El pasado 6 de diciembre, los venezolanos
votamos masiva y cívicamente por la democracia, el bienestar, la convivencia
pacífica y la solución de los gravísimos problemas que padecemos como la
escasez, la inflación, la inseguridad, la corrupción y la violencia. Esperamos
que los líderes políticos de ambos bandos sepan leer apropiadamente los
acontecimientos, estén a la altura del
pueblo, piensen más en Venezuela que en sus intereses individualistas o
partidistas, y se dediquen no a
enfrentarse entre ellos, sino a enfrentar los problemas mediante el diálogo y
la negociación.
El diálogo implica
búsqueda permanente, creación colectiva; supone problematizarse, poner en duda
las propias seguridades, analizar los resultados más que las intenciones,
hacerse preguntas. El diálogo sólo es posible en un ambiente de respeto,
confianza, sinceridad, escucha y
humildad, para reconocer que nadie es dueño absoluto de la verdad, sino
que la verdad se va haciendo y
construyendo en el compartir de ideas, reflexiones, propuestas y experiencias.
No es fácil dialogar
pues el diálogo verdadero es una práctica no exenta de conflictos,ya que no
suele establecerse desde las coincidencias, sino desde las opiniones, puntos de
vista, valoraciones y proyectos diferentes. De ahí que la pedagogía del diálogo
debe también asumir la pedagogía del conflicto y la negociación, como medios
para superar las diferencias y construir acuerdos básicos para la acción
colectiva. Para gestionar pedagógicamente
los conflictos, hay que vivirlos en términos de lealtad y de
disponibilidad a la autocrítica, para así superar los prejuicios y
suposiciones. La autocrítica, tanto individual como colectiva, es una
maravillosa estrategia de crecimiento. Ella nos puede liberar del conformismo,
la soberbia y la mediocridad. Sólo los que son capaces de autocriticarse tienen
derecho a criticar.
Para que el diálogo
sea fructífero, hay que romper las barreras mentales y conductuales de los que
dialogan. No hay posibilidad de diálogo desde la rigidez en las maneras de
pensar, y desde la altanería y el desprecio del otro. De ahí la necesidad de
fomentar cambios de actitudes en los políticos que deben comprender que la
política es el arte de conciliar las diferencias, mediante una palabra sincera
y respetuosa, abierta a la escucha y el silencio, teniendo siempre en el horizonte el bien
común.
El diálogo requiere
de una serie de condiciones: fe en el otro, a quien se considera conciudadano,
capaz de escuchar y aportar, que
defiende con fuerza sus puntos de vista pero
tiene la disposición a modificarlos en procura del bien común; esperanza
de que es posible cambiar y superar los problemas, abandonando las prácticas y
propuestas que han demostrado su ineficacia, pues como decía Einstein, “no hay
mejor prueba de imbecilidad que esperar resultados diferentes haciendo siempre
lo mismo”; y amor, para superar los
prejuicios e involucrarse en una relación afectiva con el otro pues el diálogo
es algo más que intercambio de opiniones y propuestas. El diálogo no es sólo
sobre algo, sino fundamentalmente con alguien, un conciudadano, a quien no le
puedo negar de entrada buena voluntad y deseos de aportar soluciones.
El diálogo se opone
por igual a todo tipo de autoritarismo de los que, por creerse poseedores de la
vedad, acaparan la palabra y la transmiten e imponen para que sea repetida; y a
las diferentes formas de populismo y mesianismo que, hablando supuestamente en
nombre del pueblo, le impiden expresar su propia voz y desarrollarse como
sujetos autónomos.
Antonio Pérez
Esclarín
pesclarin@gmail.com
@pesclarin
Zulia - Venezuela
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