Bien, amigos lectores, voy a
intentar comparar dos situaciones
políticas, económicas, sociales y temporales distintas. Me refiero a la
Argentina del año 2001 y la Venezuela del 2016. En cierto sentido, son dos
escenarios extremos; bipolares, si se me permite la expresión. Sin embargo, es
posible encontrar cierta similitud en
sus efectos y consecuencias sobre la vida de la población.
En el caso Argentino, por ejemplo, implosionó un modelo de ascendencia neo liberal y, en
nuestro país, el del socialismo del siglo XXI. Como puede verse son contextos
opuestos. Sin embargo, los resultados y sus secuelas sobre la calidad de vida
ciudadana han sido, hasta el momento,
semejantes. Lo que intento señalar, que esas etiquetas no explican en su
totalidad estas catástrofes de naturaleza económica y política.
“Que se vayan todos” fue la consigna que enarboló la población
bonaerense en el marco de las protestas que
acaecieron en diciembre de 2001. Esta frase condensaba la grave crisis
de representatividad y el desencanto de los ciudadanos con respecto a sus dirigentes. Se exigía,
entonces, la renuncia masiva de los gobernantes. Los estudios de opinión
reseñaban que esta demanda contaba con el apoyo 70% de la población.
No podía ser de otra manera. En el 2001 la economía argentina había
tocado fondo. Sucesivos ajustes, “corralito” bancario, ruptura de la cadena de
pago, surgimiento de monedas locales en reemplazo a la de curso legal dieron
origen a una masiva protesta nacional (la noche del cacerolazo) y a una intensa
represión policial. El presidente Fernando de la Rua se vio obligado a
renunciar y, en un periodo breve, fue sucedido por cuatro distintos gobernantes
provisionales. Todos en sintonía con el régimen colapsado.
Bien, el socialismo del siglo XXI presenta síntomas similares de
agotamiento: crisis fiscal, devaluación de la moneda, inflación galopante,
deterioro de los servicios públicos, corrupción vertiginosa, escasez de
alimentos, medicinas, fallas en el suministro de agua y electricidad. En fin,
estamos en presencia del colapso de este sistema político acompañado, a su vez, por una desesperación creciente en el ánimo
de la población. Por ahora, los brotes de violencia han sido aislados (saqueos
de supermercados y de transportes de alimentos). La experiencia (argentina)
enseña que en la medida que se profundice la crisis estos enfrentamientos
espontáneos serán más frecuentes. Se requerirá, entonces, una voluntad unitaria
que proporcione direccionalidad política a este malestar.
Me van a disculpar este sentimiento de angustia. Creo que el tiempo se
está agotando y, si no se proporciona la respuesta política apropiada, sentimientos de rechazo pudieran
desarrollarse y desembocar en una situación parecida a lo sucedido en
Argentina: “que se vayan todos y el último que apague la luz”.
Las últimas decisiones del TSJ marcan, a mi parecer, la ruta a seguir.
Me explico. Los legales, son eso, caminos que se trazan en el marco de un
estado de derecho. A contrapelo se impone un movimiento de naturaleza más
Política (con mayúscula). Avanzar en el carromato de un torrente de masas de
naturaleza cívica y no violenta.
Si quisiéramos definir este momento, la palabra cambio de época podría
ser la apropiada. No sé si nuestra
vanguardia política lo ha comprendido
así. Asumir esta “novedad”, por ejemplo, con las viejas herramientas
discursivas pudiera constituir un error
trágico.
Recordemos lo sucedido a finales de la década de los años ochenta.
Cuidado. Esta potencial desafección, de no ser encausada por la opción
democrática, pudiera dar pie para a una nueva aventura autoritaria. Parece
valido, entonces, preguntar ¿está la
vanguardia a la altura de estos acontecimientos políticos?
Pronto lo sabremos. Ojala la respuesta sea apropiada a las
circunstancias que estamos viviendo y evite una nueva frustración política.
Nelson Acosta Espinoza
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64
Carabobo - Venezuela
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