Quienes me conocen,
saben las razones por las cuales no me voy del país. Es más, este ha sido un
tema que he planteado en algunos de mis artículos. Pero, el mejor ejemplo de mi
apego a Venezuela, me lo dio mi pana Rafael: “Tú sigues siendo fanático de los
Tiburones de la Guaira, a pesar de que, desde hace 30 años, no ganan. Sin
embargo, tú sigues ahí: fiel a tu equipo. Para ti, todos los años, ¡es el año!
Repites Tiburones Pa’ encima, con el orgullo de quien, ¡ahora sí! se sabe
ganador. Nadie te convencería de apoyar a los Leones del Caracas. ¿Cierto o no?
Lo mismo ocurre con los venezolanos que no queremos emigrar. Nadie nos
convencería de que en otro lugar nos va a ir mejor, aun cuando en estos
momentos las cosas no estén marchando como deberían”.
La conversación
transcurre mientras desayuno con Rafael y su esposa en una trattoria italiana
que, quién lo diría, sirven las mejores empanadas criollas que he probado en
tiempo. Pero, es que así es nuestra Venezuela: un país noble que supo enamorar
a esos emigrantes que huían de la postguerra y que se adueñaron de nuestras
costumbres y nuestros sabores, a pesar de que al hablar no puedan esconder su
procedencia. Mientras comemos, la esposa de Rafael, quien recientemente había
pasado unos días en Miami, contaba cómo su familia -la que vive allá, la que
emigró- no entendía por qué ellos seguían aquí, “en esta tierra de nadie, donde
ocurren cosas tan horrendas”.
¿Será que los
venezolanos que viven afuera conocen una realidad país que nosotros, que lo
vivimos y padecemos, desconocemos? Llamó mucho mi atención algo que ella
dijera: “Son tan espantosas las cosas que se dicen de Venezuela afuera que, a
veces creo que los venezolanos que emigraron desean que el país termine de hundirse
para justificar que ellos tomaron la mejor decisión. No critico a quienes lo
hicieron; pero, lo único que pido es que tampoco critiquen mi decisión de
permanecer aquí. Llegaron al extremo de asegurar que Rafa y yo estamos
equivocados y que, cuando queramos emigrar, será demasiado tarde. Nosotros
queremos seguir echándole piernas en Venezuela.
Que hay inseguridad; sí, es
cierto, y mucha. Que hay escasez; nadie lo pone en duda. Pero, Venezuela es
Venezuela Mingo, y nosotros vamos a seguir apostando a ella porque esta
situación, algún día, estoy segura, se va a terminar”.
Más allá del respeto
y la tolerancia a las decisiones que toma cada quien, su reflexión me hizo
recordar un episodio reciente que viví con mi hija menor, a propósito de ese
manejo de información -veraz o no- que tienen nuestros compatriotas en el
extranjero. Estábamos a punto de entrar al cine, cuando mi muchacha recibe un
mensaje en el celular de un familiar que vive en Estados Unidos preguntándole
dónde estaba porque tenía información de que había disturbios por un intento de
golpe de Estado. Es verdad que en Caracas -y el resto del país- la situación
está muy tensa. Que el descontento crece aceleradamente y que la popularidad
del régimen se resquebraja. Pero, les puedo asegurar que, ese viernes, en ese
Centro Comercial donde íbamos a ver una película, lo menos que había era una
réplica del 4F… ¡gracias a Dios!
Uno el comentario de
la esposa de Rafael con el de otra amiga, quien también recientemente visitó a
su familia radicada en Florida. Su viaje, me comenta, básicamente era para ver
-y no a través de Skype o Facetime- a sus padres y a su hermana, con quienes no
se reunía personalmente desde hacía mucho tiempo. Por supuesto, me confiesa,
que aprovechó para comprar jabones, desodorante, champú y otras cositas que, en
otra época, jamás hubiera ni siquiera pensado meter en la maleta. Me cuenta con
tristeza, que el primer lugar que quiso visitar fue el automercado, quizá para
recordar que así, con estantes llenos, eran los mercados en Venezuela. Y que,
rechazó una invitación de unos paisanos quienes querían llevarla a ver a un
comediante venezolano, que vive en Miami, y hace un Stand Up Comedy
“divertidísimo” sobre lo que ocurre en Venezuela. “No pude ir Mingo; cómo crees
tú que voy a ir a un local, pagar y sentarme a ver a un compatriota haciendo
chistes con lo que nosotros vivimos todos los días”.
La verdad, nuestra
situación no está para más chistes. Aunque hay buen material para, más
adelante, hacer de todo esto una gran parodia. Pero, en este instante, estamos
en un momento crucial. Necesitamos echar el resto, proteger lo que nos queda y
rescatar lo que se ha ido. Ya no para nosotros, porque la reconstrucción del
país tardará años y quizá algunos no la viviremos. Pero, tenemos que pensar en
nuestros hijos y en los cientos de jóvenes venezolanos que merecen tener una
mejor Venezuela. Un país digno del cual puedan sentirse infinitamente
orgullosos. Un país del que no necesiten marcharse porque aquí se les ofrece la
seguridad, los empleos y las oportunidades de superarse que buscan. Que
nuestros jóvenes salgan, para recorrer mundo, aprender de los contrastes y
regresar a esta, su patria, para aplicar lo que vieron y aprendieron en otras
naciones. Que nosotros -sus padres, sus abuelos- podamos decir con orgullo que
nuestros hijos están triunfando -aquí, en su suelo natal- y haciendo grande a
nuestra tierra.
José Domingo Blanco
(Mingo)
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
Caracas - Venezuela
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