jueves, 17 de diciembre de 2015

MIGUEL BAHACHILLE, ¡BASTA DE SEÑALES CONFUSAS!

Nunca como ahora la sociedad venezolana se debate entre la perplejidad y la anarquía. El pueblo luego de 17 años “de prueba” no pudo asimilar el “orden institucional” pretendido a partir de 1999. Aprendió a desconfiar de cualquier conjetura ficticia que reincida en lo comprobadamente inservible. Desde el poder, como en quincalla, se proveía “gobernabilidad a gusto de evolucionarios fieles”. Las elecciones parlamentarias del 6-D evidenciaron que ese revoltijo ideológico, falaz, que no proveyó bienestar sino destrucción, está llegando a su fin. Hasta algunos “acérrimos socialistas” se expresaron en contra pues igualmente padecen las secuelas de la Venezuela empobrecida. 

La pretensión de instaurar una especie un Naserismo tropical; es decir inserción militar en todos los preceptos del Estado, fracasó. Algunos dan poca importancia al asunto porque suponen que no los afecta directamente. Pero no es así. Facultar al ámbito militar para el ejercicio de encargos administrativos reservados a la órbita civil, significa renunciar a nuestro papel de referentes decisorios y embriagarnos con una entelequia evocada por un iluso populista cuyas ideas son impracticables en democracia.

Ese esquema fallido, afortunadamente rechazado por voluntad popular expresada el 6-D, tenía el propósito primordial de profundizar aún más la desorientación de las masas para hacerse de su control. El resultado demuestra que de nada le sirvió al régimen la centralización y concentración de los medios de comunicación con el propósito de convertir ese esquema en una profecía que se cumple a sí misma, como en Cuba. No obstante el pleno control de los medios, la gente estaba al tanto de lo que ocurría en cualquier calle.

El país sumido en una miseria cosechada, patrocinada a partir 1999 falseando la realidad nacional y mundial, y hasta la misma historia, hoy está obligado a recurrir a los privados para normalizar entre otros los sistemas de producción de bienes; acabar con el desnivel cada vez más acentuado que se creó entre los que ejercen el poder y los que carecen de él; entre los que inducen el cambio y los que se resisten a aceptarlo. Llegó el momento de acabar con la gastada práctica de la alienación propia de las concepciones marxistas.  

Los evidentes “desarreglos institucionales” a lo largo de 17 años no habían sido discurridos en toda su importancia por la mayoría. Por el contrario, la gente seducida por Chávez restó relevancia a los medios de producción y hasta se mofó de ellos. El discurso sistemático de Maduro repitiendo aquella conseja ha empeorado la estabilidad económica y emocional del país a tal punto de ubicarnos  en los últimos lugares de desarrollo. Veamos:

Reciente estudio de CEDICE (Centro de Divulgación del Conocimiento Económico) refleja que Venezuela para el 2015 ha sido el país de América Latina que más posiciones ha perdido en ese ranking. Se ubica en los últimos lugares en calidad institucional, incluso once puntos por debajo de Cuba.  Se ubica en el lugar 184 (once puntos por debajo de Cuba.

Aun así, en la hecatombe y ante la expresión clara de los votantes, Maduro insiste que su derrota electoral del 6-D es secuela de una guerra económica que “perdió por ahora”. Lamentablemente no ha entendido la realidad de una nación improductiva. Países que cuidan la calidad de sus instituciones son los que se inscriben en el mundo del desarrollo real. Lo demás es fantasía.

Miguel Bahachille M.
miguelbmer@gmail.com
@MiguelBM29

Miranda - Venezuela

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