Nunca
como ahora la sociedad venezolana se debate entre la perplejidad y la anarquía.
El pueblo luego de 17 años “de prueba” no pudo asimilar el “orden
institucional” pretendido a partir de 1999. Aprendió a desconfiar de cualquier
conjetura ficticia que reincida en lo comprobadamente inservible. Desde el
poder, como en quincalla, se proveía “gobernabilidad a gusto de evolucionarios
fieles”. Las elecciones parlamentarias del 6-D evidenciaron que ese revoltijo
ideológico, falaz, que no proveyó bienestar sino destrucción, está llegando a
su fin. Hasta algunos “acérrimos socialistas” se expresaron en contra pues
igualmente padecen las secuelas de la Venezuela empobrecida.
La
pretensión de instaurar una especie un Naserismo tropical; es decir inserción
militar en todos los preceptos del Estado, fracasó. Algunos dan poca
importancia al asunto porque suponen que no los afecta directamente. Pero no es
así. Facultar al ámbito militar para el ejercicio de encargos administrativos
reservados a la órbita civil, significa renunciar a nuestro papel de referentes
decisorios y embriagarnos con una entelequia evocada por un iluso populista
cuyas ideas son impracticables en democracia.
Ese
esquema fallido, afortunadamente rechazado por voluntad popular expresada el
6-D, tenía el propósito primordial de profundizar aún más la desorientación de
las masas para hacerse de su control. El resultado demuestra que de nada le
sirvió al régimen la centralización y concentración de los medios de
comunicación con el propósito de convertir ese esquema en una profecía que se
cumple a sí misma, como en Cuba. No obstante el pleno control de los medios, la
gente estaba al tanto de lo que ocurría en cualquier calle.
El país
sumido en una miseria cosechada, patrocinada a partir 1999 falseando la
realidad nacional y mundial, y hasta la misma historia, hoy está obligado a
recurrir a los privados para normalizar entre otros los sistemas de producción
de bienes; acabar con el desnivel cada vez más acentuado que se creó entre los
que ejercen el poder y los que carecen de él; entre los que inducen el cambio y
los que se resisten a aceptarlo. Llegó el momento de acabar con la gastada práctica
de la alienación propia de las concepciones marxistas.
Los
evidentes “desarreglos institucionales” a lo largo de 17 años no habían sido
discurridos en toda su importancia por la mayoría. Por el contrario, la gente
seducida por Chávez restó relevancia a los medios de producción y hasta se mofó
de ellos. El discurso sistemático de Maduro repitiendo aquella conseja ha
empeorado la estabilidad económica y emocional del país a tal punto de
ubicarnos en los últimos lugares de
desarrollo. Veamos:
Reciente
estudio de CEDICE (Centro de Divulgación del Conocimiento Económico) refleja
que Venezuela para el 2015 ha sido el país de América Latina que más posiciones
ha perdido en ese ranking. Se ubica en los últimos lugares en calidad
institucional, incluso once puntos por debajo de Cuba. Se ubica en el lugar 184 (once puntos por
debajo de Cuba.
Aun así,
en la hecatombe y ante la expresión clara de los votantes, Maduro insiste que
su derrota electoral del 6-D es secuela de una guerra económica que “perdió por
ahora”. Lamentablemente no ha entendido la realidad de una nación improductiva.
Países que cuidan la calidad de sus instituciones son los que se inscriben en
el mundo del desarrollo real. Lo demás es fantasía.
Miguel
Bahachille M.
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29
Miranda -
Venezuela
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