El resultado
electoral del domingo pasado, tal como indicaban las encuestas durante meses y
sin que se produjera el acortamiento de la brecha que a última hora anunciaron
algunos analistas, constituyó una demoledora derrota para el gobierno. Fue, sin
torpes anuncios previos, un plebiscito que redactó el acta de defunción de un
régimen que ya alcanza los 17 años y cuyo cadáver embalsamado aguarda por la
inhumación que se avizora como de breve plazo.
No voy a analizar esa derrota cataclísmica, porque su propio estruendo
lo expresa todo y sus implicaciones y consecuencias son tantas que necesitaría
demasiado tiempo y texto para hacerlas. Dos observaciones necesarias: la
primera, que el régimen anunciado por su creador para dudar por toda la
eternidad, sobrevive apenas un par de años a su difunto progenitor. La segunda,
que mientras el denostado “puntofijismo”
duró 40 años, éste no llega ni a la mitad.
Se ha dicho que el
aturdido Maduro, quien emblematiza la gravísima derrota sin atenuantes que
trata de repartir para que le toque menos, no la ha comprendido todavía, a
juzgar por sus reacciones ante un hecho cuya culpabilidad es intransferible. Yo
creo más bien que la ha comprendido cabalmente y que su agresividad no es más
que la terquedad del débil, simulación de fuerza por parte del desmayado,
reacción miedosa del que huye hacia adelante para escapar de su realidad.
A eso
responden estulticias como el cambio de gabinete, los anatemas contra los
malagradecidos a quienes no construirá más viviendas ni repartirá más taxis y
las amenazas contra los empleados desleales que, según él, han mordido la mano
bondadosa que les ha matado el hambre. El llamado clamoroso a revolucionarios,
patrulleros, ubechistas, comunas, colectivos y bases partidistas para que
refunden la revolución que precisamente acaba de ser borrada del mapa para que
cobre nuevos ímpetus, es una convocatoria a la nada, a un universo imaginario
que sólo existía en los papeles de un fanfarrón y petardista de la política que
presume de psiquiatra cuando realmente es paciente.
¿Que ganó la contrarrevolución, dicho de Maduro con pretensiones de denunciar una herejía? Pues claro que sí. Fue el pueblo quien identificó la revolución con la ineficiencia, el robo, la escasez, el alto costo de la vida y demás tragedias cotidianas padecidas durante 17 años por el país que pensó acertadamente que al votar contra todo eso estaba votando contra la revolución y así lo hizo. ¿Que la derrota fue producto de la guerra económica? Ciertamente sí, la guerra económica que decretó y ganó plenamente el gobierno contra la economía toda, contra la industria y el comercio, contra la agricultura y la ganadería, contra los gremios, sindicatos y pare de contar. ¿Que la gente votó para castigar a los responsables de su tragedia? Por supuesto, y ese merecido castigo es justicia espontánea, elemental e inapelable.
Como siempre ocurre,
los jefes que pierden han de colocar su cabeza en el tajo y los que fueron
subalternos sumisos mientras el panal rezumaba, se tornan levantiscos y
verdugos para invertir la pirámide del poder. Esa es la historia.
Pero esta
derrota no es casual ni inmerecida, como tampoco el castigo de quienes deben
ser nítidamente recordados para que no encuentren jamás nuevas víctimas. La
militancia restante es un hervidero de rabias y reclamos que claman por la
defenestración de quienes comandaron el fin sin gloria.
Henry Ramos Allup
hramosallup@hotmail.com
@hramosallup
Caracas - Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario