“En
nuestro caso, tanto como ocurre en Ecuador, se ha instaurado el régimen de la
mentira, pariente del fascismo de mediados del siglo XX”, se lee en el
pormenorizado Informe presentado por Asdrubal Aguiar ante la LXXI Asamblea de
la SIP. “La música debe ser un instrumento de promoción de dignidad y libertad,
no una herramienta del fascismo”, puede leerse a su vez en la reciente carta de
Coronel a Dudamel.
“¿Cómo se forma parte de la dictadura? Quiero
decir, más allá del voto ritual en las elecciones amañadas, ¿cómo se manifiesta
la adhesión al totalitarismo? Muy sencillo: suscribiendo el relato y repitiendo
el discurso oficial”, dice Carlos Alberto Montaner en el foro organizado por la
Asociación de Periodistas Venezolanos en el Extranjero, tan lejos como en
septiembre de 2013.
En consecuencia, es importante detenerse en
las palabras, qué significan, qué se quiere decir con ellas, porque las
palabras configuran el mundo, dan una visión de la realidad y pueden
determinar, en cierta medida, las acciones y reacciones humanas y, por qué no
decirlo, la comunicación política.
El uso del término “fascismo” y sus derivados
se ha revelado como el más importante leitmotiv del lenguaje político venezolano,
no solo porque es un notable denominador común de gobierno y oposición sino por
su tenaz persistencia, que lo vuelve como un engranaje indispensable del
discurso del que ninguno puede
prescindir. Este solo hecho ya lo hace digno de reflexión y estudio.
Por ejemplo, ¿por qué el régimen de la
mentira instaurado en estos países es pariente del fascismo de mediados del
siglo XX pero no del comunismo que reinaba por la misma época? Si se supone que
el fascismo fue aplastado en la guerra, con tanta más razón se impone hacer
referencia al comunismo que salió victorioso, que trascendió aquella y otras
guerras sucesivas y que todavía hoy en día nos acogota.
Podría pensarse que AG no quiere producir una
fisura en la unidad perfecta de la “alternativa democrática” venezolana
haciendo una alusión condenatoria al comunismo, tanto menos si los líderes y
autores intelectuales de “La Unidad” son comunistas de nacimiento e incluso en
el resto de Latinoamérica la unión con comunistas y socialistas parece esencial
a toda concertación o frente amplio, lo que vuelve pecado de lesa diplomacia
denunciar las faltas de potenciales interlocutores.
El caso de Coronel vs Dudamel tiene que ser
enteramente distinto, porque se trata de un crítico de la MUD frente a un
funcionario de la nomenklatura. Puede discutirse si ciertamente la música debe
ser instrumento de algo, así sea la libertad o la dignidad y concluir que no,
que la música sólo tiene que ser buena música o mejor simplemente “música”,
cumplir su función de conmover, alcanzar el puro goce estético.
Son los músicos, ejecutantes, directores,
compositores, quienes como personas tienen compromisos morales y
políticos, preferencias individuales y
responsabilidades, como las tendría un matemático, dejando a salvo las matemáticas,
pero este no es el punto.
El punto es porqué se vuelve problemático
decir que la música no debe ser una herramienta del comunismo, como sería lo
correcto, si Maduro se formó en las escuelas de cuadros del Partido Comunista
Cubano y no como Perón, en la Italia de Mussolini.
Esta cuestión va más allá del compromiso con
la verdad o la corrección política. El tema de la censura y la persecución de
la prensa libre es apenas un elemento colateral al proceso de instauración de
un Estado totalitario, que implica sobre todo la socialización de la economía y
la eliminación de toda oposición política organizada.
El epicentro de este proceso está en La
Habana y su correa de transmisión es el Foro de Sao Paulo. El partido
hegemónico es el Partido Comunista Cubano, corriente dominante en el Foro de
Sao Paulo, incluyendo a la ferviente creyente en la doctrina de la “lucha
armada” Dilma Rousseff.
Para mejor ilustración consideremos qué
pasaría si por razones de conveniencia política comenzáramos a hablar del dictador
comunista Francisco Franco, con lo que toda nuestra visión y comprensión de la
guerra civil española se vería trastocada hasta lo irreconocible, como ocurre
al denunciar al dictador fascista Fidel Castro (cosa que, por cierto, ya hacen
algunos bienaventurados socialdemócratas norteamericanos).
El régimen instaurado en Venezuela, Ecuador,
Bolivia, Nicaragua, El Salvador, etcétera, es vicario del régimen comunista de
La Habana y no se le hace ningún favor a la verdad histórica, ni a la
interpretación de nuestra realidad y al diseño de una estrategia política
acertada llamarlo de un modo que no le corresponde y que es incluso
incongruente con el contexto en que se inscribe.
Es añadir otra “disonancia cognitiva” al ya
incomprensible discurso oficialista.
EL COMUNISMO DE HOLLYWOOD
Más que una ideología es una emotiva
exaltación del romanticismo, desprendimiento y espíritu de sacrificio,
completamente pre-leninista, que yerra al concentrar toda el cinismo,
mezquindad y egoísmo en el otro bando, como si no fueran éstas condiciones
humanas, tan universales como aquellas.
Hollywood ve al comunista como individuo, con
su dignidad personal, con respeto, no al comunismo como una ideología inhumana
que pretende precisamente destruir al individuo, su dignidad y respeto; de
hecho, el mismo Hollywood sería inconcebible bajo un régimen comunista.
Ser anticomunista para “la izquierda” de
Hollywood es lo mismo que ser “de derecha”, esto es, Macartista, haber
ejecutado a Sacco y Vanzetti, estar contra Charles Chaplin, a favor de la
guerra de Vietnam y así por el estilo: resulta tan impresentable como lo sería
repudiar a cualquier minoría estigmatizada, como negros o gays.
Este extraño mecanismo psicológico permite
olvidar el estalinismo, el gulag, las marchas de Pol Pot, la limpieza étnica en
Serbia y el hecho, indiscutible, de que Viet Nam del Norte sí era comunista,
como lo es Corea del Norte, etcétera.
Asimismo la izquierda hollywoodense considera
la mentira como un monopolio de la administración norteamericana, lo que,
paradójicamente, la lleva a concederle una veracidad contra toda prueba a
dictadores nefandos como Saddam Husseim, Fidel Castro o Chávez, como en el
pasado lo hicieron con Mao y Ho Chi Minh, simplemente porque son enemigos de su
gobierno, por lo que salen harto beneficiados de este acto reflejo, sólo
explicable en algún tratado de psicopatología.
Así, el comunismo y el anticomunismo se
esfumaron del lenguaje de la administración de los Estados Unidos como parte
del discurso políticamente incorrecto, junto al racismo, sexismo y quizás como
consecuencia también desaparecieron del discurso político venezolano.
Es bueno recordar que Chávez y su coro se
ofendían al unísono cuando se les llamaba comunistas, mientras adelantaba la
simbiosis con Castro e introducía al país en la internacional, montaba los
adefesios eufemísticamente llamados “comunales”, incluso el Estado Comunal y
uniformaba de rojo no solo a los funcionarios sino a todo el país. El rojo fue, es y será el color que
identifica históricamente a los comunistas, desde la Comuna de París.
En Venezuela está prohibido mencionar al
comunismo y a Cuba, al punto de que se puede leer todo un libro dedicado a
desnudar la neolengua totalitaria, como los exhortos de los 31 expresidentes
iberoamericanos, sin que estas palabras aparezcan ni una sola vez en los textos
y la causa va más allá de la censura oficial.
No se trata solamente de que la unidad
opositora esté conformada por partidos y personalidades explícitamente
identificadas como comunistas, sino que su aspiración manifiesta es tenderle
puentes a los partidos y personalidades del “polo patriótico” en el gobierno,
que son todos comunistas por definición. Resulta completamente obvio que un
mensaje anticomunista atentaría contra este propósito de “unidad total”.
De manera que el más somero análisis pone de
manifiesto la razón por la cual no puede esperarse nada de la oposición
oficial, porque en realidad comparte con el régimen ideología y propósitos, son
el sueño dorado de la crítica eurocomunista a la democracia de partidos
occidental: presentar el mismo refresco con diferentes chapas.
La única verdadera alternativa tiene que ser
liberal, capitalista, pluralista y centrada en valores individuales.
Es decir, lo más equidistante tanto del
comunismo como del fascismo.
MECANICISMO JURÍDICO
Sería materialmente imposible para un
analista e insoportable para cualquier lector pasar revista a los extensos y
enjundiosos estudios jurídicos realizados a las recientes “sentencias” con que
el régimen ha producido la estupefacción universal, de letrados y legos, que al
fin y al cabo estos últimos son el indicador del sentido de justicia de
cualquier sociedad.
Baste para resumir que lo que se aprecia en
primer lugar es una suerte de automatismo jurídico, una creencia consolidada en
cómo deben discurrir los casos en un tribunal y cómo operaría la mente de un
juez para arribar a algo que pueda denominarse “fallo”.
Siendo la verdad que nada de esto ocurre ni
puede ocurrir en la Venezuela actual; nuestros bienintencionados analistas
jurídicos olvidan los testimonios del magistrado Eladio Aponte Aponte entre
otros, según los cuales las “sentencias” son elaboradas por un comité político
en las oficinas de la Vicepresidencia de la República y luego enviadas a jueces
provisorios o accidentales para que les estampen una firma sin siquiera
leerlas.
De manera que todas esas expresiones como “la
juez de la causa encontró, valoró, concluyó”, son pura fantasía; los expertos
“en cuya opinión se basó la juez para dictar su fallo”; “basándose la juez para
llegar a esa insólita conclusión”; “que su mente imaginó” y tantísimas otras,
parecen sugerir que se trata de un proceso penal ordinario, con verdaderas
pruebas, hechos establecidos, leyes aplicables y conclusiones plausibles y aquí
es donde comienzan las preguntas inquietantes.
¿Algún jurista serio, con los pies en la
tierra y la mano en el corazón puede afirmar que cree realmente en estas
supercherías? La otra cuestión es más grave, porque apunta a la
responsabilidad: Si no es así, ¿por qué escriben estas cosas? ¿Para quién lo
hacen? ¿Para hacerle creer qué a quién?
Como siempre se debe partir de la buena fe,
supongamos que un abogado razona que no puede hacer otra cosa sino utilizar los
recursos procesales disponibles, de acuerdo con la ley y finalmente, confiar en
la justicia. Sin embargo, dejando a un lado lo ingenuo que parezca, esto no
exime de decir la verdad, primero al cliente y luego al público.
Lo contrario es prestarse a otra charada,
como los que convocan a elecciones, cumplen con las supuestas leyes electorales
y luego confían en los resultados, esto es, legitiman una infamia aparentando
que no se dan cuenta de que es una infamia; o peor, saben que es una infamia,
lo dicen, pero concluyen en que no hay otra salida.
El mecanicismo jurídico induce a la idea de
que en Venezuela existe un Estado de Derecho lo que, si alguna vez se intentó
establecer seriamente, desapareció hace rato, desde que entró en esta vorágine
“revolucionaria” que arrasó la escasa institucionalidad que se había labrado
con tan laboriosos esfuerzos, con tanta buena voluntad y paciencia de tantos
venezolanos abnegados, que también los hubo y los hay todavia.
Ahora lo único que puede admitirse es decir
la verdad, dejar testimonio, confiar en que los mecanismos de la conciencia
individual hagan levantar la esperanza, la alternativa, en cualquier parte o en
muchas partes.
Lo más aterrador del nacionalsocialismo alemán es que aquel
régimen de horror era administrado por los pensadores y juristas más ilustrados
de su tiempo; algo semejante a lo que ocurre en Venezuela donde académicos y
magistrados se confabulan y confunden con la canalla militarista para depredar
un país sin remisión, en el más absoluto abuso no solo del poder sino del
conocimiento.
Alemania no fue redimida por los alemanes sino
desde afuera, como un poderoso castigo; ojalá Venezuela reúna la voluntad y la
inteligencia que sea necesaria para hacer un
país nuevo desde las cenizas del anterior, como diría Juan Carlos Sosa
Azpúrua.
La alternativa es el caos y la disolución,
que están a la vista de quien quiera verlos.
Luis Marin
lumarinre@gmail.com
@lumarinre
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