Hay un mito del ser
venezolano que inmediatamente contamina cualquier percepción que se haga en la
búsqueda de la identidad, o se trate de definir una manera de actuar, pensar o
simplemente vegetar en estos parajes que llamamos Venezuela. Ese mito lo
conforma, por una parte, una construcción histórico y social sostenida principalmente
por unos testimonios y una documentación, anclados en la tradición, que nos
asegura que tuvimos un pasado reciente, cuando menos; y por otro lado, la
leyenda dorada que asegura que pertenecemos a una raza cósmica que, como los
gatos, no importa la altura del salto que se dé, siempre caemos parados.
En lo personal, no
creo que exista una descriptiva ontológica del venezolano, principalmente
porque no hay un ente colectivo venezolano; si existió, entonces, se trató de
una impronta muy frágil que ya ha sido destruida por el castrochavismo, que nos
ha gobernado en los últimos 16 años, y que no ha dejado piedra sobre piedra de
ese mito.
Para que un mito
colectivo sea exitoso, es decir, para que permanezca en el tiempo y sea
considerado importante para la gente que lo comparte, lo mínimo que se debe
hacer es retratar en grupo a toda esa sociedad, asignándoles algunos atributos
comunes; la actual Venezuela que conozco está profundamente dividida por una
serie de creencias de clases, razas, cultura y opiniones, algunas tan opuestas,
que me parece un verdadero milagro que puedan convivir juntas. La otra cuestión
es que, si ese mito realmente existiera, deberíamos estar a la altura del
mismo, no solo recrearlo, tenerlo como modelo y profesarlo en la acción y voluntad
del pueblo, sino mostrar con orgullo sus logros.
El castrochavismo
rompió con ese mito que, en lo que a mí concierne, nunca nos perteneció.
Y lo digo, no porque
hayamos estado en concordancia con sus valores y principios, sino que
simplemente nos importó un “carajo” si estábamos o no a su altura, ni lo
valoramos, ni lo hicimos nuestro, se trataba de una pertenencia automática, no
se necesitaba hacer esfuerzo alguno, no se aspiraba siquiera a una construcción
personal alrededor del mito… Y es allí, justamente, en esa posibilidad de
descubrirnos sin mitos, sin caretas, sin compromisos con la historia,
justamente una de las características de ser venezolano, nuestra disposición a
adaptarnos a lo que venga y como vaya viniendo, sin pagar esas tremendas responsabilidades
de orgullos y frustraciones que otros pueblos sí tienen con su pasado, con la
historia y con su porvenir.
El que nuestra
sociedad haya soportado con un mínimo de resistencia que un grupo de disociados
y dementes nos gobernara de la manera que lo han hecho los chavistas, que
nosotros mismos como sociedad los hayamos puesto allí para que nos atormentaran
y casi exterminaran, como lo han hecho, en nombre de los más bajos ideales
humanos (expresados, no en lo que decían, sino en lo que hacían), tratándonos
de la manera más grosera y miserable, violando nuestros más sagrados derechos y
agrediendo como lo hicieron nuestra tranquilidad e integridad como personas,
demuestra, o que somos unos grandes ignorantes y abúlicos, o que somos una
gente bien rara, que podemos soportar el abuso auto infligido, y tener la
resiliencia de recuperarnos e ir por
otra cosa.
Aunque tenemos una
historia muy rica en sucesos y personajes, envidia de otros pueblos, contamos
con historiadores insignes, con escritores y artistas de muy fina tesitura,
tenemos la fortuna de haber cultivado una intelectualidad avand garde,
multicultural, internacional, mundana y simpaticona… nada de esto,
aparentemente, ha tenido la menor importancia a la hora de enfrentarnos a
nuestros demonios, que aparentemente llevamos a cuestas y son legión, y son
estos demonios los que finalmente deciden nuestro avatar.
Pero como dije, esta
vocación por la improvisación y una muy peligrosa tendencia a dejar que las
cosas sucedan ante nuestros ojos sin levantar un dedo, haciendo el mínimo
esfuerzo posible para resolver nuestros asuntos y esperando siempre por el Deus
ex machina, nos ha colocado ya no una, sino mil veces al punto de la extinción
como pueblo y nación.
O somos favoritos de
la providencia, o nuestra piel es dura para eso de dejar de existir.
Lo que sí les puedo
decir, con toda seguridad, es que somos sobrevivientes natos, no importa el
tamaño de la catástrofe natural o política que se cierna sobre nosotros,
siempre encontramos la manera de volvernos a poner de pie y continuar como si
nada, principalmente porque tenemos la memoria más corta del mundo entero, que
debe ser una nueva destreza evolutiva que los venezolanos hemos adquirido,
carecemos de memoria a largo, mediano y corto plazo, sólo vivimos en la
inmediatez, en el ahora, olvídense de toda la metafísica heiddegueriana sobre
los horizontes ontológicos, el nuestro acaba donde termina nuestra nariz.
No nos podemos medir
por figuras como Bolívar o Miranda, ni siquiera por intelectuales como Bello o
Gallegos, mucho menos por políticos como Betancourt o científicos como el
doctor Fernández Morán, nuestros grandes hombres aparecen y desaparecen como
por acto de magia, igual que los malos malosos, los asesinos y los dictadores…
ninguno es medida para nuestra naturaleza intercambiable, tránsfuga, adaptable,
indiferente ante los partos del cosmos.
Siempre he creído que
los venezolanos estamos en el planeta tierra porque somos portadores de una
buena nueva o vamos a ser testigos de algo sin precedentes; el asunto es que
nadie sabe qué es, pero, igual, esa impresión de que tenemos una misión en la
vida, que sobrepasa con creces nuestra naturaleza de dejarnos llevar por los
acontecimientos sin resistencia alguna, justifica de alguna manera que estemos
ocupando espacio en este sobrepoblado condominio, en uno de los lugares más
bellos y ricos del orbe.
¿Quiénes somos los
venezolanos? Creo que nadie lo sabe con certeza, nacemos con el complejo con
que nacen todos los latinoamericanos, que somos de la periferia, dependientes,
explotados y que queremos ser liberados, no somos de occidente ni de ningún
otro lado, pero fuimos conquistados y nos impusieron una cultura que no era la
nuestra.
Por otro lado, somos
una sociedad compuesta de emigrantes; Venezuela estuvo expuesta, desde sus
comienzos, a un flujo migratorio intenso, si hay un mortero donde las razas han
sido mezcladas y la genética humana sometida a interesantes experimentos ha
sido en esta tierra, donde el clima ha actuado sobre la libido y la libido sobre
nuestro genoma.
Pienso, al igual que
el desaparecido político e intelectual Enrique Tejera París, que Venezuela ha
cultivado no ya una élite intelectual, sino un importante sector de la clase
media y baja, de la clase trabajadora, pródiga en conocimientos y oficios de
alta calificación, que fue educada en los años anteriores al chavismo y que
constituye un importante recurso al momento de rescatar el país, ya que se
encuentra en el pico de sus capacidades productivas; si bien es cierto muchos
han emigrado, está por verse si, logradas las condiciones mínimas para la
reconstrucción del país, podamos contar con ellos.
A los venezolanos nos
caracteriza la inmadurez, que se refleja en la improvisación, en estar siempre
inventando recursos para salir del trance, de ese “si me dejan hablar no me
fusilan”, de estar a cada instante exponiéndonos a situaciones previsiblemente
peligrosas o comprometedoras, como si estuviéramos tentando continuamente
nuestra buena suerte, aquí le decimos “tirándonos la parada”.
Disfrutamos del
complejo de Annie la huerfanita, nos gusta vivir en el lujo y la seguridad de
la mansión pero somos malagradecidos con sus dueños; lo que queremos es
reparaciones, que nos devuelvan el oro de Moctezuma y la plata del Potosí;
creemos que los demás son ricos y nosotros pobres porque nos robaron, vivimos
del resentimiento y de los orgullos nacionales que, en el fondo, son la ilusión
de que volveremos a ser indios, nativos, aborígenes originarios, tribus
bailando contentos alrededor de la fogata ancestral.
Nos la pasamos
mirándonos el ombligo y creyendo que todo gira a nuestro alrededor; queremos
ser un país potencia sin poner el empeño en ello, queremos ser buenos y
solidarios quizás sea la razón por la que suframos de ese atavismo llamado
socialismo, deseamos que nos quieran… y por no saber decir no, amanecemos todos
los días con resaca y sintiéndonos culpables porque de seguro hicimos algo
terrible la noche anterior, de lo cual ya no tenemos memoria; pero he allí
nuestro tesoro, al segundo nos olvidamos y estamos de nuevo en nuestro papel
preferido, mirar los toros desde la barrera, sin comprometernos, sin mucho
sacrificio, con el menor trabajo posible.
