El tiempo sigue pasando y el cambio
agigantándose. Las cartas que el gobierno ha lanzado resbalan en la decisión
popular. El mismo presidente, con desesperación inocultable, personifica su
consigna de ganar como sea. Produjo pena ajena verlo nombrando en el tarjetón
los partidos que apoyan a sus candidatos y al final, mientras balbuceaba “esta
es la tarjeta de la oposición, MIN Unidad”, colocar su dedo en la tarjeta del engaño.
Ya no se discute si la oposición
ganará, sino con cual ventaja. Las apuestas, que se tranzan ahora en dólares,
son sobre si la oposición sobrepasará o
no la cifra de los 111 diputados. El que haya personajes, próximos o
provenientes del oficialismo, apostando a que la MUD logrará la proeza,
constituye un signo de hacia donde sopla el viento. Tal vez no tengan el honor
de un gallero, pero no apuestan por pálpito.
La voz de la calle, los números de
todas las encuestadoras reconocidas (excepto Varianzas) y el ánimo de los
seguidores del gobierno indican que se está esperando el más contundente cambio
de conducta electoral del país. Mayor
incluso que cuando decidió a favor de Chávez.
Frente a todas estas evidencias, algunos
amigos advierten que el espíritu de triunfalismo tumba los brazos. Por
supuesto, que bajar la guardia es inconveniente. Pero lo que está ocurriendo es
que la gente quiere cambiar en paz y votar con la disposición de respetar y
hacer respetar el mandato del soberano. Y cuando es la gente la que nutre ese
clima de victoria, es porque tienen la decisión de voto en la mano. Así no lo
digan.
La materia prima del triunfalismo
que se está destapando es el deseo de salir de esta gente. Es un optimismo que,
al expresar con fuerza y seguridad la inminencia de una victoria, convierte su
torrente de energía positiva en un motivo de atracción para mover el voto de
los indecisos y en un aliciente para asumir sin miedo las tareas que cada quien
tiene que cumplir hasta que el CNE publique su primer boletín. El triunfalismo
activo es la decisión práctica a e echar el resto por el cambio.
El estado de ánimo opuesto, el
pesimismo, es una ráfaga debilitante y más
paralizante. El régimen ha inducido pesimismo en la conciencia social
bajo el dogma de que su poder es invencible y eterno. Esta idea se ha traducido
en un estado de escepticismo que convierte en un mantra el círculo quejoso de
que es imposible que la oposición gane, si gana un ovni invertirá los
resultados y si no pueden hacerlo, le darán una patada a la mesa.
El escepticismo es peor que el
triunfalismo. Pues si uno es confianza absoluta en el triunfo, el otro implica
la rendición espiritual antes de confrontar a un poder cuya continuación
conduce a la destrucción del país, al agravamiento de las condiciones de vida,
la ausencia de soluciones y el clima de división, odio y exclusión que
pretenden implantarnos para dominarnos.
Pero el que anda victorioso es el
pueblo. Los dirigentes de la MUD se mantienen comedidos e incluso conservadores
respecto a los resultados del 6 de diciembre. Pero constatan que una visible
mayoría va a ir a votar porque es la única forma democrática y constitucional
de castigar a un gobierno que ha traído este desastre que ya nadie aguanta.
Junto a ellos, personas que fueron
emblemas del proceso en muchas comunidades, han decidido advertirle a Maduro
que quienes le dieron la presidencia no son sus votantes cautivos.
Unos y otros conforman la nueva mayoría
plural. Al ganar juntos sientan la base inicial del nuevo equilibrio
institucional para el 2016.
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
Caracas
– Venezuela
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