Una revolución en el buen sentido de la expresión supone la
transformación radical de todas las cosas en una determinada sociedad dando
alcance fundamental al instinto de una mejor sociedad, donde todos podamos
compartir justicia, vida en paz, en armonía, y en situación de justicia. Así ha
sido –generalmente– el concepto de revolución alcanzado por los románticos del
mundo de la idea imaginada teniendo como base interesante la Revolución
francesa y todo lo que ella significó en el mundo de la libertad, de la
fraternidad y de la igualdad.
Ha sido, desde luego, ya pensando en lo
contrario, una especie de enfermedad de la historia, una mala revolución,
sutilmente tratada por sus teóricos y fantasiosos y que con ella han logrado
producir en la sociedad muerte, desesperanza, frustraciones y neurosis
colectiva. Generalmente, las revoluciones no son formalmente programadas. Nacen
al puro instinto social de un determinado pueblo que se encuentra en situación
de injusticia y de golpe, prevalece un movimiento que pretende transformar todo
y enaltecer sus consecuencias.
Las revoluciones, dependiendo de la cultura política de quienes la
inicien, se imponen o no hacia el mundo de lo desconocido, alertando que si
ella no se encuentra bien dirigida por una sociedad o agrupación política culta
e inteligente, seguramente el fracaso de ella aparece como irremediable con las
consecuencias que produce y sobre todo con la frustración que provoca en gran
parte de la gente que la había imaginado algún día como real y positiva. Es,
entonces, el mayor pecado que se produce en una revolución mal dirigida y mal
orientada. La Revolución francesa por ejemplo, no se invocó solo para la
creación de los tres poderes clásicos de todo sistema republicano y democrático
como el Poder Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Al contrario, la gran
Revolución francesa su verdadero cambio social y político se dirigió en la
creación de un hombre nuevo con derechos e intereses llamado ciudadano, lo que
contrariaba notablemente con la existencia de aquel hombre denominado súbdito y
sometido que respondía solo a las órdenes y direcciones de la monarquía
hereditaria y a los reyes como cultores superiores de sus vidas y de sus
esperanzas.
Por esta razón son contadas la revoluciones en el mundo, son escasas, si
consideramos que las revoluciones perpetúan los cambios de mentalidad y de
estructuras en forma permanentes, y todo lo que ella ha implicado o ha
significado en un mundo saturado de problemas y de desesperanzas. Yo creo tener
razón en no estar de acuerdo con que en Venezuela haya una revolución, así como
tal, la palabra me asfixia y hasta me conmueve. Analizando lo que ocurre en mi
país sobre todo después de 16 años de locura y desfachatez de un gobierno
dirigido por la peor dirigencia social y política que ha dado el país después
de 1830. Ha sido una calamidad imposible de creer, y lo observamos cuando, por
ejemplo, el régimen pierde el poder de la Asamblea Nacional y sigue al día
siguiente del revés cometiendo los mismos errores y las mismas equivocaciones.
Con objetividad, el gobierno es el verdadero contrarrevolucionario como dicen,
y les atrae simplemente la terquedad ante la historia y la inmadurez de sus
argumentos y realizaciones. Venezuela lo que necesita es una evolución, no una
revolución, llena de imaginación y de progreso. Con ella el nacimiento de una
dirigencia espectacular de una nueva sociedad de hombres y mujeres capaz de
encender una luz donde antes no lo ha habido, no solo todos los venezolanos
estemos al corriente de sus problemas, sino la creación de un venezolano nuevo
predispuesto a creer y racionalizar sus sentimientos y sus angustias. Es en
todo caso, la existencia de un país diferente ensalzado y ensayado hacia el
progreso y la justicia. Hay que transformar todo, dejando por supuesto nuestras
tradiciones y nuestras familias y remarcando un bienestar de altura, de cultura
y de convivencia. Venezuela es muy grande, es muy de sueños, empecemos ya a
construir ese mundo al cual me refiero. El día 6 de diciembre pasado es un
síntoma indudable e inocultable de que la mediocridad y la locura pueden
desaparecer por vía democrática. Es como decía aquel lema de los hippies de
1970 que el sistema se hundía y que había que hacer peso. Hagamos eso ya. Así
lo creo.
Gustavo Briceño Vivas
gbricenovivas@gmail.com
@gbricenovivas
Miranda - Venezuela
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