Bajo estas
circunstancias es imposible planificar, el futuro se nos presenta apenas como
una evocación de algo que nos gustaría vivir, pero igual que hacemos con los
controles de nuestros televisores, nos gusta el zapping, cambiar de canales
constantemente sin fijar la atención en ninguno.
Cuando alguien
empieza hablarme de historia de mi país, para explicarme de donde vengo, lo que
hago es reírme; después de lo que permitimos que el castrochavismo hiciera con
el bolivarianismo, ya nada me conmueve… si algo les agradezco a estos toscos
chavistas, es haberme hecho ver que la historia es ideología, nada más.
¿Tenemos un vínculo
con esta tierra? Me lo he preguntado un millón de veces, como somos tan
sentimentales y sensibleros se nos aguan los ojos recordando en el extranjero
una puesta de sol en la playa, el sabor de una empanada o el aroma de un buen
café, pero en realidad y luego de ver nuestra diáspora y la facilidad que
tenemos de asimilarnos a cualquier cultura, por más exótica que ésa sea, creo
que no hay más lazos que los circunstanciales, no compartimos ese apego a la
tierra de los ancestros, y a los camposantos donde yacen enterrados sus huesos,
que en otras sociedades son tan valorado.
Nuestra nacionalidad
es toda una puesta en escena, son desfiles militares o de mises, es la pompa de
un acto oficial, los discursos de patriotas valientes sobreponiéndose a los
ejércitos imperiales, la aventura de cruzar ríos y montañas para darle la
libertad a los oprimidos… se trata de manifestaciones tan increíbles y
fantásticas que no hay manera en que pueda relacionarme con ellas, pareciera
que mi pasado pertenece a un suplemento, a un comic de los superhéroes de
Marvel.
La vida del
venezolano transcurre como un reality show, llena de situaciones inconexas, de
gaffes y pantallas que anuncian el aplauso del público, hasta publicidad y
música incidental llena nuestras vidas, hasta que nos da un tate’quieto, y es
entonces que empezamos a cuestionarnos, ¿Qué tipo de sociedad estamos
construyendo? ¿Es verdaderamente lo que estamos viviendo lo que deseamos deseamos? Lamentablemente, ese renacer de una
consciencia llega muy tarde y nos tortura en nuestros últimos días.
Uno de los aspectos
que menos me gusta de los venezolanos es nuestra poca generosidad con quienes
entregan sus vidas al engrandecimiento del país y el gentilicio de la nación,
quienes llegan al final de sus vidas rodeados de riquezas y con un alto
reconocimiento son por los general los que han abusado de sus cargos, los
“vivos” que se han sabido vender, pero los artistas, deportistas, docentes, constructores
de oficios y saberes, sabios y hasta héroes de la patria que lo entregaron todo
por Venezuela por lo general terminan en medio de la pobreza y la miseria,
relegados al olvido, exilados, ignorados, nuestra historia está llena de este
gesto despiadado, por lo general la patria mal paga a quien se entrega a ella,
sería algo que me gustaría cambiar.
Si los venezolanos
nos permitiéramos un momento de introspección, una pausa en nuestra ajetreada
vida por la subsistencia, estoy seguro de que caeríamos en cuenta de la
vaciedad en la que estamos sumidos… y, creo, haríamos algo por darle sentido a
nuestra existencia.
Pero hay algo que me
da esperanza y que sí creo nos podría dar finalmente la estabilidad que
necesitamos para alcanzar una razón de vida, y ese algo, o mejor dicho,
alguien, es la mujer venezolana, pero no toda mujer (las hay rutilantemente
superficiales y algunas, definitivamente perversas), me refiero a las que se
comprometen con su maternidad, con su prole, con sus hombres (cuando son veraces),
con su tierra y su pasado, son las que reciben a diario el golpe de realidad y
saben enfrentarla sin perder la cabeza, las que deciden permanentemente un
futuro para los suyos llueve, truene o relampaguee, las que tienen la vocación
irrevocable de la sobrevivencia y no pueden permitirse distracciones ni caer en
artificios, hablo de millones de heroínas anónimas que no se doblegan ante las
adversidades… no me cabe la menor duda, son nuestras mujeres las que han
llevado y llevan el país a cuestas, y son la razón de vida de nuestras azarosas
existencias. A ellas, mis respetos y cariño.
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Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
Miranda - Venezuela
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