miércoles, 25 de noviembre de 2015

ANDRÉS HOYOS COMPLICACIÓN DE MALES (II)

El lío desatado por los recientes ataques del Estado Islámico en París tiene multitud de protagonistas.

Aparte del grupo en sí, están muy activas las potencias occidentales, ahora con mayor vinculación de Europa; están activos los regímenes de mayoría musulmana, casi sin excepción dictatoriales y militaristas, cuando no claramente medievales, como Arabia Saudita; están activos los chiitas de Irán y Hezbolá, también hostiles a la democracia; están activos los kurdos y su archienemigo, el presidente Erdogan de Turquía; está activa Rusia, así como su pérfido aliado, Asad, el dictador de Siria, y está activo Israel. Casi ninguno de los mencionados se alinea del todo con los demás, lo que produce una vorágine cambiante e impredecible.

Sin embargo, hay un protagonista crucial que uno echa uno de menos en la complicada ecuación: el islamismo democrático. Que existe, existe, pero su debilidad es desconcertante. Aunque fue el principal impulsor de la Primavera Árabe y de algunas agitaciones previas en Irán, no ha podido ganar la partida en ningún país, con la posible e inestable excepción de Túnez. Si este eslabón perdido no se consolida, la sangre seguirá corriendo por décadas.

El poeta sirio Adonis es claro al respecto: “No hay ninguna diferencia entre los regímenes árabes, son todos tiránicos. Solo hay pequeñas variaciones, se trata de diferencias de grado, no de naturaleza. Ningún régimen árabe es democrático, en nuestra historia no conocemos la democracia. No hay derechos humanos, las mujeres se encuentran encarceladas dentro de la ley coránica, la Sharia”.

El militante suicida, sin el cual el Estado Islámico sería una amenaza menor, es un recluta extremo. Llevarlo hasta el punto de la autodestrucción es difícil. Tienen razón quienes dicen que para lograr una deshumanización de semejantes proporciones se necesitan santuarios y que, por ende, la lucha contra el terrorismo pasa por hacerlos desaparecer. De ahí que la previsible continuidad de los ataques en las grandes metrópolis desemboque casi con seguridad en una intervención militar convencional, así esta sea peligrosa por definición.

Pero la recurrencia de la violencia es segura a menos que se activen y adquieran mayor protagonismo los musulmanes creyentes que aceptan la democracia y el Estado laico. Estamos, no obstante, ante unas mayorías que declaran su impotencia. “Los vecinos no podemos hacer nada contra los yihadistas”, dice una mujer del barrio Molenbeek de Bruselas, cuando es exactamente al contrario: ellos son los únicos que pueden jubilar a los yihadistas.

Quizá en el doble y en apariencia insoluble problema de los ataques brutales, que ocurren en países como Siria, y de la avalancha de refugiados que desatan haya un embrión de solución. Podría plantearse que los refugiados en edad militar se enlisten y se entrenen en un ejército que regrese a luchar a Siria e Irak, a sabiendas de que sus familiares contarán con garantías de permanencia en Europa y Estados Unidos. Una política como esa resolvería, además, una de las grandes paradojas de la emigración musulmana: que los hijos son más radicales que los padres, pues daría que hacer a muchos jóvenes condenados al desempleo.

  • El Estado Islámico, pese a su reciente euforia triunfalista, tiene un grave problema estratégico: es enemigo de todo el mundo. Por ende, es derrotable, aunque para lograrlo haya que cambiar muchos paradigmas.


Andres Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes

Colombia

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