Hace 25 años, un cuarto de siglo, el mundo vio el derribo
del Muro de Berlín, y luego el colapso del Imperio Soviético. Los despistados
decretaron “el fin del socialismo”; pero no fue así.
En “El origen de la familia, la propiedad privada y el
Estado”, publicado en 1884, al año siguiente de la muerte de Marx (1883),
Federico Engels mostró a los marxistas que el capitalismo está estrechamente
ligado a la familia. Por tanto, para destruir al capitalismo, es necesario
destruir a la familia.
El siglo XX puede ser llamado “el siglo del marxismo”:
todos los países del mundo, casi sin excepción, fueron aplicando todas y cada
una las diez medidas económicas enumeradas por Marx y Engels en el “Programa
Mínimo” del Manifiesto Comunista de 1848, Capítulo II. Así el capitalismo fue
eliminado en muchos países, y en otros fue seriamente mutilado, y recortado en
su capacidad de generar riqueza, en especial para los más pobres.
Consecuencia 1: el salario normal de un trabajador o
empleado no alcanza para sostener una familia, y cada hogar necesita al menos
dos salarios para subsistir. Consecuencia 2: el trabajo de la esposa ya no es
una opción libremente elegida, para realizarse fuera del hogar, en su negocio,
oficio, profesión o actividad lucrativa, sino una apremiante obligación, por
causa de la estrechez material, debida a la aplicación del marxismo clásico
ortodoxo a la economía.
En una economía capitalista, el trabajo fuera del hogar
sería para cada madre no una carga sino una opción. Y de escogerla, su ingreso
le permitiría encontrar paliativos para su ausencia momentánea de la casa, sin
conflictos; pero es imposible si es absolutamente necesario, por la
insuficiencia del ingreso del marido en una economía no capitalista, poco
eficiente y poco rentable. Así son inevitables los conflictos domésticos,
causando disfunciones y rupturas familiares masivas. ¡Gol del marxismo!
Agobiada por tareas de la casa que se superponen a sus
obligaciones laborales, muy poco tiempo tuvo la mujer del siglo XX para
investigar e informarse antes de ejercer su flamante derecho al sufragio. De
tal suerte, la muy hábil propaganda socialista encontró en el electorado
femenino un voto casi cautivo, fácil presa de los argumentos falaces, pero
altamente emocionales, en pro de los “más necesitados”, y de la imagen del
“Estado paternalista”: como padre responsable que vela por el bienestar de sus
“hijos e hijas”, dando “educación y salud gratis”, y programas “sociales”,
financiados con impuestos salvajes e inflación apenas disfrazada, que nos
empobrecen, y galopante deuda estatal, que empobrece a nuestros hijos.
Aparte excepciones como la señora Thatcher a la cabeza
del Partido Conservador inglés, a los líderes de la derecha mala les faltó el
coraje para oponerse a las corrientes dominantes, y se plegaron dócilmente.
¡Más goles para el marxismo!
Entre esas corrientes “progresistas” estuvo la “Nueva
Pedagogía”, impuesta desde los ’70 por los socialistas al mando de la
Educación. La “educación no autoritaria” o “no directiva”: se nos dijo “no es
para enseñar conocimientos que el alumno puede aprender después, por su cuenta,
sino para enseñar a pensar”.
Pero, ¿cómo “pensar” en el vacío, sin contenidos, sin
conocimientos para ser expuestos, razonados y transmitidos? La trampa: lo que
hacen es transmitir puras consignas progres, en modo emocional y no
intelectual, para ser “interiorizadas” por el alumno, sin cuestionamiento
alguno.
Lo demuestra otra mujer admirable, la pedagoga sueca
Inger Enkvist, que investiga las causas del fracaso escolar, educativo en
general, y profesional. Así es como los socialistas logran otro de sus
objetivos en el frente de la educación: destruyen la capacidad de pensar.
¡Tremendo golazo para el marxismo!
Décadas antes, en 1947, la escritora británica Dorothy
Sayers, había descubierto el antídoto para este veneno modernista: el retorno a
la educación clásica. Pero como siempre, casi nadie le hizo caso a esta
“reaccionaria”, y las izquierdas prosiguieron su tenaz labor destructiva hasta
hoy en día.
He citado a tres mujeres brillantes, pero hay más: la
profesora María Calvo, de Madrid, abogada y psicopedagoga que acaba de
descubrir más desastrosas fallas en lo que se nos dijo que eran otros tantos
“progresos”, como la educación mixta para niños y adolescentes de ambos sexos,
juntos en las aulas.
La educación separada por sexos, no era mala idea de
“conservadores retardatarios”, como dijeron los “educadores” socialistas en los
años ’80 y ’90, que nos decretaron la enseñanza mixta, no como opción a
escoger, sino con fuerza de ley, como todas las “soluciones” de los marxistas.
En sus libros como “La masculinidad robada” (2011), Calvo
explica por ej. los efectos de negar las obvias y naturales diferencias entre
chicos y chicas: la niña es más tranquila, y por eso las maestras se la ponen
al niño como modelo de rol para imitar. La coeducación ha dado el tiro de
gracia a la familia, al feminizar al varón, nuevo “sexo débil”, o ponerle en
tremenda crisis de identidad. ¡Lee a María Calvo!
Tres cosas hay en estas cuatro mujeres que faltan en
muchos hombres: (1) buena información sobre los hechos, y sobre las malas
teorías y sus nefastas consecuencias; (2) inteligencia cultivada para procesar
correctamente esa información; y (3) valentía para defender las conclusiones
que se desprenden de ese procesamiento intelectual, que van a chocar de frente
contra las corrientes dominantes del feminismo, el “progresismo” y la “política
correcta”, impulsadas por las izquierdas de todos los colores y matices.
La civilización está en peligro, y no se puede hacer
política liberal sin tratar estos temas culturales. Tú puedes participar en
nuestras actividades; ponte en contacto con nosotros, los del Centro de
Liberalismo Clásico (mujeres y hombres), en las redes sociales, por la
Internet. ¡Te esperamos!
Alberto Mansueti
alberman02@hotmail.com
@alberman02
Bolivia
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