lunes, 25 de enero de 2016

BERTHA HERNÁNDEZ, HOMBRES (LIBERALES) TRABAJANDO: EL CONSTITUYENTE DE 1857, FUENTE CRÓNICA.COM, DESDE MEXICO

A pesar de los enconados debates, el sentimiento dominante de los legisladores de 1857 fue de optimismo. Se dejaba atrás la primera constitución del México independiente y se aspiraba, con la nueva Carta Magna, a refundar a la Nación.

Los trabajos del Constituyente comenzaron el 18 de febrero de 1856. Había entre aquellos hombres, liberales radicales, liberales llamados “moderados” para diferenciarse de sus colegas más acelerados y una clara minoría de militancia conservadora. A lo largo de poco menos de un año, discutieron las cuestiones que iban a transformar al país. Entre ellos estaban José María Lafragua, Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Francisco Zarco, Vicente Riva Palacio, Manuel Dublán, Ignacio Luis Vallarta, Ponciano Arriaga, Ignacio Ramírez El Nigromante y muchos más; todos ellos personajes que, en los siguientes diez años, brillarían, de un modo u otro, en el escenario político mexicano.

UN REPORTERO MODERNO. Es ineludible, cuando se habla de la Constitución liberal de 1857, hablar de ese gran momento que significa, para la historia de la prensa mexicana, la cobertura que del Constituyente hizo Francisco Zarco, quien al instrumentar el mecanismo de información sobre los debates, inventó en estas tierras ese subgénero que, cuando se hace bien puede ser de gran riqueza, que es la crónica parlamentaria.
Zarco, diputado por el estado de Durango, se comprometió, en la primera plana de El Siglo Diez y Nueve, del que era editor jefe —que equivalía a ser el director—a dar cuenta de los trabajos diarios del Congreso y a escribir “solamente la verdad”. Se esforzó al máximo en cumplir el ofrecimiento.
Así, retrató, con exactitud e ingenio, los mejores y peores momentos de aquel Constituyente: los pleitos, las fracturas de los grupos políticos, las pérdidas de tiempo de los diputados enzarzados en duelos de elogios mutuos e, incluso, las divagaciones de algunos exaltados, que subían a niveles de abstracción filosófica enorme; alturas “a donde no puede seguirlos nuestra pobre pluma de cronistas”.

LOS GRANDES DEBATES. “Libertad” era la palabra que menudeó en los debates del Constituyente: libertad de prensa, de culto religioso, de comercio, de actividad económica, de ideas y de acción. Especial atención pusieron los diputados en asegurar la libertad de imprenta y de expresión, pues algunos de ellos (Zarco, Prieto, Ramírez, los más notorios) tenían ya buenas horas de vuelo en eso del oficio periodístico, y más de una ocasión habían sido sujetos de censura, persecuciones, cárcel y destierro a causa de lo que escribían.
La reestructuración de la hacienda pública fue un tema capital: apegados a los principios del liberalismo clásico, se garantizó la libertad de comercio e industria y se prohibieron los monopolios, se propuso acabar con un régimen impositivo que era un quebradero de cabeza: las alcabalas y las aduanas interiores, que iban gravando el movimiento de las mercancías de un estado a otro y que encarecían y dificultaban el gobierno. El tema no prosperó porque no se halló un instrumento recaudatorio que fuera eficaz para compensar esa falta de ingreso. Tan se atoró el asunto, que sólo hasta los días del Porfiriato se desaparecieron las alcabalas.
Intentaron los diputados, de paso, hacer justicia: intentaron revisar, con poco éxito, los contratos y préstamos gestionados durante el último gobierno de Santa Anna. Solicitaron la anulación de algunos de ellos, cuando les parecieron ilegítimos o corruptos. Querían regresarse, incluso, hasta el tratado de La Mesilla, para revisar la legalidad de la venta del territorio nacional. Pero ya no tenían tiempo.

