"Yo no puedo
adivinar cuál será la conducta de Rusia. Es un acertijo, envuelto en un
misterio, dentro de un enigma; pero quizás exista una llave. Esa llave es el
interés nacional de Rusia", Winston Chruchill.
Los rusos actuaron en
concordancia con sus intereses nacionales y Churchill fue un patriota que salvó
a Inglaterra de ser exterminada por los nazis y un líder que puso los intereses
de su patria por encima de sus intereses personales. Algo totalmente opuesto a
la conducta de los aprovechados y oportunistas de ambos partidos que en los
últimos veinte años han llevado a esta nación al borde del abismo. La llave que
explica a cabalidad el panorama alucinante de estas elecciones presidenciales
de 2016 en los Estados Unidos es precisamente el predominio de los intereses de
las élites de ambos partidos sobre los intereses de la nación norteamericana.
Eso explica el
fenómeno llamado Donald John Trump, un multibillonario casi septuagenario con
tres matrimonios, cuestionables operaciones empresariales, zigzagueantes
posiciones políticas y tardía conversión a la ideología conservadora que dice
profesar. Pero todas esas contradicciones son ignoradas por una proporción
considerable de una ciudadanía harta de ser utilizada y manipulada por
profesionales del engaño y de la mentira. Donald Trump no es un candidato serio
con un plan elaborado para solucionar los grandes problemas nacionales. Pero su
retórica encendida le ha ganado el apoyo de evangélicos, conservadores, obreros
y gente de clase media que hasta ahora se han sentido ignorados por las
maquinarias de ambos partidos.
En los últimos meses
he expresado mi oposición a las aspiraciones presidenciales de este personaje.
He dicho, por ejemplo, que: "Al igual que Barack Obama, Donald Trump se
considera un escogido de los dioses y un ser superior a todos aquellos que lo
rodean. Como Barack, Donald es narcisista, arrogante y ególatra. Dos falsos
Mesías vestidos con distintos ropajes". También he expresado mi
preocupación sobre la probabilidad de que su temperamento imprevisible y
competitivo lo lance a la aventura de aspirar por un tercer partido si no es
postulado por el Partido Republicano. Entonces dije:"… pienso que, de
postularse por un tercer partido, Trump podría restarle hasta un 20 por ciento
de la votación total a cualquier otro candidato republicano. La misma
proporción que le restó Ross Perot al primer Bush en las presidenciales de 1992
y que puso a Bill Clinton en la Casa Blanca con sólo el 43 por ciento de los
votos".
Ahora, sin embargo,
aparece en el horizonte la posibilidad ominosa de que los jerarcas que hasta
ahora han controlado al Partido Republicano se muestren tan intransigentes como
Trump. Si este último fuera postulado, amenazan con la barbaridad de crear un
partido "conservador" a su medida y postular a un candidato que se
enfrente al magnate. Se abrirían entonces tres frentes en la batalla por la
Casa Blanca con los demócratas disfrutando de una definitiva ventaja. Ahora
bien, es importante apuntar que el nivel de desaprobación de Hillary es tan
alto que difícilmente le permita lograr el 50 más uno por ciento de los votos
para ganar las presidenciales en una confrontación entre dos candidatos. Sin
embargo, el voto duro de sus huestes de izquierda y de grupos minoritarios
alcanza por lo menos el 40 por ciento del electorado. No hay que ser un genio
matemático para concluir que el candidato oficial del Partido Republicano no
tendría probabilidad alguna de derrotar a una candidata que, de otra manera,
perdería las elecciones.
El problema con esta
iniciativa bautizada como "Nunca Trump" es el viejo adagio de que no
es posible derrocar "algo con nada". El movimiento de "Nunca
Trump" tiene un mensaje claro y convincente--el tipo es un charlatán
peligroso--pero no tiene un candidato para enfrentárselo.
