domingo, 17 de abril de 2016

LUIS MARIN, ESPERANDO EL APAGÓN

Se está apagando Venezuela y la revolución socialista es el tema que pone en discusión la Cátedra Pío Tamayo de la Universidad Central de Venezuela en su foro realizado el pasado lunes 11, catorce aniversario de los llamados sucesos de abril de 2002.

El contexto es el esperado colapso del sistema hidroeléctrico del Guri que, según todos los pronósticos técnicos, debe alcanzar su cota mínima en apenas dos semanas, lo que traería como consecuencia la interrupción del suministro eléctrico en todo el país.

Para el profesor Víctor Poleo la crisis eléctrica es intencional, un pretexto para capturar renta petrolera mediante el montaje la estafa eléctrica, que va desde la sobrefacturación en la adquisición de plantas de segunda mano, traídas hasta de Tanzania, los bombillos ahorradores, la entrega del proyecto Tocoma a la empresa Odebrech, concluyendo en la sobreexplotación del complejo hidroeléctrico del Caroní, hasta llevarlo a la extenuación.

Para el chavismo esta es otra consecuencia de la “guerra económica”, que ha devenido en una potencia metafísica que permite explicar desde la escasez de medicinas hasta el nivel de agua de las represas,  pasando por las colas para adquirir alimentos.

Nos toca exponer el apagón institucional cuya expresión más visible es la confrontación cotidiana entre el llamado tribunal supremo de justicia, en su sala constitucional, contra la asamblea nacional, síntoma de causas más profundas, en particular, lo que hemos bautizado como “Justicia Partisana”, otro oxímoron.

El desplazamiento de la controversia política a los tribunales trajo como consecuencia la judicialización de la persecución política; el hecho de que la fiscalía general de la república se convirtiera en un ariete político contra la oposición, de manera que su monopolio de la acción penal no sólo impide que se intenten acciones contra los autores de la estafa eléctrica sino que terminan siendo procesados quienes los denuncien.

En Venezuela es vox populi que primero se encarcela a quien quiera el régimen y luego se busca qué imputarles con resultados a veces francamente estrambóticos.

La máxima según la cual el primer requisito para ser juez es la imparcialidad ha sido invertida a favor de la figura de jueces partisanos, con lo que quien ha salido perdiendo es la justicia.

La justicia revolucionaria es la justicia de partido.

EL ESTADO DEL PARTIDO

Tradicionalmente los Presidentes al asumir el cargo se liberaban de disciplina partidista en beneficio de la idea de que lo eran de toda la Nación y no de una parte de ella, a despecho de que el partido siguiera siendo el soporte político del gobierno y su principal proveedor de personal. Chávez al contrario se mantuvo formalmente como jefe de su movimiento político, actitud cuyas consecuencias no se han valorado suficientemente.

Como en casi toda cuestión esencial, su desenvolvimiento es contradictorio: Insurgió contra el Estado de Partidos siguiendo la letanía bolivariana “si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. La unidad que predicaba Bolívar es bajo su mando, por lo que termina como dictador de Colombia.

Su reticencia hacia los partidos continúa y prefiere hablar de “movimientos” como el Bolivariano 200 y el subsiguiente V República, de hecho, en la Constitución de 1999 al garantizar los derechos políticos de los ciudadanos se habla de asociaciones y organizaciones con fines políticos, pero no de partidos.

No es sino diez años después de haber tomado el poder, cuando ya se ha materializado la ocupación cubana, que se plantea la creación del partido que no por casualidad tiene un nombre semejante al Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba, creado por Fidel Castro con la fusión de su Movimiento 26 de julio, el Directorio Revolucionario y el Partido Socialista Popular; hasta que el Partido Comunista histórico le cede sus banderas para transformarse en Partido Comunista de Cuba, en 1965.

Redacta el artículo 5º de la Constitución en estos términos: “El Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la Nación, es la fuerza dirigente superior de la Sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista.”

Chávez también fracasó en este punto: los partidos del Polo Patriótico no se disolvieron ni se fusionaron en un partido único, ni siquiera el PCV, que tampoco hubiera tenido sentido que cediera sus banderas y su nombre porque ya la URSS había desaparecido, como los mayores partidos de occidente, el PCI y el PCF.

