Hace poco, en París, se logró un acuerdo de casi todos los Países para reducir los niveles de contaminación y de manera especial las emisiones de dióxido de carbono (CO2). En nuestra opinión el acuerdo es lo más relevante que hasta ahora se ha decidido en el siglo XXI y compite con la declaración universal de los derechos humanos en su trascendencia.
El dióxido de carbono es un gas que se produce en forma natural en
muchos procesos biológicos, en parte lo utilizan las plantas y el exceso se
acumula en niveles altos de la atmósfera del planeta. También se produce en
grandes cantidades al quemar carbón y productos derivados del petróleo como la
gasolina y el diesel y genera lo que alguien lo llamó “efecto invernadero” pues
atrapa la radiación solar sobre el planeta y lo calienta anormalmente.
Este calentamiento ha sido probado y comprobado y aunque las variaciones
anuales son ligeras, en pocas décadas, de no hacer algo e irse acumulando,
cambiará drásticamente la vida en el planeta subiendo el nivel de los mares,
haciendo desaparecer ciudades enteras de las costas y alterando los lugares de
producción de alimentos. Eventualmente la civilización, tal como la conocemos,
dejaría de existir.
Así que la principal decisión de esta reunión mundial es reducir las
emisiones de dióxido de carbono utilizando otras formas de producir energía que
no requieran quemar carbón ni productos del petróleo.
En los proyectos usualmente se hacen
estudios económicos para maximizar su rentabilidad. Bajo este acuerdo los
proyectos se inclinarán ahora al uso de energía de poca contaminación aunque
resulten más costosos y la inversión menos rentable. La razón es simple se
trata de la sobrevivencia de la humanidad.
Aquí se juntan lo dulce de reducir la contaminación y lo agrio cuando le toca a Venezuela pues, como también
firmantes, estamos de acuerdo en que nuestro petróleo se use cada vez menos y,
sin estas palabras, estamos también de acuerdo que “las reservas del petróleo extra pesado del
Orinoco ojalá no las usemos”.
Las llamadas energías “limpias” existen y aunque son costosas ahora
tienen el campo abierto para su utilización. Los aportes a la investigación y
desarrollo aumentarán y los carros usando hidrógeno como combustible serán
comunes. La electricidad producida por fotoceldas inundará el planeta y la
llamada era del petróleo pasará como lo hizo la edad de piedra, no por falta de
pedruscos sino por mejores cosas. Hasta el discurso revolucionario de que los
gringos lo que quieren es nuestro petróleo, se volverá gamelote.
Para Venezuela es un cambio mayor
imposible de evitar. Quizás esta realidad borre el mito del empresario
explotador y lo cambie por el de las empresas salvadoras. En el ingenio de
miles de empresarios está nuestro futuro como Nación. Todos sabíamos que
pasaría algún día, pero nadie pensó que sería tan pronto.
El dicho de que el llanero es del tamaño del compromiso toma hoy un
especial significado.
Eugenio Montoro
montoroe@yahoo.es
@yugemoto67
Zulia - Venezuela
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