jueves, 17 de diciembre de 2015

HÉCTOR DE LIMA, LA DERROTA DEL SOCIALISMO SIGLO XXI

Existen dos eventos históricos que se asemejan en el tiempo: la masiva votación a favor de Chávez el domingo 6 de diciembre de 1998  y la extraordinaria votación del pueblo el domingo 6 de diciembre del 2015.

Los dirigentes de la cuarta república en aquel entonces, nunca hicieron un análisis autocrítico sobre lo que realmente había acontecido. Igual que hoy, culparon al pueblo, hablaron de resentidos, de ignorancia, y una sorda diatriba entre intereses de grupo con acusaciones de financiar la campaña de Chávez, dio origen a la expresión: “60% del pueblo votó por Chávez y el 40% restante se lo merecía”.
Nadie aceptó que esa masiva votación iba dirigida contra un modelo económico estatista, corrupto y excluyente, propugnado por los dos partidos del sistema, cuya diferencia programática era apenas semántica: socialistas cristianos y socialistas demócratas pero ambos se beneficiaban de las empresas del estado y  favorecían a sus grupos económicos en detrimento de las grandes mayorías venezolanas.
Si el oficialismo no supo administrar su derrota, el chavismo no estaba en capacidad de administrar su victoria. Acusaron a Carlos Andrés de neoliberal por sus esfuerzos de darle por primera vez a Venezuela, la oportunidad de experimentar un  sistema democrático de libre mercado, en una Venezuela que durante sesenta años no ha conocido lo que es eso. Con la ayuda de un barril a cien dólares y la chulería cubana, moldearon el estatismo que ya existía y lo llevaron al paroxismo frenético de ese raro injerto, denominado socialismo del siglo XXI.  Construyeron un cascarón de frases pomposas: “Ahora PDVSA es del pueblo”. Se hartaron de frases grandilocuentes, como corresponde a sus ejecutores militares, que acostumbran esconder sus complejos detrás del uniforme. Este estatismo militar tenía que buscar un enemigo (sin enemigos no hay militares) y arremetieron contra los productores nacionales, el sistema de libre empresa y contra todo empresario exitoso que produjera una libra de harina pan, una pasta dental o un pote de aceite. Ellos estaban en guerra contra la producción capitalista.
Como verdaderos Dráculas se abalanzaron contra las “santamarías” de los pequeños comerciantes y le negaron a todo el mundo las divisas que ellos guardaban celosamente en los bancos de Andorra y Suiza. El resultado de ese frenesí irracional, fueron las colas a orilla de los supermercados, la inflación y la escasez y el surgimiento de un nuevo marchante al que llamaron “bachaquero”. En este estado de cosas crearon la palabrita “guerra económica” y arremetieron contra el único cliente que pagaba su factura petrolera “el imperialismo”, tan denostado y visitado por los amigos chavistas encantados con Miami.
Maduro finalmente tenía su prospecto de guerra para salvar la revolución bolivariana continental, del colapso avizorado por las empresas encuestadoras, miró hacia la frontera de Colombia, hacia Guyana, hacia Fedecámaras, hacia la Polar y finalmente dijo que en caso extremo defendería su revolución en un “bunker” cívico militar, donde no volvería a construirle ni una sola casa a esos infelices desagradecidos. Pero sus bravuconadas no fueron compartidas por el resto de la tropa, que parece haberle dicho: “por allà fumea”, “el pueblo votó contra usted, acepte su derrota”.
Así llegamos al segundo evento histórico, LA DERROTA DEL CARTEL SIGLO XXI, que por coincidencia cayó en la misma fecha. Abrumadoramente el pueblo del 23 de Enero, Petare y las barriadas pobres, en un solo abrazo con los “escuálidos” que habían resistido durante 17 años, se presentaron decididos en los centros de votación y a pesar de los Tupamaros, las bandas de la Piedrita y los círculos armados, trajeron este nuevo amanecer donde el clamor principal es que quieren un cambio del perverso modelo económico que nos atormenta a todos. Hoy como ayer el clamor es el mismo.
La oposición debe facilitar, a través de leyes que permitan transformar el modelo estatista de desarrollo, por un modelo sustentable, nacionalista y democrático de libre empresa y libre mercado.
Las empresas básicas en poder del Estado y manejadas por la nomenclatura corrupta, deben ser nacionalizadas mediante la venta de acciones a todo el pueblo de Venezuela. Los bancos pueden financiar la compra para que ningún venezolano se quede sin su pedazo de propiedad. El dinero obtenido con la venta puede destinarse a reflotar esas empresas o para programas específicos de beneficio social. Entonces y solo entonces, si sería cierto que “Petróleos de Venezuela es del pueblo” como dicen los camiones que transportan gasolina
Hector De Lima
hectordelima@gmail.com
@venecolombo

Miami - Estados Unidos

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