LAS DOS VENEZUELAS
"Cachicamo trabajando pa lapa; la avaricia rompe el saco. Y
mapurite sabe a...". Popurrít de dichos populares que hacen pensar.
Día: 25 de enero de 2017.
Hora: 06:30 de la mañana.
Sitio: Avenida Principal de Las Mercedes, frente al Centro Comercial
Tolón.
Motivo: Disputa entre cinco personas (tres hombres y dos mujeres) por el
contenido de un grupo de bolsas negras con el obvio contenido de la basura y
desperdicio de comida depositado en el sitio.
Es la Venezuela del 2017. La de los dos rostros: la que vive y aprecia
la mayoría de los venezolanos en cualquier rincón del territorio nacional. Y la
que insisten en ocultar los administradores del poder público, bajo la falsa
creencia y hasta convicción de que aquí no hay hambre; de que lo de la hambruna
es cuento de la disidencia política, una versión cuasicriminal de los mismos
que se ocupan de equipar a diario a quienes avivan la guerra económica.
Es la misma Venezuela, por supuesto, que se ha convertido en el
epicentro de otras dos justificaciones: la del eterno e improductivo Decreto de
Emergencia Económica; y la que le sirve de argumento al Ministerio de la Alimentación para
reclamar a diario el derecho a tener mayor control de la disponibilidad de divisas
del país para llenar, en el más corto plazo posible, las bolsas y/o cajas de
productos importados que vende el sistema de los Comités Locales de
Abastecimiento y Producción (Clap).
Por cierto, después de un año de haberse aprobado -a trocha y moche- el
citado Decreto, nadie conoce el contenido de la obligatoria explicación de su
alcance económico y social; mucho menos de cuánto le ha costado al país y a sus
ciudadanos el financiamiento de esa nueva variable de operativos tras
operativos. Es una excusa para hacer cosas, aunque menos, triste y
dolorosamente, para hacer posible que se incremente la producción de alimentos;
sí, y que a partir de la dinamización de
ese esfuerzo organizado y gerenciado por los dolientes del sector privado, se
comience a evitar la reedición de episodios definitivamente dantescos como el
del 25 de enero.
Pero más allá de lo que pasa con los alimentos, ¿qué sucede entre los
usuarios del servicio del transporte superficial?. Ellos, los eternos olvidados entre la más de
veintena de planes contra la inseguridad, sencillamente, se persignan y se
encomiendan a Dios. Conforman esa gran mayoría que, para variar, también tiene
que hacer una tras otra cola para llegar a sus sitios de trabajo, hogares o
destino ante la necesidad de emprender cualquier diligencia individual o familiar. Y rezan
antes de embarcarse en las unidades donde pueden ser asaltados, agredidos,
robados, heridos o asesinados, como pudiera estarse ahora proyectando en el
servicio subterráneo.
Otra no menos dura y dolorosa experiencia significa tener que acudir a un hospital o
cualquier otro centro de salud pública, en un intento por pretender sanar de
alguna patología o de sobrevivir. En muchos casos, es la antesala de poder morir por la falta de
atención; bien porque no hay médicos
especializados o porque no hay medicamentos en el mercado. 0 porque -y es el
colmo- hay que someterse a una larga espera, en vista de que la abundancia de
pacientes con peores dolencias o enfermedades, impone la atención por causas
de mayor prioridad en un ambiente de
escasez.
Y si se trata de acudir a algún despacho para llevar a cabo un trámite,
lo más seguro es que, a partir del hecho de estar en el sitio, el proceso
termine convirtiéndose en un esfuerzo traumático. Hay que prepararse mentalmente para recibir
maltratos de todo tipo y hacer colas desde la madrugada. ¿Ejemplo?. Lograr un Pasaporte por primera
vez, renovarlo, etc; equivale a tener que someterse a vencer un verdadero maratón de visitas a las oficinas correspondientes,
como a una segura pérdida de tiempo,
salvo que se acuda a lo peor de lo peor.
Eso de entre lo peor no es otra cosa que convenir la posibilidad de una
solución a partir de la prestación de los servicios ilícitos de un gestor que
merodea en el sitio, conoce allí a todo el santo mundo y que, con una oportuna
sonrisa de oreja a oreja, te manifiesta estar en capacidad de, por una módica
-o arruinante cifra-, poner el
necesitado Pasaporte en manos de su cliente de mercado negro. ¿Cómo lo logra?.
Lo logra. Porque lo cierto es que cumple con la entrega el mismo día, sin haber
tenido necesidad de pasar por la experiencia ciudadana de tener que acudir a
una oficina o taquilla en la que es recibido por una servidora pública que, sin dignarse a ver a los ojos del solicitante,
prefiere seguir en su tarea particular del momento. Esa no es otra que limarse
las uñas o chatear en un celular "Vergatario", mientras dice:
“no mijo (a) venga la próxima semana, porque hoy no hay material”.
El colmo del momento al salir de esa dependencia pública, es que luego
hay que enfrentarse a vivir un nuevo calvario: caminar por la calle; tener que
hacerlo entre vehículos de todo tipo y, en especial, entre un anarquizado y
violento enjambre de motorizados. Es decir, de toda una poblada que intimida,
agrede, viola normas de tránsito o de cualquier otra en la que se apoya una
sociedad que presume de estar integrada por individualidades civilizadas. Para
esa misma que, además, se siente en libertad de ignorar semáforos, aceras,
convencida como está de que, al final de su particular conducta, también existe
el trofeo de la impunidad. Sin duda alguna, si eso no fuera así, el país podría
solventar una multiplicidad de situaciones de violencia urbana o rural en un
amigable recinto oficial, incluyendo el que se presenta cuando ese ciudadano argumenta ser víctima de un
siniestro de tránsito o choque.
