El neoliberalismo,
hoy el fundamento del sentido común sobre la sociedad y la criatura humana,
surge como nueva política en 1975 en Chile, bajo el auspicio de la dictadura
del general Pinochet. Hacia fines de la década de 1970, se convierte en una
marea que alcanza a todos los rincones del mundo con el liderazgo de los
gobiernos de Margaret Thatcher en Reino Unido y de Ronald Reagan en Estados
Unidos.
Las consignas del
movimiento son simples, pero categóricas: desregular la economía, liberar los
mercados, flexibilizar la contratación de mano de obra. El resultado en los
países desarrollados ha sido un estancamiento de las remuneraciones y una
insólita concentración de la propiedad y el ingreso.
Esta situación ha motivado
la aparición de enormes excedentes que buscan ser colocados rentablemente. Y,
mientras tanto, en muchos países subdesarrollados se ha asistido a un
significativo crecimiento de las exportaciones, el producto y el ingreso
promedio.
Se sigue pensando,
sobre todo en la izquierda, que el neoliberalismo es una conjura de los ricos
contra el Estado de bienestar y la fuerza de los trabajadores. No obstante,
esta es una idea equivocada, pues el neoliberalismo surge como única forma de
renovar el crecimiento económico en la época de la llamada estanflación. Es
decir, una situación que mezcla el estancamiento económico con la inflación.
A mediados de la
década de 1970, las políticas de estímulo de la demanda y de bajos intereses ya
no llevan a una mayor producción, tal como lo predecía la ‘doxa’ keynesiana. En
el fondo, el pacto social que, bajo la inspiración de la socialdemocracia,
fundamentaba el Estado de bienestar había sido subvertido.
Los impuestos eran
demasiado altos y muchos sindicatos lograban aumentos salariales que
desbordaban el incremento de la productividad, a la vez que erosionaban la
moral del trabajo. Entonces, la inversión disminuye y la crisis no parece
acabar.
El neoliberalismo
implica una ruptura muy profunda con el liberalismo tradicional. La criatura
humana es definida de una manera diferente, pues ahora recibe un mandato que la
enfila hacia el éxito en la competencia como el verdadero fin de la vida.
Entonces, este éxito
nos levanta la “autoestima”, esa suerte de regalo que cada uno se brinda en
función de los (de)méritos que acumula en una “carrera”. La sociedad toma nota
de nuestros triunfos y fracasos, de manera que nuestro valor social sube o
baja.
En la época liberal
no había tanta compulsividad y cada uno tenía más autonomía para fijarse sus
metas, pero ahora nos vemos como agentes de un prestigio que tenemos que
aumentar.
En el Perú el
liberalismo fue siempre débil. La ideas de igualdad de derechos para todos y de
autonomía para escoger las propias creencias no arraigaron, pues aquí la
imposición del abuso y la intolerancia con lo diferente eran prácticas
coloniales que se reproducían sin ser cuestionadas.
Entonces, la
oposición a la injusticia tenía que tomar caminos antiliberales. El radicalismo
apareció como la única opción de cambio. En su versión aprista y comunista. En
todo caso no llegó a asentarse un liberalismo nacional, que lograra exterminar
el gamonalismo racista.
Las políticas
populistas fueron el equivalente peruano del Estado de bienestar europeo.
Aumento de remuneraciones y del gasto fiscal y, por otro lado, congelamiento de
precios y de tipo de cambio.
En el caso del primer
gobierno de Alan García (1985-1990), el crecimiento duró menos de dos años. La
opinión pública estaba preparada para la vigorosa prédica neoliberal de
Hernando de Soto. Los migrantes habían realizado una hazaña gigantesca.
Gracias a su espíritu
de trabajo y su iniciativa, lograron producir una cuantiosa riqueza, una nueva
ciudad disparada al progreso. Y esta prédica tuvo fortuna, pues cada vez más
gente se reconoció en este retrato como individuos creadores, capaces de vencer
enormes obstáculos.
Hoy en día el sentido
común está dominado por los mandatos del neoliberalismo. Ningún candidato
propone algo sustancialmente diferente. No se discute el modelo, al menos
abiertamente.
¿Por qué el
liberalismo no se consolidó como sentido común? ¿Y es posible un neoliberalismo
sólido allí donde la base liberal es tan débil? No es gratuito que el
neoliberalismo haya llegado al poder en medio del autoritarismo y la corrupción
del régimen de Alberto Fujimori. El neolliberalismo no se ha articulado con los
valores liberales y democráticos. Y esta es la única forma en que puede
perdurar.
gonzalo portocarrero
@gportoc
clubelcomercio@comercio.com.pe
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