El trabajo es un
valor fundamental inherente a la condición
originaria del hombre, y el no entenderlo como tal, es no darse cuenta que el
nivel de dedicación al mismo, puede significar el progreso o el estancamiento y
hasta la ruina de núcleos familiares. Por lo tanto no es, ni un castigo ni una maldición.
El trabajo debe ser
honrado porque dedicarse a él genera una fuente de riqueza o, al menos, de
condiciones para una vida decorosa, y, en general, es un instrumento eficaz
contra la pobreza. Es esencial, pero debe entenderse que el Altísimo es la
fuente de la vida y el fin del hombre.
Al revisar la vida de
Jesús, el inspirador de nuestras enseñanzas, observamos que mantuvo una condición de aprecio al trabajo,
y en su predicación vimos su dedicación al mismo practicándolo él, e
instruyendo a los suyos para que entendieran lo fundamental que su práctica
significa, para la búsqueda del bienestar de la familia y el desarrollo de la
sociedad.
El curso de la
historia está marcado por las profundas transformaciones y las grandes
conquistas a través del trabajo, pero también degeneración en la explotación de
tantos trabajadores y en ofensas a su dignidad.
Tanto el Social
Cristianismo y como el Pensamiento Democrático están inspirados en gran parte
de las enseñanzas de la Encíclica Papal «Rerum Novarum» la cual ha creado todo
un lineamiento doctrinario para evitar que este valor, como dije anteriormente,
inherente a la persona humana, degenere,
en utilizarse para la explotación del hombre violentando y atropellando su
dignidad. En consecuencia, el trabajo es un valor ante todo, que lo convierte
en un derecho inalienable que unido a la importancia del derecho a la
propiedad, al principio de colaboración entre clases, al de los derechos de los
débiles y de los pobres, al de las
obligaciones de los trabajadores y de los patronos, al del derecho de
asociación; va a ser posible que tengamos una sociedad justa que nos permita
lograr bienestar para sus integrantes, dentro de un estado que va hacia la
búsqueda del desarrollo del Bien Común.
En efecto, podemos
considerar al trabajo como una de las
claves esenciales de toda la
cuestión social, ya que no solo condiciona el desarrollo a lo económico, sino
también a lo cultural, a lo moral; a las
personas, a las familias, a la sociedad y a todo el género humano.
Debemos, considerar al hombre, por todo lo dicho
anteriormente como el sujeto del
trabajo; lo cual confirma la profunda identidad del hombre creado a imagen y
semejanza de Dios. El ser humano mediante su trabajo se hace cada vez más dueño de la tierra, sin llegar a
serlo, por atender a la calificación de depositario, llamado a reflejar en su
propio obrar la impronta de Dios de quien es imagen.
En efecto, no hay
duda de que el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado
completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona.
En consecuencia no solamente procede de la persona, sino que está también
esencialmente ordenado y finalizado en ella, ya que está orientado hacia el
sujeto que lo realiza, porque la finalidad del trabajo, es siempre el hombre.
Andres Rafael Scott Velasquez
anscott25.11@gmail.com
@andresscott
Guarico - Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario