Una de las cosas que
no deja de sorprender entre la mayoría de los críticos del liberalismo, sean
estos conservadores, socialistas o socialdemócratas, es lo poco y nada que han
leído de lo que critican. Rara vez alguno de estos voceros -la mayoría
campeones de la solidaridad con el dinero de otros- muestra conocer siquiera en
la superficie los escritos de Adam Smith, John Locke, Adam Ferguson, Edmund
Burke, Friedrich Hayek o cualquier otro pensador de esta tradición. Como no los
conocen, pero no les gusta demasiado la libertad y creen de manera un tanto
mítica en el Estado, entonces se limitan a fabricar caricaturas que se ajusten
a sus prejuicios ideológicos.
Donde mejor se ve
esta falta de seriedad es en el ataque que se ha venido haciendo a la escuela
de economía de Chicago. No se ve entre muchos de sus detractores más que
agresiones de un emotivismo superficial y la reivindicación de visiones
antropológicas que ni siquiera se encargan de demostrar.
Es demasiado evidente
que estos críticos, hoy en la derecha e izquierda, no han leído -o no
entienden- a Frank Knight, George Stigler, Arnold Harberger, Gary Becker o
Henry Simons, por nombrar algunos. Ni siquiera muestran haber leído las obras
de difusión de Milton Friedman. La caricatura que fabrican entonces es que todos
estos pensadores eran unos desalmados, que adoraban el mercado y su frío
egoísmo como solución a todos los problemas, mientras querían ver ojalá
desaparecer el Estado.
La verdad, por
supuesto, es muy diferente. De partida, existen diferencias muy profundas y a
veces irreconciliables entre los diversos pensadores del credo liberal e
incluso dentro de la misma escuela de Chicago. Pero en términos generales, la
tradición liberal plantea los siguientes puntos. Primero, los seres humanos nos
movemos por nuestro propio interés, pero también somos capaces de la
solidaridad. Eso sí, a diferencia del socialismo y de cierto conservadurismo,
el pensamiento liberal postula que la solidaridad se da de la mejor manera y es
realmente auténtica en el espacio de la sociedad civil y no mediante la
redistribución estatal. Esto, porque los liberales creen en la responsabilidad
individual -vaya descriterio- y piensan que los incentivos son muy importantes.
Por eso, advierten que cuando se pone a redistribuir dinero ajeno a personas
que no asumen ningún costo por hacerlo mal y que, como todos los demás, también
persiguen su propio interés, el resultado será peor que la alternativa. ¿Le
parece a usted una locura decir que los funcionarios estatales también
persiguen su interés y que, por tanto, debe mantenerse reducido su ámbito de
acción con dinero de los contribuyentes para evitar la corrupción y el
despilfarro de valiosos recursos? A los caricaturistas sí, porque asumen que el
funcionario estatal es más inteligente y honesto que el ciudadano promedio.
En segundo lugar,
como creen en los incentivos y el derecho de cada persona de perseguir su
proyecto de vida con los medios de que dispone, los liberales promueven
instituciones sólidas que limiten la discrecionalidad de la autoridad. En ese
contexto, el rol del Estado -ese grupo de personas de carne y hueso que
controla el monopolio de la violencia considerada legítima- es el más
importante y debe consistir principalmente en proteger nuestros derechos a la
vida, a la propiedad y a la libertad. Pero al mismo tiempo, los liberales
piensan -y la historia lo prueba- que el Estado puede convertirse en el peor
enemigo de esos derechos, por lo que su poder debe ser estrictamente limitado
mediante una constitución que consagre garantías fundamentales, separación de
poderes, por la existencia de una prensa libre, la presencia de una sociedad
civil fuerte, etc. En esta ecuación, el derecho de propiedad y el mercado
cumplen un rol insustituible para preservar la libertad individual, pues si la
autoridad controla los medios de subsistencia de las personas es casi imposible
cualquier tipo de resistencia a su poder. ¿Le parece a usted que eso es una
exageración y que Lord Acton hablaba tonterías cuando dijo que el poder
político tiende a corromper al que lo detenta? A los caricaturistas sí, porque
confían en la bondad intrínseca del Estado, es decir, del poder.
