Cuando no hay ley, hay corrupción. El régimen chavista
es autor de la podredumbre de los sobrinos, de los ahijados y de los próceres.
No es un comportamiento excéntrico. Tampoco una disrupción en los principios.
Es el ambiente indispensable para el funcionamiento del torbellino rojo.
Hace unos 16 años Hugo Chávez estableció la primacía
de su régimen sobre la ley. Los límites, los canales, los procedimientos,
debían ser sobrepasados, desmoronados o aplastados, para alcanzar fines
superiores. Todo lo violable se violó en nombre del crimen que ha sido su
revolución.
Chávez juró sobre “esta moribunda Constitución (la de
1961)”, en el mismo acto de desnucarla. Desde entonces el país ha andado sin
ley; esta solo ha servido como coartada del delito llevado a cabo desde el
Estado. Los ciudadanos se encuentran inermes, sin nadie a quien recurrir, sin
autoridad a la cual reclamar, sin instancia de protección o defensa. No le
dieron poder a la gente; se lo suprimieron. Solo le dieron poder a aquellas
bandas del terror capaces de caerles a golpes, en manada, a los disidentes de
todas las horas.
Cuando se decidió ayudar a los “hermanos de la FARC”,
la conexión con las actividades criminales se volvió parte del paisaje venezolano,
incluido el narcotráfico que “los hermanos” practican a placer como método de
financiamiento. La complicidad de niveles fundamentales del liderazgo escarlata
generó la cobertura propicia para que ocurrieran dos fenómenos que amplificaron
la podredumbre: 1) Varias instituciones, en cuanto tales, se involucraron
progresivamente en el miasma, en la “narcodinámica” del lavado de dinero, como
diría Pablo Escobar; y 2) personajes de las orillas del poder, validos del
parentesco, amistad o apersogamiento, se sintieron autorizados a meterse en la
piñata con la convicción de que no habría sanción que los alcanzase.
Así fue. Si no existieran países como Estados Unidos,
con agencias poderosas como la DEA, la narcopolítica podría desperdigarse
impune a partir de territorios, como el venezolano, en los que los
representantes de la ley están tan podridos como los criminales a quienes deben
aplicársela.
Una de las manifestaciones más escandalosas de la
podredumbre es que Nicolás Maduro se conciba con el derecho de ignorar por
varios días (al menos hasta el momento de escribir estas líneas) una situación
que llega al mero corazón de su familia. La ausencia de pronunciamientos y la
censura a todos los medios que el régimen controla solo añade gravedad y
pestilencia a lo que ya es de suyo grave y pestilente.
Carlos Blanco G.
@carlosblancog .
www.tiempodepalabra.com
Caracas - Venezuela
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