jueves, 17 de diciembre de 2015

ENRIQUE MELÉNDEZ, LA VI REPÚBLICA

 No hay nada más vergonzoso que eso, que se ha escuchado decir entre los círculos del chavismo, a propósito de esta sorprendente derrota, que le acaba de propinar el pueblo venezolano, de que venció la guerra económica, y yo diría, en ese sentido, que no hay peor ciego, que el que no quiere ver.

            -Yo sí creo en eso de la guerra económica-, le escuché decir a un chavista muy despechado, quien aún no ha asimilado la derrota, que es lo que demuestra el desquiciamiento de esta gente en el poder. ¿Estaba marcada en nuestros procesos de democratización esta regresión histórica que ha significado el chavismo, quizás, como una especie de asepsia política? Esto lo digo porque este tipo de mentalidad desaparece de escena de ahora en adelante, pues esto que acaba de ocurrir en estas elecciones es lo que se conoce en filosofía como “el asalto a la razón”; si partimos del hecho de que hasta ahora al pueblo lo tenían engatusado con todos estos mitos y mentiras.
            Obsérvese la reacción de Nicolás Maduro: “Si es así, entonces yo no sigo construyendo más casas. No votaron por nuestros candidatos, entonces ustedes son unos ingratos”. En efecto, tú puedes hacer todas esas casas, que reporta la red de medios oficialista, porque tú tienes la ventaja de haber monopolizado todos los insumos de la construcción; el problema es que tú has acabado con el aparato productivo del país; el FMI estima una contracción económica en Venezuela de -10%, y amor con hambre no dura, a propósito de ese matrimonio que contrajo el chavismo con los pobres.
            Las palabras de Kant son muy claras a este respecto: la ilustración se produce cuando un hombre se hace cargo de su propia voluntad, y se olvida de ese sentimiento de culpable incapacidad. Se lo dijeron muy claro a Maduro los encuestadores: ya el discurso de la guerra económica está agotado. Frente a esta realidad de hoy en día, signada por un precio del petróleo que, en lugar de ir disparado a los 200 dólares, como estimaba Chávez en sus más extremos delirios, lo que va es en picada hacia los 20 dólares, el gobierno perdió todos sus encantos en ese matrimonio, y el pueblo, en efecto, le vivió las últimas ofertas, que le quedaban, y en las urnas se le volteó, y que es lo que argumentan algunos chavistas desconsolados, que la oposición ganó con un voto prestado.
            Es decir, que quien votó por los candidatos de la oposición fue el chavismo, que es donde se capta el sentido de la posesión de esta gente de la voluntad del pueblo, y que, en efecto, tuvo ese carácter cuando la renta petrolera daba para todo; habida cuenta de ese precio disparado hacia el alza, y del cual Chávez se regodeaba; porque le permitía repartir a manos llenas esa renta; mientras quebraba el aparato productivo del país, y creaba una ilusión en el pueblo, que arrastraba eso que Kant conoce como “culpable incapacidad”, y de la cual vino a darse en cuenta en esas largas colas, que se formaban en las puertas de los supermercados y farmacias; cuando entonces comenzó a meditar acerca de esa ilusión, y a hablar: es allí donde se incuba la derrota de esta gente.
            -No, señor –me dijo la conserje del edificio-, esas madres colas que uno tenía que hacer.
            Que es lo que le produce el despecho al chavista recalcitrante: no hay tal legado de Chávez, y mientras aquellos partidos, que Chávez creyó pulverizados, en su máximo apogeo de arrogancia y fanfarronería, hoy gozan de buena salud, el chavismo se desmorona con fatal caída; pues si alguien no sabe calibrar este impacto es esta gente. Obsérvese nada más la reacción que han tenido. Es verdad que la oposición al día siguiente de un evento electoral, a lo largo de estos 17 años de régimen chavista, salía a cantar fraude; el hecho es que, como se los ha dicho Andrés Velásquez, hasta para saber perder hay que tener honor.
            De hecho, lo sucedido en el Hotel El Conde de Caracas; cuando Jorge Giordani y Héctor Navarro intentaron ofrecer una rueda de prensa, a los fines de hacer algunos señalamientos; no obstante, fueron atropellados por bandas del chavismo, muestra la división, que ya se vislumbra en estas filas, y esto porque Chávez nunca se preocupó por fundar y organizar una maquinaria partidista, a la manera de Rómulo Betancourt, pues Chávez nunca se planteó el país en términos orgánicos, es decir, Chávez nunca concibió una cosmovisión de país, sino la anarquía, esto es, un permanente caos, y que fue lo que él desató desde aquel aciago 4 de febrero de 1992; cuando comenzaron a resquebrajarse las instituciones, y los militares salieron a las calles, con el cuento de que la política es una cosa demasiado seria, para dejarla en manos de los políticos, y hasta el día de hoy, cuando hemos visto que Maduro ha dado la orden de que regresen a los cuarteles todos aquellos que hoy en día ocupan cargos públicos, vamos a tomarlo así, es decir, vamos a tomar el hecho como que también ha sido derrotado el militarismo; cuando amigos de uno, según me lo han confesado, no creían que esta aberración política, que está enquistada en el poder, se sacaba con votos, sino con las armas; de modo que la sociedad civil pasa ahora a hacerse cargo del país; como ocurrió aquel lejano 5 de julio de 1811; cuando nos constituimos como República.
            Huntington hace ver que los procesos de democratización no siempre son lineales, sino que tienen sus momentos de regresión histórica; como esta que hemos tenido con el chavismo, y la verdad es que esta larga pesadilla ha sido como una gran catarsis, donde nos hemos sacudido mitos, taras; ha salido a relucir el espíritu grosero del venezolano, del que tenemos fama; el igualitarismo hacia abajo: el país de las nulidades engreídas y de la posiciones consagradas. Ese país desaparece, por el de la meritocracia.
                                              
Enrique Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo

Lara - Venezuela

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