El 18 de junio de
1946, un rey joven, de figura esbelta y de aspecto melancólico, dejaba a Italia
definitivamente tomando un avión, que previa etapa en el aeropuerto de Madrid,
lo exilaría para siempre en Portugal. Humberto II de Saboya -de él se trata-
había reinado poco más de un mes, desde que su padre, Víctor Manuel IIl, había
abdicado en su favor el 9 de mayo.
Algunos historiadores, recogiendo voces populares registran por lo tanto a
Humberto como el “rey de mayo”. Ahora marchaba al exilio, junto con la reina
María José y con sus cuatro hijos, después
de dramáticos cabildeos, aceptando el veredicto del referéndum del 2 de
junio, que había proclamado por voto popular la derrota de la monarquía y el
nacimiento de la república en Italia.
Las negociaciones,
que pusieron a dura prueba la habilidad de un experto primer ministro como
Alcides De Gásperi, fueron inevitables y complicadísimas, ya que la diferencia
de votos entre república y monarquía, oficialmente era de 2 millones de votos
y, en los círculos cercanos a la corte se exigieron mil sutiles controles
judiciales antes de reconocer la derrota. En aquella amarga primavera italiana-
con tropas extranjeras todavía en casa - se habló también de un posible “baño
de sangre” (‘¡otro después del conflicto que apenas había terminado!) porque
los monárquicos que eran muchos querían resistir y porque las fuerzas armadas -aun
diezmadas como estaban- igual querían al rey.
Al final, el rey hizo
lo más sensato, lo que correspondía: acepto el voto popular y se fue. Con su
gesto reconquisto las muchas simpatías que la familia real había perdido
irremediablemente. De ahí en más mucha gente, de alguna manera, se compadecía
del “rey de mayo” e insistía en que Humberto pagaba así - con su exilio- errores que no había cometido. En definitiva,
decían: el que se había aliado con el fascismo y había aprobado la guerra no
era él, sino su padre. Pero la historia no siempre sutiliza y así terminaba la
monarquía que en el siglo pasado, desde el pequeño reino de Piamonte, había
sido determinante en la independencia de Italia. Un país que en 1860 concreto
la unidad nacional como reino, como monarquía, a pesar de la larga predica de
Giuseppe Mazzini que al contrario, invocaba, ayudado por Garibaldi la forma
republicana.
Poco menos de un
siglo después, el voto popular les daba la razón a Mazzini y a Garabaldi y la
monarquía cerraba un ciclo histórico en la península, entre los escombros de la
Segunda Guerra Mundial y en una muy triste temporada para Italia toda. Pero,
¿cómo se llegó concretamente a reemplazar la monarquía por la república en
Italia? En realidad se trata de un caso, seguramente nada común: en general,
cuando la historia cuenta alternancia y sucesiones de esta naturaleza, habla
casi siempre de revoluciones, reyes ahorcados y de fuerzas republicanas más o
menos insurgentes. Nada de esto pasó en 1946 en Italia. Simplemente se votó, se
contaron los sufragios, ganó la república y el rey tuvo que dejar el país con toda la familia real y mudarse a
Portugal.
De ahí en más, la
asamblea constituyente con un histórico y fuerte debate que buscaba la compleja
síntesis entre las ideas socialcristianas, liberales y marxistas, fue
elaborando la constitución republicana
que entro a regir el 1 de enero de 1948. El 2 de de junio día del pronunciamiento electoral
del pueblo, se convierto en la principal efeméride patria de los italianos.
Las coyunturas para
hacer grandes cambios positivos a favor de las grandes causas no se presentan
continuamente. En Venezuela el voto como instrumento de cambio es la salida a
la peor crisis económica y social de nuestra historia, es la única llave que
tenemos, que puede abrirnos el camino hacia las metas de dignidad, libertad y
bienestar que deseamos alcanzar. La responsabilidad es de todos los
venezolanos, pero también de los
gobiernos democráticos de América latina.
Sixto Medina
sxmed@hotmail.com
@medinasixto
Miranda - Venezuela
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