El concepto de “guerra económica” fue elaborado a instancia de la perversión de quienes poco o ningún conocimiento de los postulados de la economía manejan como criterios de gobierno.
Mucho se ha inculpado
como razón de la crisis que arrastró a Venezuela hacia la merma del estado
político y económico que con suma dificultad había alcanzado en cuatro décadas
de persistentes esfuerzos, a una “guerra económica”. No obstante, antes de
continuar la presente disertación, bien cabe revisar el aludido concepto toda
vez que el mismo tiene propósitos un tanto confusos. Sobre todo, si se tiene en
cuenta que su ascendencia destaca el interés político en desfigurar causas que
tocan la génesis de tan enredada situación. Y es que la teoría económica
explica lo que hay debajo de cualquier revuelta social animada con base en
acusaciones que invocan la dinámica de la economía. Y que pongan en riesgo, la
estabilidad de todo sistema político. Más, si se trata de: democracia.
Nada más lógico y
propio de toda realidad económica, que no sea lo que la teoría económica
plantea alrededor del juego que se establece entre la oferta y la demanda.
Cuando las relaciones entre quienes ofrecen servicios o productos y quienes
solicitan éstos se dan en medio del equilibrio garante de una avenencia
acordada sobre la satisfacción de ambas partes, se configura un abanico de
relaciones que devienen en condiciones de acomodo y reacomodo dirigidas a
motivar un estado de relativa conformidad que se reproducirá en la medida que
dichas condiciones se renueven y se lleven a prácticas inmediatas.
Mientras que esta
dinámica comprometa la movilidad social sobre la cual se asienta el discurrir
político de un colectivo, nación o país, hay seguridad de manejarse los
problemas obvios de toda sociedad. Cuando algunas de las variables que
participan en el referido juego sale de la ecuación, por razones extrañas a su
condición, entonces se enrarecen las situaciones que definen el acompasamiento
natural de la susodicha realidad. Es ahí cuando la mano oscura de gobernantes
sin escrúpulos, moral, ética, ni dignidad, se apresura a forzar cualquier
solución posible sin entender que las variables de la economía son susceptibles
de toda inhabitual injerencia.
Justamente, como la
economía no se ajusta a cambios elaborados desde contextos no identificados, es
decir extraños a su misma naturaleza, no hay respuesta exacta que concilie
factores de distinta procedencia. Es el momento cuando los oficiantes de la
mala política, o ejecutores de un mal gobierno, se ven empujados a tomar
decisiones en falso positivo. Decisiones apuntadas por la improvisación, la
torpeza y la ignorancia.
Es cuando apelando a
la jerga militarista, divorciada de la nomenclatura que marca el acervo de la
política, apela al concepto de “guerra económica”. Definición ésta, elaborada a
instancia de la perversión de quienes poco o ningún conocimiento de los
postulados de la economía manejan como criterios de gobierno. Pero que se
apoyan de algún sufijo o prefijo que
disimule el analfabetismo que en materia económica tienen. Sin embargo, lo que
se escurre entre los intersticios gubernamentales, es lo que encubre la
malversación y la corrupción toda vez que por esas razones los gobernantes
buscan siempre no hacer transparente las cuentas o finanzas del erario
nacional.
Es el problema que a
su vez encubre lo que encierra las culpas que vive quien a conciencia o sin
ella, reconoce de alguna forma, que todo tiene su explicación en la ineptitud,
la codicia, la rapacidad, y todas aquellas voracidades que estimulan la
oportunidad que despierta el poder político en quienes sin valores ni
principios, se atreven a ocupar posiciones de gobierno a sabiendas que las
alforjas nacionales han de cargarse de buenas divisas. Y que en el caso venezolano,
son provenientes del negocio petrolero
el cual llegó a escalar niveles portentosos y codiciados.
