Sería
una simpleza suponer que la conducta del PSUV ante la crisis sólo le concierne
a esa organización. Es, en los hechos, el partido único de gobierno y no tiene
por qué resignarse a seguir siendo un obstáculo para los cambios que incluso
sus partidarios quieren. Quizá lo que les resulta imposible sea lo que más les
convenga: poner su parte en la solución de la crisis que crearon.
El
PSUV, además de lo que signifique como partido, es un sistema de creencias en
un proyecto que prometió emancipar al pueblo de la opresión de los ricos y al
país de los EEUU; redimir a los excluidos y llevar a cabo la venganza social
contra los responsables de las desventuras humanas de la mayoría. Es la escenificación colectiva de un cuento a
lo Robin Hood para lograr la anhelada vuelta de tortilla de la que habla la
nostálgica canción española del tomate. Sólo que con pobres sin pan.
El PSUV se está marchitando por
déficit de proyecto, por los errores de Maduro y por el desmoronamiento que le
ocasiona las calamidades de una crisis que no pide carnet a la gente para
golpearla duramente. El PSUV se está contrayendo a una masilla de reserva para
maniobras internas y para las combinaciones de
competencias/conflictos/coincidencias entre una docena de dirigentes que hoy
sólo se ocupan de apuntalar sus parcelas de poder.
Abajo,
los militantes del PSUV comprueban que la lealtad de seguidores y votantes no
es a prueba de crisis. Por más que sigan repitiendo vehementemente que los
cajeros del Banco de Venezuela no funcionan porque “otra vez la oposición los
deja sin plata”, en la intimidad de su conciencia saben que el verdadero
responsable del “cajero en mantenimiento” es su dueño: el gobierno.
Pero el
motivo de la desilusión popular no es la ideología sino el estómago vacío. El gobierno no sabe, y nunca podrá hacerlo con las mismas
políticas que los vaciaron, cómo llenar los anaqueles. Y si no abastece pronto
y sigue atado a su ineficacia, no aguantará el terremoto que le está cuarteando
sus bases. Se abrirá una tronera que hará que su desplazamiento, constitucional
y electoral, sea cuestión de tiempo.
Es evidente que entre los millones de
venezolanos que votaron por Maduro hay gente de ideales, de trabajo y de
valores. Es también seguro que en Venezuela no hay cinco millones de corruptos
por el sólo hecho de haber votado por el PSUV, igual como dicen que le
respondió Fidel a Chávez cuando éste llamó a la oposición oligarcas: es
imposible que en un país haya tantos oligarcas.
En el
PSUV también hay una erupción de descontento y es imposible que no comiencen a
salir a la luz pública las insatisfacciones y críticas contra las políticas de
Maduro. Por eso resulta costoso para la
cúpula insistir en bloquear al revocatorio, que según la prédica oficialista es
el logro más relevante de la democracia participativa. Esa contradicción se les
clavará como una astilla interna.
No está
negado que en el PSUV surjan voces que exijan un viraje en materia del modelo
económico, en los esquemas de control autoritario que han fracasado y en la
insistencia a criminalizar a la oposición. La transición pacífica, democrática,
constitucional y electoral también le preocupa a las bases del PSUV y algunos
de sus dirigentes tienen que estar pensando en la renuncia de Maduro como tabla
de salvación del proyecto.
Si la
cúpula gubernamental le impone al PSUV la defensa conservadora de sus
privilegios estará incubando nuevas derrotas políticas y electorales en su
camino. Si al contrario decide contarse y acatar el mandato del soberano, sea
un respaldo o un rechazo, estará abriendo la posibilidad de volver a
encontrarse con los deseos de la mayoría que ahora respalda claramente la ruta
de la MUD. Hay que aceptar que así es la democracia.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
Caracas - Venezuela
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