domingo, 6 de marzo de 2016

NELSON ACOSTA ESPINOZA, ¿QUÉ SE VAYAN TODOS?

Bien, amigos lectores, voy a  intentar  comparar dos situaciones políticas, económicas, sociales y temporales distintas. Me refiero a la Argentina del año 2001 y la Venezuela del 2016. En cierto sentido, son dos escenarios extremos; bipolares, si se me permite la expresión. Sin embargo, es posible encontrar cierta  similitud en sus efectos y consecuencias sobre la vida de la población.

En el caso Argentino, por ejemplo, implosionó  un modelo de ascendencia neo liberal y, en nuestro país, el del socialismo del siglo XXI. Como puede verse son contextos opuestos. Sin embargo, los resultados y sus secuelas sobre la calidad de vida ciudadana han sido, hasta el momento,  semejantes. Lo que intento señalar, que esas etiquetas no explican en su totalidad estas catástrofes de naturaleza económica y política.
“Que se vayan todos” fue la consigna que enarboló la población bonaerense en el marco de las protestas que  acaecieron en diciembre de 2001. Esta frase condensaba la grave crisis de representatividad y el desencanto de los ciudadanos  con respecto a sus dirigentes. Se exigía, entonces, la renuncia masiva de los gobernantes. Los estudios de opinión reseñaban que esta demanda contaba con el apoyo 70% de la población.
No podía ser de otra manera. En el 2001 la economía argentina había tocado fondo. Sucesivos ajustes, “corralito” bancario, ruptura de la cadena de pago, surgimiento de monedas locales en reemplazo a la de curso legal dieron origen a una masiva protesta nacional (la noche del cacerolazo) y a una intensa represión policial. El presidente Fernando de la Rua se vio obligado a renunciar y, en un periodo breve, fue sucedido por cuatro distintos gobernantes provisionales. Todos en sintonía con el régimen colapsado.
Bien, el socialismo del siglo XXI presenta síntomas similares de agotamiento: crisis fiscal, devaluación de la moneda, inflación galopante, deterioro de los servicios públicos, corrupción vertiginosa, escasez de alimentos, medicinas, fallas en el suministro de agua y electricidad. En fin, estamos en presencia del colapso de este sistema político acompañado, a su vez,  por una desesperación creciente en el ánimo de la población. Por ahora, los brotes de violencia han sido aislados (saqueos de supermercados y de transportes de alimentos). La experiencia (argentina) enseña que en la medida que se profundice la crisis estos enfrentamientos espontáneos serán más frecuentes. Se requerirá, entonces, una voluntad unitaria que proporcione direccionalidad política a este malestar.
Me van a disculpar este sentimiento de angustia. Creo que el tiempo se está agotando y, si no se proporciona la respuesta política apropiada,  sentimientos de rechazo pudieran desarrollarse y desembocar en una situación parecida a lo sucedido en Argentina: “que se vayan todos y el último que apague la luz”.
Las últimas decisiones del TSJ marcan, a mi parecer, la ruta a seguir. Me explico. Los legales, son eso, caminos que se trazan en el marco de un estado de derecho. A contrapelo se impone un movimiento de naturaleza más Política (con mayúscula). Avanzar en el carromato de un torrente de masas de naturaleza cívica y no violenta.
Si quisiéramos definir este momento, la palabra cambio de época podría ser  la apropiada. No sé si nuestra vanguardia  política lo ha comprendido así. Asumir esta “novedad”, por ejemplo, con las viejas herramientas discursivas pudiera constituir un  error trágico.
Recordemos lo sucedido a finales de la década de los años ochenta. Cuidado. Esta potencial desafección, de no ser encausada por la opción democrática, pudiera dar pie para a una nueva aventura autoritaria. Parece valido, entonces,  preguntar ¿está la vanguardia a la altura de estos acontecimientos políticos?
Pronto lo sabremos. Ojala la respuesta sea apropiada a las circunstancias que estamos viviendo y evite una nueva frustración política.
Nelson Acosta Espinoza
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64
Carabobo - Venezuela

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