Luego de escuchar a
Nicolás Maduro en su mensaje a la Asamblea Nacional, para hablar a la nación y
presentar su Memoria y Cuenta del año 2015, no es necesario abundar en mayores
detalles para afirmar que en su discurso no rindió cuentas acerca de la labor
cumplida. Su mal gobierno no da pie para las exaltaciones. No hay respuesta
para los problemas de fondo, que no es otro que el empobrecimiento del país, el
deterioro social y la cada vez más injusta distribución del ingreso. Sigue así,
tras decretar el “estado de emergencia económica“, su gobierno trabajando con
el futuro, con la evasión, escapando a la realidad, moviéndose en el ámbito de
las promesas. Está visto que dentro del actual sistema no hay solución para los problemas planteados
El 6 de diciembre las
urnas no le dijeron que no al progresismo. Se lo dijeron a Nicolás Maduro Moros
como pretendida expresión de ese progresismo. Le probaron que esa bandera no está en sus
manos. El progresismo cabal es inconciliable con el populismo. No disocia la
justicia social del desarrollo. Ni el desarrollo de la educación. El
progresismo, en suma, no existe en donde la ley es un pretexto para la
autocracia y la instrumentación perversa del poder y la pobreza.
¿Qué sentido puede
tener para Nicolás Maduro abandonar sus prácticas autoritarias y retrogradas y
empezar a ser de veras progresista? ¿Qué sentido, en todo caso, puede tener
para él renunciar al monopolio de la palabra? Quienes lo conocen saben que
procederá como siempre. Aún, en circunstancias tan apremiantes como las
actuales.
Saben que, a
consecuencia de ello, aguardan al país horas difíciles. A su vez, las
circunstancias exigen a la Mesa de la Unidad Democrática una perspicacia que,
hasta hoy, ha demostrado: aptitud para prever lo que vendrá. Es hora de pensar
y hay que saber hacerlo. La campaña pacifica y electoral, ya rindió sus frutos. Las patrañas
oficialistas quedaron al desnudo. Es preciso, que la denuncia deje de ser el
eje articulador del discurso opositor. Maduro ya no tiene futuro.
El desafió es
complejísimo. Sin realismo y sin un orden cierto de convivencia no se irá a
ninguna parte. Menos aún, sin sabiduría. La gobernabilidad debe ser preservada,
y, a la vez, las transformaciones indispensables tienen que empezar a
producirse.
¿En estas
condiciones, le importara al oficialismo que esté en juego algo más que su
exclusivo interés sectorial? Mientras tanto, la alianza opositora tendrá que
desarrollarse. Demostrar que está en condiciones de convertirse en autentica
alternativa de gobierno. El arte de consensuar y de diálogo se impone en todos
los casos. Pocas veces un reclamo ha sido tan unánime. Hoy todo lo deseable parece
depender de la aptitud para convivir. Pero, para ello hacen falta condiciones
personales y partidarias cuya concreción no se puede improvisar.
La expectativa social
predominante ya no recae sobre el oficialismo. Nadie sino él mismo ha
contribuido a dañar tanto su propia credibilidad. Es sobre la MUD y sus
diputados sobre la que recae mucho más esa expectativa. Esa expectativa y una
clara exigencia: que sepa desempeñase como herramienta legislativa capaz de
reconciliar al Estado con la ley y la República.
La intransigencia
debe ceder el paso a la práctica honesta de la tolerancia, que es el
presupuesto del pluralismo que hace posible el disenso y la diversidad, que,
enriquece a las personas y al mundo de la política. Esta parece ser la fórmula
adecuada para unir a los venezolanos. Es la empecinada esperanza de una mayoría
la que reivindica ese cambio. La MUD tendrá que probar que esa mayoría no se
equivocó al privilegiarla con su voto.
Sixto Medina
sxmed@hotmail.com
@medinasixto
Miranda - Venezuela
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