Sin embargo, esta
lógica no parece desanimar a la brigada de "Nunca Trump" en su
intento de impedir el cambio radical que implicaría para el partido un
presidente Trump. Uno de sus líderes, el activista republicano de la Florida,
Rick Wilson, ha llegado a decir que "Hillary lo aventaja en el hecho de
que, por lo menos, ella no está clínicamente loca". Las filas de este
movimiento han sido fortalecidas por la participación de donantes
multimillonarios como Meg Whitman, Presidente de Hewlett-Packard, Todd
Ricketts, co-dueño de los Cubs de Chicago y Paul Singer, billonario que acumuló
su fortuna especulando en la bolsa de valores. Esta gente ha prometido
financiar la campaña del incipiente tercer partido.
Por otra parte, esta
conflagración indescifrable ha creado aliados incomprensibles. Hasta un
periódico tradicionalmente hostil a los republicanos como The Washington Post
se presenta ahora defendiendo la supuesta integridad del partido. El mismo Post
que denunció a Nixon por el escándalo de Watergate y ha encubierto los desmanes
de los Clinton en su larga carrera criminal editorializa ahora que es necesario
detener a Donald Trump. "Los líderes republicanos deben de condenar a
Donald Trump en forma clara y categórica, aún a expensas de dividir al
partido", ha sermoneado el Post. Y en un tremendismo poco característico
de su trayectoria ha escrito: "No vale la pena salvar a ningún partido a
expensas del bienestar de la nación". Un sermón digno de un Papa Francisco
que está dividiendo a su iglesia.
Pero quienes han
puesto literalmente la tapa al pomo han sido Mitt Romney y John McCain. La
semana pasada Romney pronunció una conferencia en Utah que dedicó en su
totalidad a atacar las credenciales y la integridad de Trump. Al día siguiente
se le sumó el senador John McCain. Ambos dijeron que jamás votarían por Trump
si éste fuera postulado por el Partido Republicano. Resulta irónico que dos
hombres que fracasaron en sus campañas presidenciales porque no supieron
enfrentarse a Obama vengan ahora a dictar cátedra sobre lo más conveniente para
el partido y para la nación. Afortunadamente ya nadie los escucha. Ambos debieran
tomar nota de las declaraciones del ex vicepresidente Dick Cheney y de los
candidatos opositores a Trump en estas primarias que se comprometieron todos a
apoyar al último si éste fuera el candidato oficial.
Esa es precisamente
la actitud y la conducta que deben de predominar si los republicanos quieren
ahorrarle a este país otros cuatro años de estancamiento económico, crispación
racial y desprestigio internacional de los ocho años de Barack Obama. Porque
eso es lo que sería una presidente Hillary Clinton. Mis preferencias siguen
siendo Marco Rubio, Ted Cruz y Donald Trump, estrictamente por ese órden. Jamás
Hillary Clinton. Votaría hasta por el negro Pánfilo, el valiente que se le
enfrentó a los Castro diciendo a los cuatro vientos que "en Cuba no había
'jama' (comida)", porque Pánfilo es un hombre humilde que no tiene
problemas con la verdad. Si, como ha propuesto el trasnochado de Mitt Romney,
me quedara en casa, estaría ayudando a elegir a Hillary Clinton.
La buena noticia es
que una "nueva mayoría" ha estado participando en las encuestas y
votando en estas primarias republicanas. Un entusiasmo que no era visto desde
las victorias arrolladoras en 49 estados en las eras de Richard Nixon y Ronald
Reagan. Ese es un tesoro que no puede permitirse que sea dilapidado por los
obtusos que prefieren destruir al partido antes que apoyar a Donald Trump.
Pero la mejor
noticias es que en menos de una semana, después de las primarias de Ohio y de
la Florida, los campos se habrán definido. Si Rubio y Kasich pierden sus
respectivos estados y Donald Trump saca ventaja a Cruz en las primarias de los
estados del noreste el camino a la postulación estaría abierto para el
"indeseado" de la vieja guardia republicana. Entonces, el partido que
nació predicando la unidad en la convención de Filadelfia de 1856 tendrá la
oportunidad de predicar con el ejemplo declarando un alto al fuego en esta
sangrienta guerra civil de 2016. Si no lo hace estará cometiendo suicidio y
causando un daño irreparable a la nación norteamericana.
Alfredo Cepero
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero
Director de
www.lanuevanacion.com
Estados Unidos
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