Me encuentro entre los que todavía se
preguntan en qué estaba pensando Chávez cuando designó a Maduro como su sucesor
antes de su último viaje a La Habana. Se me ocurre que como optimista
impenitente que era, creyó que esa designación no haría falta porque saldría
victorioso de la que terminó siendo la última batalla de su vida. Si no fuese
eso, decidió vengarse de los venezolanos dejando a cargo a lo más incapaz que
podía encontrar entre sus fieles seguidores.
Maduro me hace recordar las sesudas
charlas de Mikel De Viana, S.J. hablando de la cultura política del venezolano
y sus valores. Nicolás es un individuo con un claro locus de control externo,
es decir la percepción de que los eventos ocurren como resultado del azar, el
destino, la suerte o el poder y decisiones de otros. No hemos visto al
presidente asumir su responsabilidad en ningún momento desde que obtuvo un
cargo para el cual no tiene la más mínima preparación.
Como muestra un botón. El desastre
económico sin precedentes que estamos viviendo los venezolanos es achacado por
el inquilino de Miraflores a una supuesta guerra económica diseñada y puesta en
escena por una multiplicidad de actores que según Maduro quieren ver arruinado
el país. Es como si en un trasatlántico una parte de los pasajeros se pusieran
de acuerdo para hundir el barco aún a costa de sus propias vidas. Este
argumento presidencial no resiste el más mínimo examen de veracidad. Termina
siendo un mal chiste para evadir explicar a dónde fue a parar la mayor de las
bonanzas petroleras de toda nuestra historia. En todo caso, una manera de decir
que la culpa no es de él. Que no estaba ahí cuando eso pasó. Que estaba
comprando kerosene…
Ante la rotunda y trepidante derrota
electoral, Maduro no ha hecho otra cosa que culpar al universo. Desde un fraude
hasta un golpe electoral han sido acusados con tal de no asumir la propia
incompetencia. Para evadir la responsabilidad que le toca en el despilfarro de
un capital político que en su momento lucía lo suficientemente sólido como para
mantenerse en el poder y poner en efecto las medidas necesarias para no llegar
a este desastre que nos acogota el alma.
Hablaba De Viana de esos venezolanos
que tenían un rancho en la cabeza independientemente de su condición social.
Que entendían el país de una forma primitiva. Que asumían que el Estado es el
que tiene que tener el control de todo lo que pasa en el país.
Independientemente de que quienes controlan los hilos del poder no sean capaces
de cuidar de sí mismos y sus acciones.
Maduro asume que el venezolano debe
depender de las dádivas que él tenga a bien concederle. En una actitud arcaica,
concibe al pueblo como un colectivo de indigentes que le deben la vida al
Estado todopoderoso y que es a través de sus favores que ese pueblo puede tener
acceso a bienes básicos e incluso comida. Concibe un contingente humano que
debe ser agradecido con esos favores y de vuelta debe garantizar mediante el
voto su permanencia eterna en el poder.
Esa concepción pobre, limitada del
venezolano no es exclusiva de Maduro. Ya la vivimos varias veces en el pasado.
En solo dos momentos de los últimos treinta y dos años, los políticos se vieron
compelidos a dejar que los venezolanos se valieran por sí mismos. Me refiero a
los levantamientos de los controles de cambio en 1989 y 1997. Dejar que la
economía fluyera entre los venezolanos sin que la mano entrometida y torpe del
Estado frenara el desarrollo al que se puede llegar cuando se deja que la
sociedad disfrute de una economía de mercado.
Al momento de escribir este artículo,
solo Cuba y Venezuela tienen un control de cambio. Ambos por razones meramente
políticas. Así lo reconoció, sin inmutarse, Aristóbulo Isturiz cuando declaró
que si quitaban esa restricción económica los tumbaban. Excusa por demás
ridícula y que solo se comprende desde la visión anquilosada de país que tiene
la vieja política a la que el gobernador de Anzoátegui pertenece.
Maduro fracasó cuando no supo anticipar
el momento que estamos viviendo. Desde principios de esta década se venía
hablando del crecimiento de la producción de petróleo a nivel mundial. Típico
de momentos de altos precios que invitan a la inversión en la industria, cosa
que por cierto, Chávez y Maduro no hicieron y por eso ahora pagamos las
consecuencias.
Al asumir Maduro, ya se sabía que los
precios del petróleo se derrumbarían en menos de dos años. Se sabía que el
gobierno de Chávez había endeudado de tal manera el país, que se requerirían
mucho de los ingresos por petróleo para pagar deuda y sus intereses. Se sabía
que gracias a la criminal política de expropiar y perseguir empresarios
tendríamos que importar más. Se sabía que las expectativas de la población eran
crecientes.
Maduro ante la cercanía de las
elecciones prefirió jugar a la parálisis. A extremar el desgaste pensando que
el costo de tomar medidas era mayor que no tomarlas. La realidad le ha
enrostrado su fracaso. En su suprema incapacidad y asesorado por unos cubanos
que no terminan de entender el alma libertaria de los venezolanos, pensó que la
sola memoria del comandante eterno era suficiente para que la gente, con hambre
y sin empleo, con Maduro se resteara.
Hay que ser muy inocente para pensar
que la gente puede poner la imagen de una persona fallecida por encima de un
bebé que llora de cólicos porque toma lo que se consiga y no la leche para
niños que se recomienda. La realidad es que el venezolano veló por su familia,
por su futuro, por una Venezuela de libertades.
El fracaso de Maduro se puede observar
desde cualquier indicador de gestión que se elija o desde la perspectiva
política que tenga el amable lector elegir. Un fracaso que nos duele profundo
en el alma. Un fracaso que nos pone al nivel de los países más pobres del
planeta y junto con Haití a la cola de América Latina.
El venezolano asumió en primera persona
el reto de cambiar la situación y votó en contra de este desastre que estamos
viviendo. Solo espero que quienes vienen a relevar a esta desastrosa clase
política tenga una mente guiada por la modernidad y no un rancho en la cabeza.
Bye Maduro! Se te recordará como el
castigo que Venezuela no debió sufrir.
Jose Vicente
Carrasquero A.
botellazo@gmail.com
@botellazo
Miranda - Venezuela
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