En tercer lugar, los
liberales creen firmemente en la ciencia económica, la que muestra que sin un
estado de derecho real, con estricta protección del derecho de propiedad y
mercados libres, los países no salen adelante. Tampoco salen adelante con
esquemas asistencialistas que destruyen la ética del trabajo y los incentivos
para hacerse responsable por su propia existencia. Del mismo modo, los
liberales alertan que impuestos altos castigan el desarrollo de capital humano
y físico y dificultan la innovación tecnológica, haciendo que los países sean
menos productivos y su calidad de vida peor que si tuvieran impuestos más
bajos. ¿Cree usted que es un disparate decir que los impuestos deben ser
moderados, porque de lo contrario el Estado se convierte en un monstruo
insaciable que, capturado por grupos de interés, va debilitando cada vez más la
energía de los ciudadanos de alimentarlo generando costos sociales enormes? Los
caricaturistas creen que sí es un disparate, porque piensan que la plata en el
Estado produce más beneficios que en manos de los ciudadanos que la generaron.
En cuanto a la
desigualdad material, este no es un problema por definición para el pensamiento
liberal, sino la expresión más obvia de la diversidad humana. No creen los
liberales que sea malo que a algunos les vaya mejor o mucho mejor que a otros y
saben, como ha mostrado el Nobel de Economía Angus Deaton, que todo proceso de
enriquecimiento implica la creación de desigualdad dinámica: al principio unos
pocos se benefician de los nuevos inventos y del nuevo bienestar, los que luego
se masifican logrando igualar la calidad de vida de todos. ¿Significa eso, como
denuncian los caricaturistas casi con histeria, que para los liberales el
Estado no debe asumir ningún rol redistributivo? ¡En lo absoluto! Desde Adam
Smith, muchos liberales han creído que debe haber un mínimo bajo el cual nadie
caiga y que debe ser diseñado de tal modo de ofrecer las mejores oportunidades
posibles para que los que más lo necesitan puedan pararse sobre sus propios
pies. Si se oponen a un gasto universal del dinero de los contribuyentes -los
famosos y mal llamados "derechos sociales"- es precisamente porque
entienden que los recursos son escasos y su gasto debe ser focalizado en
aquellos que requieren ayuda de manera más urgente. ¿Le parece inhumano a usted
decir que como los recursos no alcanzan para todos hay que focalizarlos en los
más necesitados y evitar que beneficien a grupos de interés organizados? A los
caricaturistas sí, porque ellos no creen en la ciencia económica y por tanto no
les importa demasiado que los recursos sean escasos. Siempre habrá un nuevo
impuesto que según ellos se puede subir, sin causar un mayor daño que el bien
que pretenden hacer.
Podríamos seguir
eternamente con una lista de temas que han sido desvirtuados por ignorancia y a
veces mala fe, pero por ahora digamos que han sido las ideas liberales,
imperfectas por cierto, las que permitieron a la humanidad enriquecerse a
niveles sin precedentes y a Chile ser el país modelo de América Latina. Y han
sido las mismas ideas las que posibilitaron la farra socialdemócrata que se ha
dado Europa al haber creado una base productiva capaz de financiarla. Hoy, esa
misma Europa que los caricaturistas añoran sin entender cómo se hizo rica, ya
no puede financiar el gasto social y cada vez más voces urgen por un regreso de
medidas liberalizadoras que prevengan un desenlace crítico.
En Chile, un país
relativamente pobre y aun dependiente de bienes primarios, pretendimos darnos
la farra antes de tener la plata. Ahora les tocará a los demagogos que la
promovieron repensar esta fantasía, porque la crisis económica llegó, será
mucho peor y se quedará un buen rato.
Axel Kaiser,
fpp
@fppchile
contacto@fppchile.cl
Director ejecutivo
Fundación
para el Progreso
Chile
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