En estos días se
habla de la necesidad de un reagrupamiento y redefinición de una alternativa
política, de un movimiento que aglutine las voluntades de todos los
venezolanos, oposición y chavismo consciente, de los ciudadanos que rechazaron
a través del voto o de la abstención el intento de cambiar la democracia por un
modelo totalitario al estilo cubano. Eso significa que es necesario crear la
sinergia para la reconstrucción del país.
Desde ahora habrá que
buscarle otro nombre a la oposición, ya que muchos disidentes de la izquierda y
chavistas de corazón han dicho “NO” al caos, a las pretensiones de su
comandante muerto y del otro déspota que lo sustituyó, pero hablemos claro,
muchos están lejos de identificarse con la MUD y menos con algunos de sus
líderes que son portadores del ADN de una partidocracia populista y corrupta
que significó el desencanto del pueblo con la democracia y el preámbulo del
triunfo del chavismo y posterior desmantelamiento del Estado en estos 17 años.
Por doquier escucho
la pregunta: ¿quién en este momento pueda aglutinar al pueblo venezolano
alrededor de una causa? La otra pregunta clave es: ¿cuál causa?, ya que hay que
construir una que nos conmueva y nos movilice en la reconstrucción del país.
Para eso requerimos de un líder, necesitamos de un buen director para esta
orquesta de 28 millones de venezolanos, de los cuales 14 millones de ciudadanos
dijeron: ¡Ya basta! Necesitamos una voz que logre suplantar eslóganes confusos
y superficiales por ideas constructivas, creativas e innovadoras y que
transmita un concepto que unifique al pueblo en un destino común. Para eso hay
que elaborar un pacto social, como única herramienta de búsqueda de estrategias
y soluciones colectivas concertadas para aglutinar las individualidades en una
causa común.
El pensador
Buckminster Fuller afirma: “No podrás cambiar las cosas luchando contra la realidad
existente. Para cambiar algo, debes construir un nuevo modelo que haga obsoleto
el modelo actual”. (Anthology for the New Millennium, St. Martins Press, 2001).
Aparte de las demandas urgentes de la hora actual, los nuevos líderes que
surjan de esta crisis les corresponde presentar al país un nuevo modelo, ya que
el actual y el anterior de la IV república están agotados. Deberán cambiar a
una sociedad estructurada sobre la renta petrolera y un sistema político y
económico que secularmente ha servido para beneficiar a las élites que se
asocian al gobierno de turno, una de las causas de la ruina en que se encuentra
Venezuela. El chavismo, aparte de entregar la soberanía a terceros, lo que hizo
fue borrar los límites entre Estado, gobierno y partido oficial, potenciando
aún más el rentismo y la corrupción. El ingreso petrolero no se reinvirtió en
lograr un desarrollo sustentable para lograr la independencia económica,
industrial y productiva, mucho menos para sentar las bases de una sociedad del
conocimiento. Tampoco se utilizó para empoderar al ciudadano para que este
emprendiera su propio desarrollo y progreso individual, por el contrario,
hipotecaron el futuro del país convirtiéndolo en un paria del progreso humano.
Eso es indignante e intolerable.
Los jóvenes deben
luchar por desfibrilizar la política, ya que ha perdido su voz crítica de
ideas, pues la tarea más urgente es la de ensamblar las individualidades
alrededor de un lenguaje que reconstruya el escenario político venezolano que
lo posicione en el mundo del siglo XXI. Una sociedad que no se encuentre en
este momento ensayando modelos alternativos para su futuro, en un franco
proceso de reposicionamiento ante un entorno de incertidumbres y amenazas
globales, será un país frágil o en vías de extinción.
Esto será así, de
seguir en manos de políticos y líderes ignorantes y corruptos, incapaces de
entender y gerenciar con eficacia a sociedades modernas que en este momento
están tratando de sacudirse modelos obsoletos de economía y política. Nunca es
tarde para abrir los ojos a las nuevas tendencias, para la reingeniería del
pensamiento, para el reposicionamiento y la reconducción del país. Para eso es
necesario que se unan las inteligencias y las voluntades de los que desean
reconstruir el país, a través de una causa que conmueva y movilice, que
despierte la voluntad y unión de todos los ciudadanos. La verdadera lucha es
por un cambio de paradigmas.
Ser pobre es malo
Venezuela, con sus
916.445 km2 de superficie, con las reservas de petróleo más grandes del
planeta, pletórica de recursos naturales de todo tipo y una población de 28.
047.938 habitantes, se ha convertido en una cáscara vacía. Resulta curioso que
un país cuyas ganancias producidas en 16 años por el comercio del petróleo haya
sido de aproximadamente 600.000 millones de dólares, presente hoy tan
desesperanzador cuadro de pobreza, escasez, improductividad y marginalidad en
todos los órdenes del desarrollo mundial.
Entre los factores
para lograr la reconstrucción del país y sacarlo del encasillamiento de las
obsoletas ideas socialistas, es imperativo posicionarlo, hay que pasar de ser
un petroestado rentista a un Estado emprendedor que invierta en conocimiento
hacia un futuro sustentable. Según Juan Enríquez Cabot: “Los imperios del
futuro son los imperios de la mente. Los países más ricos no son, como antes,
los que tienen más recursos naturales, sino los que están mejor equipados
educativa y tecnológicamente”. El mundo está transitando de una economía de
bienes básicos a una economía del conocimiento. “Aquellos pueblos que siguen
tratando de competir vendiendo materias primas sin conocimientos, son cada día
más pobres. Una economía no solamente puede mover la riqueza física, reservas e
inversiones, sino que también puede mover la riqueza intelectual”.
Hay que rescatar a
Venezuela, se ha quedado rezagada de la economía global, de las nuevas
tendencias del desarrollo, de la sociedad del conocimiento, de las innovaciones
y en general de la creatividad necesaria para enfrentar los retos que representan
los nuevos paradigmas de la civilización. Debemos recuperar a gerentes,
técnicos, investigadores, académicos, científicos, periodistas e intelectuales
que representan los activos más valiosos del país. Invertir en conocimiento y
no despilfarrar en ideologías. En pocos años un país puede alcanzar el
desarrollo si se lo propone. Esto solo será posible en democracia, con la
participación y voluntad política de mentes lúcidas que decidan corregir el
rumbo incierto que ha predominado hasta el presente. Habría que comenzar por
superar la pobreza mental imperante durante todos estos años y buscar un
terreno común y un lenguaje común para el establecimiento de unas reglas de
juego claras para salir del cul-de-sac donde nos han conducido. El renacimiento
es posible con rigor y férrea voluntad política.
Edgar Cherubini
Lecuna
edgar.cherubini@gmail.com
@edgarcherubini
Francia
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