viernes, 11 de marzo de 2016

GONZALO PORTOCARRERO, EL NEOLIBERALISMO EN EL PERÚ,

El neoliberalismo, hoy el fundamento del sentido común sobre la sociedad y la criatura humana, surge como nueva política en 1975 en Chile, bajo el auspicio de la dictadura del general Pinochet. Hacia fines de la década de 1970, se convierte en una marea que alcanza a todos los rincones del mundo con el liderazgo de los gobiernos de Margaret Thatcher en Reino Unido y de Ronald Reagan en Estados Unidos.

Las consignas del movimiento son simples, pero categóricas: desregular la economía, liberar los mercados, flexibilizar la contratación de mano de obra. El resultado en los países desarrollados ha sido un estancamiento de las remuneraciones y una insólita concentración de la propiedad y el ingreso.

Esta situación ha motivado la aparición de enormes excedentes que buscan ser colocados rentablemente. Y, mientras tanto, en muchos países subdesarrollados se ha asistido a un significativo crecimiento de las exportaciones, el producto y el ingreso promedio.

Se sigue pensando, sobre todo en la izquierda, que el neoliberalismo es una conjura de los ricos contra el Estado de bienestar y la fuerza de los trabajadores. No obstante, esta es una idea equivocada, pues el neoliberalismo surge como única forma de renovar el crecimiento económico en la época de la llamada estanflación. Es decir, una situación que mezcla el estancamiento económico con la inflación.

A mediados de la década de 1970, las políticas de estímulo de la demanda y de bajos intereses ya no llevan a una mayor producción, tal como lo predecía la ‘doxa’ keynesiana. En el fondo, el pacto social que, bajo la inspiración de la socialdemocracia, fundamentaba el Estado de bienestar había sido subvertido.

Los impuestos eran demasiado altos y muchos sindicatos lograban aumentos salariales que desbordaban el incremento de la productividad, a la vez que erosionaban la moral del trabajo. Entonces, la inversión disminuye y la crisis no parece acabar.

El neoliberalismo implica una ruptura muy profunda con el liberalismo tradicional. La criatura humana es definida de una manera diferente, pues ahora recibe un mandato que la enfila hacia el éxito en la competencia como el verdadero fin de la vida.

Entonces, este éxito nos levanta la “autoestima”, esa suerte de regalo que cada uno se brinda en función de los (de)méritos que acumula en una “carrera”. La sociedad toma nota de nuestros triunfos y fracasos, de manera que nuestro valor social sube o baja.

En la época liberal no había tanta compulsividad y cada uno tenía más autonomía para fijarse sus metas, pero ahora nos vemos como agentes de un prestigio que tenemos que aumentar.

En el Perú el liberalismo fue siempre débil. La ideas de igualdad de derechos para todos y de autonomía para escoger las propias creencias no arraigaron, pues aquí la imposición del abuso y la intolerancia con lo diferente eran prácticas coloniales que se reproducían sin ser cuestionadas.

Entonces, la oposición a la injusticia tenía que tomar caminos antiliberales. El radicalismo apareció como la única opción de cambio. En su versión aprista y comunista. En todo caso no llegó a asentarse un liberalismo nacional, que lograra exterminar el gamonalismo racista.

Las políticas populistas fueron el equivalente peruano del Estado de bienestar europeo. Aumento de remuneraciones y del gasto fiscal y, por otro lado, congelamiento de precios y de tipo de cambio.

En el caso del primer gobierno de Alan García (1985-1990), el crecimiento duró menos de dos años. La opinión pública estaba preparada para la vigorosa prédica neoliberal de Hernando de Soto. Los migrantes habían realizado una hazaña gigantesca.

Gracias a su espíritu de trabajo y su iniciativa, lograron producir una cuantiosa riqueza, una nueva ciudad disparada al progreso. Y esta prédica tuvo fortuna, pues cada vez más gente se reconoció en este retrato como individuos creadores, capaces de vencer enormes obstáculos.

Hoy en día el sentido común está dominado por los mandatos del neoliberalismo. Ningún candidato propone algo sustancialmente diferente. No se discute el modelo, al menos abiertamente.

¿Por qué el liberalismo no se consolidó como sentido común? ¿Y es posible un neoliberalismo sólido allí donde la base liberal es tan débil? No es gratuito que el neoliberalismo haya llegado al poder en medio del autoritarismo y la corrupción del régimen de Alberto Fujimori. El neolliberalismo no se ha articulado con los valores liberales y democráticos. Y esta es la única forma en que puede perdurar.

gonzalo portocarrero
@gportoc

clubelcomercio@comercio.com.pe

http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/neoliberalismo-peru-gonzalo-portocarrero-noticia-1884831

No hay comentarios:

Publicar un comentario