jueves, 2 de febrero de 2017

EGILDO LUJÁN NAVA, LA SALIDA: REFUNDAR LA REPÚBLICA.

LAS DOS VENEZUELAS

"Cachicamo trabajando pa lapa; la avaricia rompe el saco. Y mapurite sabe a...".  Popurrít de dichos populares que hacen pensar.                                                                                                           
Día: 25 de enero de 2017.
Hora: 06:30 de la mañana.
Sitio: Avenida Principal de Las Mercedes, frente al Centro Comercial Tolón.

Motivo: Disputa entre cinco personas (tres hombres y dos mujeres) por el contenido de un grupo de bolsas negras con el obvio contenido de la basura y desperdicio de comida depositado en el sitio.

Es la Venezuela del 2017. La de los dos rostros: la que vive y aprecia la mayoría de los venezolanos en cualquier rincón del territorio nacional. Y la que insisten en ocultar los administradores del poder público, bajo la falsa creencia y hasta convicción de que aquí no hay hambre; de que lo de la hambruna es cuento de la disidencia política, una versión cuasicriminal de los mismos que se ocupan de equipar a diario a quienes avivan la guerra económica.

Es la misma Venezuela, por supuesto, que se ha convertido en el epicentro de otras dos justificaciones: la del eterno e improductivo Decreto de Emergencia Económica; y la que le sirve de argumento  al Ministerio de la Alimentación para reclamar a diario el derecho a tener mayor control de la disponibilidad de divisas del país para llenar, en el más corto plazo posible, las bolsas y/o cajas de productos importados que vende el sistema de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap).

Por cierto, después de un año de haberse aprobado -a trocha y moche- el citado Decreto, nadie conoce el contenido de la obligatoria explicación de su alcance económico y social; mucho menos de cuánto le ha costado al país y a sus ciudadanos el financiamiento de esa nueva variable de operativos tras operativos. Es una excusa para hacer cosas, aunque menos, triste y dolorosamente, para hacer posible que se incremente la producción de alimentos; sí,  y que a partir de la dinamización de ese esfuerzo organizado y gerenciado por los dolientes del sector privado, se comience a evitar la reedición de episodios definitivamente dantescos como el del 25 de enero.

Pero más allá de lo que pasa con los alimentos, ¿qué sucede entre los usuarios del servicio del transporte superficial?.  Ellos, los eternos olvidados entre la más de veintena de planes contra la inseguridad, sencillamente, se persignan y se encomiendan a Dios. Conforman esa gran mayoría que, para variar, también tiene que hacer una tras otra cola para llegar a sus sitios de trabajo, hogares o destino ante la necesidad de emprender cualquier  diligencia individual o familiar. Y rezan antes de embarcarse en las unidades donde pueden ser asaltados, agredidos, robados, heridos o asesinados, como pudiera estarse ahora proyectando en el servicio subterráneo.

Otra no menos dura y dolorosa experiencia  significa tener que acudir a un hospital o cualquier otro centro de salud pública, en un intento por pretender sanar de alguna patología o de sobrevivir. En muchos casos,  es la antesala de poder morir por la falta de atención; bien porque  no hay médicos especializados o porque no hay medicamentos en el mercado. 0 porque -y es el colmo- hay que someterse a una larga espera, en vista de que la abundancia de pacientes con peores dolencias o enfermedades, impone la atención por causas de  mayor prioridad en un ambiente de escasez.

Y si se trata de acudir a algún despacho para llevar a cabo un trámite, lo más seguro es que, a partir del hecho de estar en el sitio, el proceso termine convirtiéndose en un esfuerzo traumático.  Hay que prepararse mentalmente para recibir maltratos de todo tipo y hacer colas desde la madrugada.   ¿Ejemplo?. Lograr un Pasaporte por primera vez, renovarlo, etc; equivale a tener que someterse a vencer un verdadero  maratón de visitas a las oficinas correspondientes, como a una segura  pérdida de tiempo, salvo que se acuda a lo peor de lo peor.

Eso de entre lo peor no es otra cosa que convenir la posibilidad de una solución a partir de la prestación de los servicios ilícitos de un gestor que merodea en el sitio, conoce allí a todo el santo mundo y que, con una oportuna sonrisa de oreja a oreja, te manifiesta estar en capacidad de, por una módica -o arruinante cifra-,  poner el necesitado Pasaporte en manos de su cliente de mercado negro. ¿Cómo lo logra?. Lo logra. Porque lo cierto es que cumple con la entrega el mismo día, sin haber tenido necesidad de pasar por la experiencia ciudadana de tener que acudir a una oficina o taquilla en la que es recibido por una servidora pública que, sin  dignarse a ver a los ojos del solicitante, prefiere seguir en su tarea particular del momento. Esa no es otra que limarse las uñas o chatear en un celular "Vergatario", mientras dice: “no  mijo (a) venga la próxima semana,  porque hoy no hay material”. 
       
El colmo del momento al salir de esa dependencia pública, es que luego hay que enfrentarse a vivir un nuevo calvario: caminar por la calle; tener que hacerlo entre vehículos de todo tipo y, en especial, entre un anarquizado y violento enjambre de motorizados. Es decir, de toda una poblada que intimida, agrede, viola normas de tránsito o de cualquier otra en la que se apoya una sociedad que presume de estar integrada por individualidades civilizadas. Para esa misma que, además, se siente en libertad de ignorar semáforos, aceras, convencida como está de que, al final de su particular conducta, también existe el trofeo de la impunidad. Sin duda alguna, si eso no fuera así, el país podría solventar una multiplicidad de situaciones de violencia urbana o rural en un amigable recinto oficial, incluyendo el que se presenta cuando  ese ciudadano argumenta ser víctima de un siniestro de tránsito o choque.

