Al
destruir la política como convivencia competitiva, se retrocede a la violencia
Sicólogos
sociales, sociólogos, siquiatras analizaron cómo el odio se convirtió en
sentimiento generalizado en las relaciones sociales en Venezuela. El tanatos,
la tendencia a destruir, es un componente inseparable de la naturaleza animal
del ser humano. Está en su impronta biológica, en sus cromosomas, las
sociedades primitivas se regían por la violencia, la ley del más fuerte y no es
nada nuevo por lo tanto. Pero la civilización, las leyes y la cultura lograron
"encapsularlo" como un tumor maligno, y con tanta fragilidad como a
éstos. El país contaba con una democracia imperfecta en la que las diferencias
convivían y hasta come-alacranes revolucionarios y golpistas llegaron a
vicepresidencias e incluso a presidencias accidentales de la Cámara de
Diputados por decisión de los partidos mayoritarios.
Las
sociedades desarrolladas se caracterizan por el cumplimiento de la ley. Los
castigos al asesinato, el uso de la fuerza física, son implacables, y como la
impunidad es marginal, los ciudadanos introyectan las normas y en sus
decisiones pende el temor al castigo. Pero el Kraken permanece en el fondo y
basta que parpadeen las barreras represivas para que estremezca con su rugido.
En situaciones coyunturales, comunidades civilizadas -los Angeles, Montreal,
Nueva York, Estocolmo, París, Caracas, Londres-, se desenfrenaron en masa
cuando pudieron actuar violentamente sin castigo. Durante apagones, crisis
policiales, guerras, salió el demonio a las calles, pero rápidamente regresó a
la cueva ante la fuerza institucional. En cambio el ascenso de movimientos
revolucionarios y populistas de masas vino siempre con la entronización
progresiva del odio en la medida que destruían el Estado de Derecho.
Normalidad
patológica
El
análisis del discurso de López Obrador en México 2006 evidenció que incitaba la
inquina general entre pobres y ricos, blancos y mestizos, indígenas y no
indígenas, empresarios y trabajadores, inquilinos y dueños de pensiones,
provincianos y citadinos, funcionarios altos y medios, comerciantes y
consumidores. Y por la tirria contra los países exitosos, "el
imperialismo", a los que se culpa de los problemas de la incompetencia
local, cosa difícil si un gobierno dilapida 2 billones de dólares, no hay
alimentos, ni siquiera medicinas, con la peor inflación del planeta, mientras
Nicaragua, Perú, Panamá y Bolivia tienen de las mayores tasas de crecimiento y
las menores de inflación en el área. Pero hay otros ejemplos en los que la
bestialidad, la disolución social, se impone paulatinamente sobre la ley y la
decencia, y se torna nueva normalidad. La vida se animaliza lentamente en una
metamorfosis.
240
mil muertes en 16 años son un crecimiento aritmético regular de la disolución
como luce en el gráfico. En aberrante venganza, emerge el linchamiento de
delincuentes. Los movimientos populistas (y marxistas) tienden a destruir la
cohesión y a entronizar la violencia crónica, porque su prédica es el conflicto
en una pirámide de odio de la que no escapa ningún estrato social. Cuando las
cabezas de las instituciones -paradigmas de imitación- lanzan mentiras y
ultrajes extravagantes contra la ciudadanía, los convierten en práctica normal
a seguir por ella. El Parlamento en el que debaten y conviven amistosamente los
dirigentes, se convierte en circo de agavillamientos físicos contra líderes de
oposición. Al destruir la política como convivencia competitiva, se retrocede a
la violencia.
El
chapulín colorado
Y
ese virus se recuela hasta las comisuras incluso entre quienes se agrupan en
posiciones democráticas. Hay tres casos entre muchos, en los que los fanáticos,
irracionales, zelotes, odiantes, fans, dieron pruebas patéticas de lo grave de
su enfermedad. Desde que Capriles en 2013 responsablemente eludió las estúpidas
consejas de sacar la gente a la calle, lo que hubiera producido el mismo
desenlace pero con 200 o 300 muertos, se inició una campaña sádica e implacable
de descrédito humano contra él. Leopoldo López llevó su parte, y más allá de
que no se compartan acciones tomadas por él o su partido, es abominable la
inclemencia de los juicios e invectivas en su contra. Pareció que a muchos les
importaba un adarme, o tal vez se alegraban, de que estuviera en un tigrito,
incomunicado, sin ver a su mujer ni sus hijos.
Y
por último. Manuel Rosales en una decisión también dura de entender vino y se
entregó a quienes tienen la sentencia previamente redactada. Ello desparramó un
enjambre de abejas asesinas que lo emponzoñaron con vejámenes, calumnias, como
contra López y Capriles antes, los tres han dado la cara y gracias a sus
errores y aciertos hoy existe una alternativa (ojalá acertaran siempre)
Realizaron actos de valor personal y político que no se les conocen a
energúmenos enchancletados en las redes que "sospecharon desde un
principio". En los tres casos las invectivas vienen de aficionados a la
política que se la dan cómicamente de astutos y zahorí, diletantes a los que
habría que herrarles esta frase Montaigné y ojalá la entiendan: actúa como si
fueras hombre de pensamiento y piensa como si fueras hombre de acción. No son
ni de acción ni de pensamiento, sino haraganes, fans con cabezas de utilería.
Carlos
Raul Hernandez
carlosraulhernandez@gmail.com
@carlosraulher
No hay comentarios:
Publicar un comentario