La
primera entrevista política que hice, recién graduado como Comunicador Social,
fue al doctor Rafael Caldera. Eran los años de mis inicios en el oficio.
Trabajaba en Radio Capital como disc jockey, haciendo el resumen musical,
alejado de la política y las noticias. Un día, previo a las elecciones
presidenciales, el Jefe del Departamento de Prensa de la emisora, Luis Armando
Rueda, convoca a su equipo de periodistas para asignar las pautas y cubrir el
evento electoral. Sin haber sido invitado, me colé en esa reunión y pregunté
qué pauta me asignarían. No sé si fue por mi insistencia -o para deshacerse de
mí- pero, Rueda me pidió que cubriera el momento cuando el doctor Caldera
estuviera sufragando.
Entusiasmado
con mi primera oportunidad periodística me presenté, grabadorcito en mano, en
el colegio donde votaba Rafael Caldera. Por supuesto, por más que intenté
aproximarme, era tanta la gente que lo rodeaba que no logré acercarle el
grabador para obtener su declaración. Confieso que salí de allí desencantado;
pero, no me di por vencido. Decidido, me fui hasta la casa del doctor Caldera,
me identifiqué ante el personal que lo asistía y dije que quería entrevistarlo.
Si bien, de entrada, no se mostraron muy receptivos, hicieron la gestión de ir
a notificarle mi intención. Regresaron con su repuesta: “el Doctor Caldera
apenas está comenzando a desayunar; pero dice que, si estás dispuesto a
esperarlo, con todo gusto te recibe”. Y me senté –consumido por la impaciencia
y el nerviosismo- a contemplar el
tinajero que le daba nombre a su casa, con mis “veintipocos” años a cuestas, y
mi batería de preguntas previamente elaboradas.
No
sé si fueron cuarenta y cinco minutos o más los que aguardé. Pero, Rafael
Caldera apareció y contestó cada uno de los cuestionamientos sin filtro que un
muchacho, recién graduado de Periodista, tenía que hacerle… Y el recuerdo vino
hoy a mi memoria porque, en el programa del jueves 14 de abril, mi entrevistado
fue el menor de sus hijos, Andrés. Lo invitamos para hablar de los cien años
del natalicio de su papá. Conversamos sobre el libro “Rafael Caldera, con
orgullo de ser venezolano” -que editaron para la ocasión, y que resume en
estampas se prolífera vida política. Hablamos de anécdotas, de las actividades
que tienen programadas para celebrar el centenario de su nacimiento y de su
amor por Venezuela. Pero, aunque tenía
la intención de solo centrarme en este tema, no pude resistirme y le pregunté
acerca de lo que muchos consideran el peor error de Caldera durante su segundo
mandato.
“Dicen
que un error tapa mil aciertos” fue lo primero que le comenté a Andrés antes de
lanzarle la inevitable pregunta: “hoy estamos sumidos en el debate de la Ley de
Amnistía para los presos políticos, dígale a quienes nos escuchan ¿qué fue lo
que hizo Caldera con el sobreseimiento a Chávez?” Supongo que Andrés está
acostumbrado a que le hagan siempre la misma pregunta porque respondió con la
seguridad de quien sabe que, para aquel momento, la decisión de otorgarle el
sobreseimiento a Chávez, era un clamor popular. Era lo que pedían a gritos
–según menciona- actores políticos y sociales, muy reconocidos, de esa época.
Define al sobreseimiento como la terminación de un juicio por razones de
interés nacional. Era, según rememora, la petición unánime del país que rogaba
para que liberaran a los que aún permanecían presos por los hechos del 4F y
27N.
Como
a veces, los venezolanos somos de memoria corta, nos recordó que sólo quedaban
unos veinte golpistas encarcelados, porque CAP y Ramón J. Velásquez ya habían
sobreseído unas cuantas causas. Y es verdad, sólo que a veces se nos olvida.
Inmediatamente, me vienen a la memoria las caras y los nombres de esos
golpistas de 1992 que recibieron el perdón de la pena, de manos de Carlos Andrés
Pérez o en el corto mandato de Velásquez. Esos militares que intentaron un
golpe de Estado y que son tan culpables como Chávez de lo que ocurre
actualmente en el país. Incluso, el presidente de la Conferencia Episcopal de
ese momento, Monseñor Mario Moronta, imploraba por la liberación de los
asesinos del 4F. Y podríamos estar horas enumerando personeros importantes de
aquel entonces, que se sumaron a la petición de soltar a los protagonistas de
la asonada.
El
menor de los Caldera hace énfasis en que, su padre, era un hombre apegado y muy
respetuoso de las leyes; por tanto, era lo que, por ley, correspondía hacer.
Alega que, ciertamente, su papá le concedió el sobreseimiento al responsable de
toda esta miseria que hoy vivimos; pero, nunca fue quien hizo a Hugo Chávez
presidente. Menciona cómo los sondeos de la época, cuando lo sobreseyó, apenas
le otorgaban a Hugo Rafael el 3% de la preferencia electoral y cómo Irene Sáez
–su exnovia y aspirante a la presidencia- era quien “reinaba” en las encuestas.
Pero,
Hugo Rafael remontó en las preferencias de los electores quizá por la cantidad
de errores que cometieron los principales actores de las clases políticas
dominantes. Y el pueblo fue embelesándose con el discurso del golpista y lo
“empoderó” y lo eligió como Presidente en el 98. Y todos fuimos testigos de
cómo ese Hugo, frente a su tocayo Rafael, juró colocando su mano sobre “la
moribunda Constitución”, que conduciría los destinos del país. Quizá el
desatino estuvo en que, para su infortunio, al doctor Caldera el destino le
reservó para otorgarle el perdón a -nada más y nada menos- que al causante de
las desgracias más horrendas que ha padecido la nación que tanto amó.
José
Domingo Blanco (Mingo)
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
Miranda
- Venezula
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