El resultado de las
elecciones presidenciales americanas del ocho de noviembre ya está definido.
Nada, salvo quizás
una crisis económica de la madona o que a Hillary Clinton le aparezca en el
clóset un esqueleto del tamaño de un mamut, podrá alterar el resultado. Bernie
Sanders, pese a su carisma, demostró que está demasiado a la izquierda para ser
un candidato viable en Estados Unidos, mientras que Donald Trump es el iceberg
que va a echar a pique el Titanic del Partido Republicano. En la cabina de
mando están borrachos cantando: “Make America White Again”, al tiempo que se
acerca una sombra gigantesca, justamente blanca.
Es posible que Trump
obtenga una mayoría de votos entre los hombres blancos menos educados del país,
pero la dinámica de la campaña sugiere que va a perder en el resto de las
grandes categorías sociológicas: las mujeres, de las que se burla, los latinos,
a los que llama violadores, los negros, a quienes enrostra el KKK, los más
educados, que desprecian su fanfarronería, los jóvenes, que han demostrado una
fuerte atracción por ideas diametralmente opuestas a las suyas. Una campaña
pasaría a la historia universal si triunfara burlándose de la mayoría de los
electores. Solo que eso no va a pasar.
El daño, por lo
demás, ya está hecho pues han sido tan brutales los ataques del establecimiento
republicano para tratar de frenar a Trump, que si se erige en candidato no
habrá manera de defenderlo. Aquí, por ejemplo, Mitt Romney le tira hasta con
las ollas: http://nyti.ms/1SlYhSa. Todo parece indicar que los jefes del
partido optaron por quemar las naves y están concediendo la Presidencia a los
demócratas desde ahora. Un pedazo grande del partido, sin apoyar a Hillary
Clinton, nunca votaría por Trump. Por ahí derecho, muchos candidatos a Senado y
Cámara se van a desmarcar de él como si tuviera la peste, mientras que a los
demócratas les bastará con repetir lo que dijeron de Trump sus propios
copartidarios o con preguntar a la gente si permitiría que sus hijos y nietos
se comportaran como él en el colegio. Mejor dicho, podría no quedar ni el peluquín.
Los defectos de
Hillary, que los tiene, se están volviendo irrelevantes. Las líneas gruesas de
su trabajo son sencillas: conformar una amplia coalición, cimentada en sus
electores convencidos, pero incorporando a los millones que no quieren a Trump.
No se necesita que unos y otros se amen con pasión. De resto, la candidata
podrá ser cordial, discutir los temas programáticos con altura y tomar la
campaña con un ocasional destello de humor. Le llegarán aliados de todas
partes, incluso muchos republicanos sensatos, que también los hay.
Pero pongamos que los
republicanos logran perder con otro candidato —la única alternativa es Ted
Cruz, un extremista sin acceso al centro político—. Cuando se saque el balance
final, el de 2016 será un iceberg del cual al Partido Republicano le tomará
décadas reponerse, si es que —en materia presidencial— se repone. Sucede que
Trump es un autorretrato que los republicanos prefieren no ver. Tanto jugaron
con fuego, tanto fomentaron las bajas pasiones, tanto odio sintieron por sus
adversarios, tanto despreciaron la política y el Estado como males absolutos
que había que erradicar, que crearon el caldo de cultivo para el monstruo que
ahora amenaza con devorarlos.
Yo creo que con el
tiempo se le dará a Obama el crédito que merece: apenas por ser quien era,
enloqueció al Partido Republicano.
Andrés Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com,
@andrewholes
Colombia
No hay comentarios:
Publicar un comentario