De forma tal que en
el plano de una administración de provechosos ingresos, el negocio que mejor se correspondía con las oportunidades,
desde la óptica del socialismo del siglo XXI, ha sido el de fungir como
gobernante. Por tanto, había que jugársela para ocupar tales responsabilidades.
Aunque luego, las culpas abatieran a los depredadores de la economía
venezolana. Pero para entonces, ya no importaría pues los bolsillos estarían
cocidos en bancos extranjeros cuyos intereses fueran solamente financieros. La
excusa de la “guerra económica”, habría servido para distraer la atención del
país hacia menesteres de menor consideración. Sin embargo, y a pesar de
reconocer que los problemas creados por causa de la incompetencia de
gobernantes aferrados a intereses bursátiles, cambiarios y financieros
propiamente, dejaron al país en la inopia, literalmente en el suelo, la guerra
que dicen haber desacreditado al gobierno nacional, sin advertir que fue al
país todo al que afectó, no fue “económica”. Fue, simple y descaradamente, una
“guerra de culpas”.
VENTANA DE PAPEL
EN LUGAR VACÍO
Seguramente, no fue nada fácil para el
gobierno norteamericano, mucho menos para Barack Obama, aceptar condiciones que
no parecieron terminar de definirse en las conversaciones que se dieron entre
los mandatarios razón del aludido encuentro. O sea, Raúl Castro y éste. Hay
analistas cuyos datos que no cuadran con las cuentas en que se basan algunas
revisiones. Por ejemplo, persisten dudas en cuanto a que no habrá consonancia
en los beneficios que derivarían de todo esto. Así se tiene que no será difícil
inferir que el gobierno cubano, por razones ciertamente populistas, sabrá sacar
mejor provecho de la susodicha relación. Provecho éste que no llegará al pueblo
cubano más inmediatamente que al alto gobierno de la isla caribeña.
El hecho de que Raúl
Castro negara con cinismo la existencia de presos políticos, hace ver que los
cambios en ciernes podrán ser meras declaraciones de intención. Más, por la
sospecha de que estos cambios aludido en el encuentro entre los mandatarios de
EE.UU y Cuba, beneficiarán al Gobierno cubano. Pero para el pueblo, pudiera
parecer que no haya ningón cambio, pues las realidades seguirán siendo iguales.
El interés principal tiene que ver con la cancelación del embargo que le
declarara EE.UU. a Cuba. De esa manera, Cuba podrá abrirse al mundo libre a
través de esquemas de comercialización que brindarán beneficios directos a sus
gobernantes. Mientras tanto, el pueblo seguirá viviendo dificultades económicas
y restricciones políticas. De hecho, el canciller cubano había declarado que
“en nuestra relación con Estados Unidos no está, de ninguna manera, la
realización de cambios internos en Cuba, que son y serán de la exclusiva
soberanía de nuestro pueblo. (…) Nadie podría pretender que para avanzar hacia
la normalización de relaciones entre ambos países, Cuba tenga que renunciar a
uno solo de sus principios, ni a su política exterior profundamente,
históricamente comprometida con las causas justas en el mundo y con la defensa
de la autodeterminación de los pueblos”
Este discurso lo dice
todo. De poco valdrá la apertura comercial, el desarrollo económico y la
fluidez de la información. El gobierno castrista parece no haber comprendido
que la forma de asegurar la confianza necesaria que ha sido propósito del
referido encuentro presidencial ha variado respecto de los esfuerzos
precedentes. Así que no existe factor que explique mejor el éxito de la
democracia en una sociedad que la prosperidad económica, y la seguridad
jurídica. De no ser así, el encuentro de estos mandatarios habrá caído en lugar
vacío.
“Cuando un gobierno no comprende el tenor de las necesidades que clama el pueblo que conduce, busca armar cualquier excusa que lo saque del paso. Lo demás, es un problema que por añadidura, será capoteado bajo el manto de la improvisación. Es el caso de gobiernos que llegan al poder por coyunturas alejadas del sentido de la política”
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Merida - Venezuela
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