Cuando comencé mi
carrera, por los tempranos años 80’, estaba muy emocionado porque había
cristalizado mis sueños, el de ser estudiante de medicina. Llegando a la
facultad en la Universidad Central de Venezuela, una de las primeras cátedras
que me toco cursar fue la de Anatomía. Si, Anatomía, la cátedra de Vargas, la
base de la medicina. Ya me sentía médico, me paseaba por los pasillos del
instituto anatómico, con mi bata que olía a formol luego de estar varias horas
disecando cadáveres.
Sin embargo, los
exámenes eran todos orales y exigentes. Si, muy exigentes. Debíamos conocer a
la perfección las partes, las piezas anatómicas, los bordes, escotaduras,
agujeros de inserción de algún musculo o agujero nutricio de la arteria. Así
pasábamos largas horas estudiando la anatomía humana frente a un cadáver que había
sido donado voluntariamente para el conocimiento de los jóvenes aprendices
A veces era difícil
conseguir piezas anatómicas para estudiar o llevarse a casa, sobre todo en
épocas de exámenes. Entonces algunos de nosotros acudimos a una práctica que
aunque nos parecía innovadora, ya tenía varios siglos de ejecución. Ir al
cementerio, la historia nos dice que Leonardo Da Vinci pagaba a algunos
empleados para que desenterraran cadáveres. El mismo Andrés Vesalio, padre de
la anatomía moderna, robo cadáveres para poder describir sus formas y realizar
los grandes descubrimientos que abrieron el paso a un nuevo despertar de la
medicina en el mundo.
No, no robamos
cadáveres. No era para tanto, pero si acudimos al cementerio y hablábamos con
algún enterrador que por una buena propina se dirigía a un sitio especial “La
Peste”, este lugar es donde se encuentran enterradas aquellas víctimas de la
peste de 1918 que azoto al mundo. La mal llamada “Gripe española de 1918” y que
cobro la vida de muchos venezolanos. En sus fosas comunes se encuentran muchos
seres que sucumbieron a este mal. Era tal la cantidad de muertos diarios por
aquella época, que fueron enterrados solo envueltos en sábanas sin ataúd. Por
supuesto con el pasar de los años tan solo quedaban los huesos como testimonios
de una vida.
Era entonces en ese
lugar donde se encontraba la cantera de muchos estudiantes de medicina para
poder adquirir alguna pieza de estudio. Se le decía al enterrador “tráeme una
paleta” (Escapula), o un hueso de la pierna (fémur), o el hueso de la espinilla
(Tibia), o una calavera (Cráneo). Luego nos marchábamos con nuestro nuevo
tesoro de estudio y tratábamos de sacarle el mayor provecho posible. En algunas
de nuestras casas nuestros padres se asombraban al ver huesos humanos y muchos
hasta nos decían que no querían ese muerto en casa.
Fue una época muy
hermosa, llena de tanta magia e ilusión. Creíamos que conquistaríamos el mundo y lo dominaríamos a favor de la
ciencia. Jamás le hicimos mal a nadie, simplemente como estudiantes
universitarios vivíamos las aventuras de nuestra juventud entre el estudio y la
diversión. Y aunque en esta época a nadie se le ocurriría recolectar huesos de
esa forma, siempre vivirán en nuestro recuerdos esos momentos maravillosos.
Daniel Sanchez
danielsanchez24@gmail.com
@SanchezDany24
Miranda - Venezuela
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