El gobierno central prefiere ocuparse del proselitismo político sin
advertir que un pueblo sin salud, es un pueblo derrotado.
No tuvo equivoco el filósofo al decir que a veces el hombre es como agua
entre rocas. Otras veces, como un árbol con sus últimas hojas. Es decir, vive
tiempos en el que se comporta activo, recio, fecundo. Otros momentos, se torna
pesado, débil, desilusionado, agobiado, aquejado por las circunstancias de la
naturaleza propia. Hasta que en algún punto decae. Aunque como escribía el
poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, llega el día que leva anclas para jamás
volver, “un día en que ya nadie nos puede retener”.
Lo que no luce razonable es que lejos de abrazar el final de la vida
según el tiempo de Dios, ésta deba recibirse supeditada a la indolencia.
Resentimiento éste que sirve actual al régimen venezolano como precinto de las
equivocaciones que adopta como decisiones de gobierno. ¿O es que estos
gobernantes están tan obsesionados por el poder y las prebendas que del mismo
usufructúan, que no han tomado consciencia de que su desidia tiene a la
población casi moribunda o en estado agonizante? Es decir, sin medicamentos,
insumos médico-odontológicos, componentes farmacéuticos y sin posibilidades
inmediatas de sustituir equipo quirúrgico vetusto. En medio de tan inclementes penurias, muchos
venezolanos se esfuerzan por imprimirle
fuerza a la vida a desdén de medicamentos que requiere cualquier enfermedad o
dolencia que puedan padecer. Aún así, continúan “echándole ganas” a los trances
o aprietos que el desgano del alto gobierno ha causado en tan importante
población.
El Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, siempre cuenta con una
bien elaborada justificación para intentar excusarse de la pésima administración
que caracteriza su gestión. Los hospitales de mediana y superior categoría, le
endilgan la culpa a la Administración Central. Las clínicas privadas acusan de
tan grosera negligencia a los proveedores quienes, a su vez, señalan al
Ejecutivo Nacional por el desarreglo financiero el cual como problema se
advierte en la menguada asignación de divisas para cancelar compras de
suministros y equipamiento. Sólo que el final de tantos pretextos e infundadas
evasivas, la enfermedad no entiende las desavenencias que configuran los
infinitos retrasos y que luego de forjadas disculpas, no impiden que avance a
niveles críticos y peligrosos.
En el fragor de tan apesadumbrada situación, el gobierno desatiende y se
desentiende de la responsabilidad que le impone la Constitución de la República
cuando le ordena “dar prioridad a la promoción de la salud y a la prevención de
las enfermedades, garantizando tratamiento oportuno y rehabilitación de
calidad” (Art. 84) Más aún, al determinar que “la salud es un derecho social
fundamental” (…). Por eso, “todas las personas tienen derecho a la protección
de la salud” (Art.83) . Todavía agrega el magno texto, que “el funcionamiento
del sistema público nacional de salud es obligación del Estado” (Art. 85) Habida cuenta, “toda persona
tiene derecho a la seguridad social como servicio público” (…) pues “el Estado
tiene la obligación de asegurar la efectividad de este derecho” (Art. 86).
A pesar de esto, el gobierno central prefiere ocuparse del proselitismo
político sin advertir que un pueblo sin fuerzas, frágil, es un pueblo derrotado
y agobiado por la violencia que causa el hambre espiritual, el raquitismo
moral. Y por supuesto, el menosprecio a la salud. Así no hay vida propia. Y sin vida propia, no
hay ideas ni la disposición necesaria que motive una generación de riquezas que
garantice el empuje mínimo que necesita el desarrollo del país. Sin embargo, un
gobierno así que se empeña en tramar su gestión a costa del dolor de un pueblo
con quebrantos de salud, es un gobierno indolente. Razón para vivir un país
ahogado en la indolencia.
VENTANA DE PAPEL
EL EFECTO BERRINCHE
Tan importante como el conocido Efecto Mariposa, concepto éste basado en
el aforismo chino según el cual “el simple aleteo de una mariposa puede cambiar
el mundo“ utilizado por la teoría del Caos para explicar que un pequeño cambio
puede generar enormes variaciones en eventos no siempre relacionados con el
primero, puede ser igualmente el llamado Efecto Berrinche.
Éste, aunque concebido con base en la política empleada por el
autoritarismo para validar abusos traducidos en resoluciones gubernamentales o
en decisiones asumidas al calor de las circunstancias y aplicadas bajo
extremada represión, ilustra la petulancia de gobernantes arrogantes para
justificar arrebatos de paranoia frente a acusaciones públicas por causa del
desarreglo nacional que su gestión ha generado.
A pesar de no ser un concepto totalmente concebido, el Efecto Berrinche
explica el indecente comportamiento de altos funcionarios al escudarse detrás
de infundadas razones para desmentir válidas argumentaciones o desviar
propuestas de salida a los problemas animados por la intransigencia asumida
como conducta política.
No es normal ni tampoco propio de quienes tienen la responsabilidad constitucional
de ordenar la vida económica del país, enrarecer la administración de gobierno
con excusas sin sentido que sólo obedecen a razones ideológicas extemporáneas
que obvian las dramáticas realidades que agobian la nación. En medio de esto,
resulta totalmente desenfocado admitir declaraciones de funcionarios de niveles
estratégicos del gobierno, quienes valiéndose de actitudes indignantes y
groseras, buscan argüir su descocado atrevimiento. Para ello, se sirven de
falacias, inconsistencias, exageraciones y hasta falsedades con el único
propósito de rebatir toda objeción que no esté en la línea política asumida por
el Ejecutivo Nacional o por el PSUV.
Por consiguiente, es lugar común escuchar declaraciones de personajes
del oficialismo que revelan desconocimiento, incompetencia e ignorancia. Todo
ello, en un contexto elaborado para que la indolencia pase inadvertida. De esta
manera, haga verse al gobernante tan impasible como quien vencido hoy, pretende
disfrazarse de vencedor para convencer ilusos y seducir aprendices de
politiquero.
Así se tiene que toda actitud de grandilocuencia expuesta por un alto
funcionario a través de medios de comunicación, aunque equivocada, induce un
efecto intoxicante cuyo resultado termina incitando y trastocando reacciones en
la población que no se compadecen de la necesidad que esa misma población tiene
de sacudirse el caos que estos mismos gobernantes han permitido aflorar con la
excusa de imponer un defectuoso socialismo. Es lo que ha dado por llamársele,
el Efecto Berrinche.
“La indolencia es el abandono de la espiritualidad necesaria a partir de
la cual el hombre es capaz de motivar su actitud para la vida. Así podrá
detentar la caridad entendida como condición de fe para hallar la verdad a
través de una justicia practicada desde el sentimiento más recóndito que habita
en la consciencia del hombre”
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Merida - Venezuela
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