LAS CRISIS LEGISLATIVAS. Los diputados se dieron cuenta de que llevaban casi un año de debates sin concluir su encomienda. Entonces optaron por declararse en sesión permanente, desde el 28 de enero de 1857, y forzaron la marcha para terminar, no sin entrar en abierta confrontación y acusarse unos a otros de abandonar el recinto a la hora de las votaciones para dejar pendiente la resolución de algunos artículos polémicos.
Después de intensas discusiones, el ala más dura del Constituyente logró imponer su parecer en los temas más duros. Con una visión de Estado optimista extrema, lograron hacer pasar la mayor parte del articulado. No en balde pasarían a la historia como una de las legislaturas más brillantes —si no la mejor de todas—que ha tenido nuestro país.
Una cosa fundamental se les quedó en el tintero, pues ni los esfuerzos más duros de los “puros” lograron hacer pasar el tema religioso. Había quienes deseaban mantener al catolicismo como religión oficial. Los liberales no querían oír ni hablar del asunto. Guillermo Prieto, pasándose al bando moderado, propuso un extraño “término medio”: cada quien era libre de creer en lo que deseara, pero el Estado mexicano “protegería” a la fe católica. Zarco lo tenía más claro: era cosa, sencillamente, de estipular la libertad de cultos. Pero el artículo no pasó; el constituyente no logró ponerse de acuerdo, y ese hecho era indicador de lo que sobrevendría al poco tiempo.
La constitución de los liberales se juró el 5 de febrero, fiesta del entonces beato mexicano Felipe de Jesús, “En el nombre de Dios y con la autoridad del pueblo mexicano”, en un recinto legislativo que en lo alto, tenía una imagen de la Virgen de Guadalupe. Presidía León Guzmán, y uno a uno, los diputados se aprestaron a firmar la nueva carta magna. El toque emotivo lo dio el ya muy enfermo y anciano don Valentín Gómez Farías —en 1857 tener 76 años era tener muchos, muchos años— , quien se acercó sostenido por su hijo Benito, también diputado. Con mano temblorosa, el otrora vicepresidente liberal de la república santannista estampó su firma, y volviéndose a sus colegas dijo: “Éste es mi testamento”.
Emocionados como estaban, los diputados apabullaron a un hombre bajito y de voz chillona; el representante de Tamaulipas, apellidado Ramírez y Arellano que ¡a la hora de la hora! tuvo la ocurrencia de querer formular una protesta por algo que nadie tenía ganas de saber. Al pobre diputado Ramírez nadie le preguntó qué se le ofrecía, porque todos sus colegas ya se ponían de pie para pronunciar el juramento definitivo.
Aguardaron los legisladores hasta las tres y cuarto de la tarde, cuando llegó el presidente Comonfort a prestar juramento, con voz resuelta, a la nueva constitución. Hubo salvas de artillería, repiques de campanas y marchas militares; todo ello para gritarle al universo que México tenía, en palabras de un cronista, “el Código más liberal de la tierra”. Y mientras unos festejaban, los descontentos ya rodeaban al mandatario, externándole sus desacuerdos.
El resultado fue una Constitución radical, donde el Poder Legislativo llevaba la voz cantante, y el Ejecutivo apenas y podía resolver cuestiones por decisión propia. El reclamo a la larga sería que, paradoja, con esa Carta Magna no se podía gobernar.

EPÍLOGO ESPERANZADO… PERO INCIERTO. Después del juramento de Comonfort, todo fue alegría y festejo. Hubo música y banquete, donde Guillermo Prieto improvisó poemas y contó chistes. Al terminar, Francisco Zarco, que había pronunciado el brindis triunfal, se fue para su casa con la conciencia tranquila y con un espléndido regalo de su amigo Benito Gómez Farías: una espléndida edición de El Paraíso Perdido, de John Milton. En la cabeza ya llevaba la estructura de lo que sería su libro monumental: la “Historia del Congreso Constituyente”, que despojado de toda la sabrosura de sus crónicas, presentaba la esencia de aquellos debates capitales para la historia nacional.
Cierto: el país ya tenía nueva constitución. Pero su aplicación y ejercicio era un asunto que aún iba a generar graves tensiones y desacuerdos entre los mexicanos y que, al cabo de diez meses, iba a orillar al país a un conflicto que condenó a México a la polarización extrema, que dividió familias y amistades y desencadenó una guerra civil que duró tres años y del cual emergió triunfante el proyecto liberal, aún más radicalizado con las Leyes de Reforma, dotado de nuevas instituciones, como el Registro Civil, que anunciaban la creación de un Estado moderno.
http://www.cronica.com.mx/notas/2016/941180.html
Bertha Hernández G.
historiaenvivomx@gmail.com
@BerthaHistoria.
Mexico

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