El («mandante»)
pueblo, que decide quién administrará las riquezas de su país, dicta un
«mandato» (Lat. «mandatum») que implica un precepto o «asunto preconcebido»:
que, sin menoscabo, es profusamente informado al que se cree «apto» y expresa
sus anhelos de competir para ser «mandatario» (Lat. «mandatarius») en la
Sociedad de Civiles. Virtud a un sufragio, digo, y no a la perversa extensión,
que discierno como suceso «de facto», ese individuo firmará el «contrato
consensual» que estará obligado a respetar sin recusación alguna. Por ello,
jurídicamente se infiere «que los ciudadanos le demandarán su responsabilidad
en caso de incumplimiento o desacato».
Todo lo expuesto
debería ser inmutable, pero sólo las víctimas de los usurpadores con «mando»
sabemos que los actos electorales son «de comics» y «ceremonia» en la
Histriónica Universal. El hombre o la mujer a la cual se le contrata firma,
mira en derredor, ríe, se quita su agujereado manteo, celebra con una bacanal
su triunfo y, cuando los participantes en el convite están dopados, cambia la
«puesta en escena» sin «previo aviso e inexorablemente». «Mandar» deja de ser
un verbo para convertirse en monstruosa aberración.
(Fragmento tomado del
libro «Dictadura de Ultimomundano»,
XLVIII. Editorial Académica Española, 2012)
Alberto Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor
Merida - Venezuela
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