando, después de 35 o 40 años, nos vamos y
nos preguntamos: “¿de dónde soy y a dónde voy?” Amo a Venezuela como pocos la
aman; sé que la mayoría de mis compañeros igual, pero, en el invierno de la
vida, ese “sentimiento de pertenencia” nos muerde el alma…
Alberto Rafael Lossada Sardi.
arlossadas@gmail.com
@adassol
UCAB
Caracas - Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario