A pesar de los enconados debates, el sentimiento
dominante de los legisladores de 1857 fue de optimismo. Se dejaba atrás la
primera constitución del México independiente y se aspiraba, con la nueva Carta
Magna, a refundar a la Nación.
Los trabajos del Constituyente comenzaron el 18 de
febrero de 1856. Había entre aquellos hombres, liberales radicales, liberales
llamados “moderados” para diferenciarse de sus colegas más acelerados y una
clara minoría de militancia conservadora. A lo largo de poco menos de un año,
discutieron las cuestiones que iban a transformar al país. Entre ellos estaban
José María Lafragua, Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Francisco Zarco, Vicente
Riva Palacio, Manuel Dublán, Ignacio Luis Vallarta, Ponciano Arriaga, Ignacio
Ramírez El Nigromante y muchos más; todos ellos personajes que, en los
siguientes diez años, brillarían, de un modo u otro, en el escenario político
mexicano.
UN REPORTERO MODERNO. Es ineludible, cuando se
habla de la Constitución liberal de 1857, hablar de ese gran momento que
significa, para la historia de la prensa mexicana, la cobertura que del
Constituyente hizo Francisco Zarco, quien al instrumentar el mecanismo de
información sobre los debates, inventó en estas tierras ese subgénero que,
cuando se hace bien puede ser de gran riqueza, que es la crónica parlamentaria.
Zarco, diputado por el estado de Durango, se
comprometió, en la primera plana de El Siglo Diez y Nueve, del que era editor
jefe —que equivalía a ser el director—a dar cuenta de los trabajos diarios del
Congreso y a escribir “solamente la verdad”. Se esforzó al máximo en cumplir el
ofrecimiento.
Así, retrató, con exactitud e ingenio, los mejores
y peores momentos de aquel Constituyente: los pleitos, las fracturas de los grupos
políticos, las pérdidas de tiempo de los diputados enzarzados en duelos de
elogios mutuos e, incluso, las divagaciones de algunos exaltados, que subían a
niveles de abstracción filosófica enorme; alturas “a donde no puede seguirlos
nuestra pobre pluma de cronistas”.
LOS GRANDES DEBATES. “Libertad” era la palabra que
menudeó en los debates del Constituyente: libertad de prensa, de culto
religioso, de comercio, de actividad económica, de ideas y de acción. Especial
atención pusieron los diputados en asegurar la libertad de imprenta y de
expresión, pues algunos de ellos (Zarco, Prieto, Ramírez, los más notorios)
tenían ya buenas horas de vuelo en eso del oficio periodístico, y más de una
ocasión habían sido sujetos de censura, persecuciones, cárcel y destierro a
causa de lo que escribían.
La reestructuración de la hacienda pública fue un
tema capital: apegados a los principios del liberalismo clásico, se garantizó
la libertad de comercio e industria y se prohibieron los monopolios, se propuso
acabar con un régimen impositivo que era un quebradero de cabeza: las alcabalas
y las aduanas interiores, que iban gravando el movimiento de las mercancías de
un estado a otro y que encarecían y dificultaban el gobierno. El tema no
prosperó porque no se halló un instrumento recaudatorio que fuera eficaz para
compensar esa falta de ingreso. Tan se atoró el asunto, que sólo hasta los días
del Porfiriato se desaparecieron las alcabalas.
Intentaron los diputados, de paso, hacer justicia:
intentaron revisar, con poco éxito, los contratos y préstamos gestionados
durante el último gobierno de Santa Anna. Solicitaron la anulación de algunos
de ellos, cuando les parecieron ilegítimos o corruptos. Querían regresarse,
incluso, hasta el tratado de La Mesilla, para revisar la legalidad de la venta
del territorio nacional. Pero ya no tenían tiempo.
LAS CRISIS LEGISLATIVAS. Los diputados se dieron
cuenta de que llevaban casi un año de debates sin concluir su encomienda.
Entonces optaron por declararse en sesión permanente, desde el 28 de enero de
1857, y forzaron la marcha para terminar, no sin entrar en abierta
confrontación y acusarse unos a otros de abandonar el recinto a la hora de las
votaciones para dejar pendiente la resolución de algunos artículos polémicos.
Después de intensas discusiones, el ala más dura
del Constituyente logró imponer su parecer en los temas más duros. Con una
visión de Estado optimista extrema, lograron hacer pasar la mayor parte del
articulado. No en balde pasarían a la historia como una de las legislaturas más
brillantes —si no la mejor de todas—que ha tenido nuestro país.
Una cosa fundamental se les quedó en el tintero,
pues ni los esfuerzos más duros de los “puros” lograron hacer pasar el tema
religioso. Había quienes deseaban mantener al catolicismo como religión
oficial. Los liberales no querían oír ni hablar del asunto. Guillermo Prieto,
pasándose al bando moderado, propuso un extraño “término medio”: cada quien era
libre de creer en lo que deseara, pero el Estado mexicano “protegería” a la fe
católica. Zarco lo tenía más claro: era cosa, sencillamente, de estipular la
libertad de cultos. Pero el artículo no pasó; el constituyente no logró ponerse
de acuerdo, y ese hecho era indicador de lo que sobrevendría al poco tiempo.
La constitución de los liberales se juró el 5 de
febrero, fiesta del entonces beato mexicano Felipe de Jesús, “En el nombre de
Dios y con la autoridad del pueblo mexicano”, en un recinto legislativo que en
lo alto, tenía una imagen de la Virgen de Guadalupe. Presidía León Guzmán, y uno
a uno, los diputados se aprestaron a firmar la nueva carta magna. El toque
emotivo lo dio el ya muy enfermo y anciano don Valentín Gómez Farías —en 1857
tener 76 años era tener muchos, muchos años— , quien se acercó sostenido por su
hijo Benito, también diputado. Con mano temblorosa, el otrora vicepresidente
liberal de la república santannista estampó su firma, y volviéndose a sus
colegas dijo: “Éste es mi testamento”.
Emocionados como estaban, los diputados apabullaron
a un hombre bajito y de voz chillona; el representante de Tamaulipas,
apellidado Ramírez y Arellano que ¡a la hora de la hora! tuvo la ocurrencia de
querer formular una protesta por algo que nadie tenía ganas de saber. Al pobre
diputado Ramírez nadie le preguntó qué se le ofrecía, porque todos sus colegas
ya se ponían de pie para pronunciar el juramento definitivo.
Aguardaron los legisladores hasta las tres y cuarto
de la tarde, cuando llegó el presidente Comonfort a prestar juramento, con voz
resuelta, a la nueva constitución. Hubo salvas de artillería, repiques de
campanas y marchas militares; todo ello para gritarle al universo que México
tenía, en palabras de un cronista, “el Código más liberal de la tierra”. Y
mientras unos festejaban, los descontentos ya rodeaban al mandatario, externándole
sus desacuerdos.
El resultado fue una Constitución radical, donde el
Poder Legislativo llevaba la voz cantante, y el Ejecutivo apenas y podía
resolver cuestiones por decisión propia. El reclamo a la larga sería que,
paradoja, con esa Carta Magna no se podía gobernar.
EPÍLOGO ESPERANZADO… PERO INCIERTO. Después del
juramento de Comonfort, todo fue alegría y festejo. Hubo música y banquete,
donde Guillermo Prieto improvisó poemas y contó chistes. Al terminar, Francisco
Zarco, que había pronunciado el brindis triunfal, se fue para su casa con la
conciencia tranquila y con un espléndido regalo de su amigo Benito Gómez
Farías: una espléndida edición de El Paraíso Perdido, de John Milton. En la
cabeza ya llevaba la estructura de lo que sería su libro monumental: la
“Historia del Congreso Constituyente”, que despojado de toda la sabrosura de
sus crónicas, presentaba la esencia de aquellos debates capitales para la
historia nacional.
Cierto: el país ya tenía nueva constitución. Pero
su aplicación y ejercicio era un asunto que aún iba a generar graves tensiones
y desacuerdos entre los mexicanos y que, al cabo de diez meses, iba a orillar
al país a un conflicto que condenó a México a la polarización extrema, que
dividió familias y amistades y desencadenó una guerra civil que duró tres años
y del cual emergió triunfante el proyecto liberal, aún más radicalizado con las
Leyes de Reforma, dotado de nuevas instituciones, como el Registro Civil, que
anunciaban la creación de un Estado moderno.
http://www.cronica.com.mx/notas/2016/941180.html
Bertha Hernández G.
historiaenvivomx@gmail.com
@BerthaHistoria.
Mexico
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