¿Y en el caso de tener que hacer colas para adquirir bienes o acceder a
servicios públicos o privados?. Eso es
ya sólo rutina. En Venezuela, es parte de la vida diaria. Es una obligación. En
abastos, panaderías o supermercados. En farmacias y hasta en funerarias.
¿Existirá otro país en el mundo donde sus habitantes están obligados a
desperdiciar tantas horas productivas cada día, sencillamente porque no hay
manera de evitarlo o de impedirlo?. Nadie lo sabe. Aunque sí que las colas han
servido para incorporar otro elemento a la cultura de la conversación fortuita
entre los venezolanos, principalmente -y haciendo uso hasta de sillas plegables-para
despotricar del Gobierno y de sus grises altos funcionarios, cuando no de las
últimas andanzas de la delincuencia organizada o espontánea, por lo demás,
normal que así suceda en el país con el mayor índice de violencia en todo el
mundo.
Es obvio que el país no puede continuar así. Hay que trabajar para
hacerlo cambiar. ¿Cómo?. De una manera distinta a la forma como han querido
hacerlo el Gobierno y la oposición.
Ellos no han podido. Su propósito durante 18 años ha sido por un control del
poder. Se les olvidó que se necesita una salida ante esta situación. También
que la solución no puede ser exclusivamente la de cambiar a un Gobierno para poner otro.
Tampoco la de reemplazar al Presidente o
a otro funcionario público.
Coloquialmente hablando, hay que hacer lo mismo que las otrora
lavanderas de río: lavar y sacudir con fuerza la ropa, hasta asegurarse que
está realmente limpia y con olor a detergente. Es decir, hacer limpieza real,
auténtica, jamás sólo pretender usar otra prenda impregnada con el mismo sucio
de la anterior. Lo que se necesita, es una prenda limpia; la refundación de la
República que hoy naufraga entre sus peores crisis históricas. No las que
supuestamente existían antes del 4 de febrero de 1992. Sí las que les asfixian
el alma a más de 30 millones de ciudadanos que, seguramente, serán obligados a
ser testigos de excepción de una circense conmemoración de ese mismo episodio ocurrido hace ya 25
años. Y, si se quiere, a partir, irónicamente, de lo mismo que, en su momento,
planteó el hoy ausente cabeza de propuesta: con la invocación de un proceso
Constituyente.
Quien entonces lo invocó, fue para reformarlo todo. Sin embargo, eso
quedó inmerso en un juego de hacerlo todo, es verdad, pero con base en una
visión monodirigida de sastre histórico:
“a mi medida”; no en respuesta a la satisfacción de las necesidades de la
ciudadanía. De hecho, confeccionó una Constitución convertida en traje con
ajuste perfecto. Ignoró la obligación de hacer la reforma ajustada al único que
le correspondía ser beneficiado: al venezolano. Es decir, al único con derecho,
por ser el verdadero dueño de la nación,
y al que hoy, aun cuando se le trata de exhibir como el maniquí referencial
como figura exacta para el uso del ideal
instrumento constitucional, se le ha convertido, ciertamente en un
maniquí, pero que luce como espantapájaros, luego de que SU Constitución ha
terminado siendo interpretada interesadamente, como aprobado el Decreto de
Emergencia Económica, es decir, a trocha y moche.
Refundar la nación es el reto y
compromiso de y para los verdaderos demócratas. Pero el camino para llegar
hasta allí tiene que ser con una
Asamblea Constituyente Originaria que no sea confeccionada en respuesta a los
exclusivos propósitos de un oportunista, mucho menos de un improvisado. Tiene
que darse en atención a lo que plantea el agente de cambio por excelencia, el
CIUDADANO. Lo que requieren los 30
millones de ciudadanos y que, en su nombre, los facultados para hacerlo con
base en la Ley, y con el ejercicio del
voto, elijan y hagan el cambio.
La Venezuela de hoy, no es la misma del Siglo XIX. Ella no necesita
Mesías ni salvadores. Refundar la República implica cambiar el estamento, desde
sus bases y organización; independizando
los poderes; liberando a las regiones; consagrando la libertad; no como
concesión de unos pocos, sí como ejercicio del ciudadano de hoy, con
posibilidades de acceder a lo que le
corresponde como derecho, para alcanzar
el libre desarrollo en un ambiente donde se respeten las garantías de
seguridad y justicia. En definitiva, un país en donde sea posible vivir sin que
haya una permanente y maliciosa gestión administrativa perseverando en su
propósito conculcar sueños y esperanzas. Y en el que no haya dudas con respecto
a que son tan legítimos los derechos de aquellos a los que se les ha condenado
a disputarse la basura en procura de alimentos, como a quienes hoy no
encuentran respuestas cuando quieren contribuir en la solución de dicha dura
realidad, sencillamente, porque hay unos pocos, desde el ejercicio del poder,
empeñados en seguir usufructuando la bondad de su propio maniquí histórico.
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Coordinador Nacional
de Independientes por el Progreso (IPP)
Gente
Miranda - Venezuela
Eviado a nuestros correos por
Edecio Brito Escobar
ebritoe@gmail.com
CNP-314
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