Tampoco logró proscribir a los demás partidos, como hizo Castro, para establecer un sistema unipartidista, por lo que muy a su pesar el sistema pluralista conservó cierta vigencia, aunque la intención hegemónica ha permanecido en el ambiente.
El núcleo militar originario del movimiento bolivariano y del V república se trasladó íntegramente al nuevo partido, designándose como ideólogo al general de división activo Alberto Müller Rojas, entonces Jefe del Estado Mayor Conjunto de las FFAA. Para variar, también contradictorio, porque a la vez se quejaba de la politización de las FFAA y decía que eso de militares apolíticos y no deliberantes era la mayor mentira de la democracia representativa.

No debe subestimarse que el vicepresidente del PSUV, segundo después de Maduro, el capitán Diosdado Cabello, califique de “infiltrados” en los organismos públicos a quienes no se identifiquen con su revolución, a manera de rechazo a los valores clásicos de objetividad e imparcialidad en la función pública.

La poca institucionalidad que se había construido en casi un siglo, se destruyó en menos de veinte años.

La mezcolanza de militares, partido, gobierno y Estado es explosiva y venenosa, lo que ocurra primero.

CRIMEN Y REVOLUCIÓN

La revolución, como transgresión radical del orden legal establecido, tiene una relación  originaria con las actividades criminales y así como los revolucionarios son calificados frecuentemente de bandidos, se tiene a los delincuentes como revolucionarios naturales.

Esta relación puede ilustrarse con Lenin antes de la URSS y Putin después de la URSS. El primero nunca ocultó sus simpatías por los bajos fondos, de hecho, se mofaba de los jefes del partido socialdemócrata ruso que manifestaban escrúpulos por sus tratos con el hampa. Veía más potencial revolucionario en la desfachatez de estos marginales que en la hipócrita beatitud de los miembros del comité central imbuidos, según él, de prejuicios pequeño burgueses.

De modo semejante Vladimir Putin le ha concedido patente de corso a las mafias post soviéticas, que aprecia como el potencial creativo de la nueva Rusia. Es licito a estas alturas preguntarse, ¿cuál es la ideología de Vladimir Putin? Más allá de esa suerte de realismo cínico que lo caracteriza.

Sin duda es la mentalidad del crimen organizado transnacional, esa mezcla de escepticismo moral, sentido práctico y absoluta falta de escrúpulos que hace tan eficaces y eficientes a las mafias a nivel global.

Así se pasa del Estado del Partido al Estado de la Mafia, sin solución de continuidad.

La simpatía por el crimen en Venezuela alcanzó nivel académico con Elio Gómez Grillo y sus seguidores, tuvo su administrador en Manuel Quijada, reformador del sistema judicial y su mejor ejecutor en Iris Varela, la ministro de prisiones.

La teoría de la sociedad criminógena es de una sencillez rampante. No hay delincuentes en cuanto tales. Es la sociedad quien se crea sus propios delincuentes, estigmatizando ciertas conductas como criminales, mientras santifica otras quizás peores como, por ejemplo, el comercio y la banca.

En consecuencia, la relación víctima-victimario se invierte; gracias a la revolución, ahora los delincuentes resultan ser las víctimas de la sociedad y más que ser pasibles de sanción son más bien acreedores de protección.

Así como Rafael Caldera en sus tratados de Derecho del Trabajo acuño el concepto del trabajador como débil jurídico digno de protección especial del Estado, Elio Gómez Grillo convirtió al delincuente en débil jurídico igualmente demandante de apoyo.

El resultado es un sistema penal no punitivo (otro contrasentido), se pretende superar la cárcel en una institución protectora del delincuente, se repudia la idea de castigo a favor de la “reinserción”. De aquí al empoderamiento de los Pranes no hay ni un paso.

Si la revolución en sí misma es una larga sucesión de crímenes, asesinatos, robos, secuestros, es comprensible que sus beneficiarios sean ellos mismos criminales.

Un problema, no el único ni el más grave, es que quien pierde es la gente decente.

Luis Marin
lumarinre@gmail.com
@lumarinre
Caracas - Venezuela

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