¿Y en el caso de tener que hacer colas para adquirir bienes o acceder a servicios públicos o privados?.  Eso es ya sólo rutina. En Venezuela, es parte de la vida diaria. Es una obligación. En abastos, panaderías o supermercados. En farmacias y hasta en funerarias. ¿Existirá otro país en el mundo donde sus habitantes están obligados a desperdiciar tantas horas productivas cada día, sencillamente porque no hay manera de evitarlo o de impedirlo?. Nadie lo sabe. Aunque sí que las colas han servido para incorporar otro elemento a la cultura de la conversación fortuita entre los venezolanos, principalmente -y haciendo uso hasta de sillas plegables-para despotricar del Gobierno y de sus grises altos funcionarios, cuando no de las últimas andanzas de la delincuencia organizada o espontánea, por lo demás, normal que así suceda en el país con el mayor índice de violencia en todo el mundo.

Es obvio que el país no puede continuar así. Hay que trabajar para hacerlo cambiar. ¿Cómo?. De una manera distinta a la forma como han querido hacerlo el Gobierno y  la oposición. Ellos no han podido. Su propósito durante 18 años ha sido por un control del poder. Se les olvidó que se necesita una salida ante esta situación. También que la solución no puede ser exclusivamente la de  cambiar a un Gobierno para poner otro. Tampoco la de reemplazar al  Presidente o a otro funcionario público.

Coloquialmente hablando, hay que hacer lo mismo que las otrora lavanderas de río: lavar y sacudir con fuerza la ropa, hasta asegurarse que está realmente limpia y con olor a detergente. Es decir, hacer limpieza real, auténtica, jamás sólo pretender usar otra prenda impregnada con el mismo sucio de la anterior. Lo que se necesita, es una prenda limpia; la refundación de la República que hoy naufraga entre sus peores crisis históricas. No las que supuestamente existían antes del 4 de febrero de 1992. Sí las que les asfixian el alma a más de 30 millones de ciudadanos que, seguramente, serán obligados a ser testigos de excepción de una circense conmemoración  de ese mismo episodio ocurrido hace ya 25 años. Y, si se quiere, a partir, irónicamente, de lo mismo que, en su momento, planteó el hoy ausente cabeza de propuesta: con la invocación de un proceso Constituyente.

Quien entonces lo invocó, fue para reformarlo todo. Sin embargo, eso quedó inmerso en un juego de hacerlo todo, es verdad, pero con base en una visión monodirigida  de sastre histórico: “a mi medida”; no en respuesta a la satisfacción de las necesidades de la ciudadanía. De hecho, confeccionó una Constitución convertida en traje con ajuste perfecto. Ignoró la obligación de hacer la reforma ajustada al único que le correspondía ser beneficiado: al venezolano. Es decir, al único con derecho, por ser  el verdadero dueño de la nación, y al que hoy, aun cuando se le trata de exhibir como el maniquí referencial como figura exacta para el uso del ideal  instrumento constitucional, se le ha convertido, ciertamente en un maniquí, pero que luce como espantapájaros, luego de que SU Constitución ha terminado siendo interpretada interesadamente, como aprobado el Decreto de Emergencia Económica, es decir, a trocha y moche.

Refundar la nación  es el reto y compromiso de y para los verdaderos demócratas. Pero el camino para llegar hasta allí  tiene que ser con una Asamblea Constituyente Originaria que no sea confeccionada en respuesta a los exclusivos propósitos de un oportunista, mucho menos de un improvisado. Tiene que darse en atención a lo que plantea el agente de cambio por excelencia, el CIUDADANO. Lo que requieren los  30 millones de ciudadanos y que, en su nombre, los facultados para hacerlo con base en la Ley,  y con el ejercicio del voto,  elijan y hagan el cambio.

La Venezuela de hoy, no es la misma del Siglo XIX. Ella no necesita Mesías ni salvadores. Refundar la República implica cambiar el estamento, desde sus bases y organización;  independizando los poderes; liberando a las regiones; consagrando la libertad; no como concesión de unos pocos, sí como ejercicio del ciudadano de hoy, con posibilidades  de acceder a lo que le corresponde como derecho, para alcanzar  el libre desarrollo en un ambiente donde se respeten las garantías de seguridad y justicia. En definitiva, un país en donde sea posible vivir sin que haya una permanente y maliciosa gestión administrativa perseverando en su propósito conculcar sueños y esperanzas. Y en el que no haya dudas con respecto a que son tan legítimos los derechos de aquellos a los que se les ha condenado a disputarse la basura en procura de alimentos, como a quienes hoy no encuentran respuestas cuando quieren contribuir en la solución de dicha dura realidad, sencillamente, porque hay unos pocos, desde el ejercicio del poder, empeñados en seguir usufructuando la bondad de su propio maniquí histórico.
                                                                                            
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Coordinador Nacional 
de Independientes por el Progreso (IPP)
Gente  
Miranda - Venezuela  

Eviado a nuestros correos por
Edecio Brito Escobar
ebritoe@gmail.com
CNP-314

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