No hay que hacer
mucho esfuerzo para percatarse de que quienes gobiernan desastrosamente a
Venezuela no creen en la democracia.
Lo hemos
experimentado más de tres lustros, y ya lo estamos observando en las reacciones
que han tenido ante la zurra electoral recibida.
Que el pueblo les
haya propinado el 6D un fenomenal varapalo, les tiene sin cuidado. Su irrespeto
al pueblo venezolano lo reiteran, y pretenden continuar su burla hacia él
anunciando obstaculizar a la nueva Asamblea Nacional.
Al gobernante
autoritario le importa poco o nada el voto expresado mayoritariamente, sobre
todo, cuando le es adverso. Para él, su voluntad es la que debe imponerse por
encima de lo que opine todo un pueblo, independientemente de si tiene o no
legitimidad. Su desprecio por la voz del colectivo es proverbial.
La experiencia
histórica confirma ese proceder arbitrario, totalitario, sobre el cual no hay
que abundar demasiado.
El militarismo
cabello-madurista no entiende en qué consiste la democracia, ni es ésa su
intención. La reducción de su cuota de diputados en el parlamento a una tercera
parte parece no indicarles nada. Perdieron la legitimidad que confiere el apoyo
popular y siguen pensando en actuar a espaldas del pueblo, como si no hubiera
acaecido un cataclismo político-electoral que lo obliga a rectificar y/o
acordarse con quienes disponen ahora del respaldo expresado inequívocamente en
los comicios. Poco caso hacen a un deseo de cambio de una gestión económica
disparatada, inflacionaria y hambreadora, de una forma de gobernar arrogante,
sectaria y atropelladora de los derechos humanos.
En unas deleznables y
deprimentes intervenciones televisivas, Maduro, de nuevo, amenaza con
desconocer las leyes que sancione la Asamblea opositora, poniéndose así al
margen de la Constitución Nacional. No
cesa de decir embustes y disparates, de repetir un discurso risible sobre las
causas de la derrota, y en el que ya nadie cree, como se demostró el 6D.
Amenaza, bluffea, sabiéndose
débil, noqueado, no sólo ante el país y el mundo exterior que vigila lo que
ocurrirá en lo sucesivo, sino ante sus propios correligionarios, vapuleados,
deprimidos, desmoralizados y divididos, buscando cada uno sobrevivir después
del huracán electoral que arrasó a ese mondongo político indigesto que llaman
PSUV y su proyecto obsoleto.
La oposición sabía de
antemano que ése era un escenario probable.
Esperar una conducta
racional del gobierno no es la regla, sino la excepción.
Creer que se van a
comportar responsablemente, una vez que no cuentan con el favor de la
ciudadanía, es no ver que estamos ante unos gobernantes antidemocráticos,
incivilizados, bárbaros.
Han dicho que van a
designar a nuevos magistrados del Tribunal Supremo y eso está por verse,
conocido como es el sordo rifirrafe que en esa institución hay.
Quién sabe qué otra
iniciativa adelantaran antes de entregar el poder legislativo, además de
regalar demagógicamente ese bodrio que es la televisora de la Asamblea, a sus
trabajadores, cuyo futuro financiero, me atrevo a pronosticar, será muy corto.
Hasta un desquiciado
decreto de inamovilidad laboral por 3 años más ha ofrecido Maduro, que, estoy
seguro, sólo producirá mayor desempleo, menor actividad económica, más
desabastecimiento, más inflación, en fin, más caos social.
Dicho lo dicho, sin
embargo, estamos obligados
a tener
alguna esperanza -pequeña, claro-
de que al gobierno se le encienda una luz que le haga ver que por el barranco
nos podemos precipitar todos. Ellos y nosotros, todo el país.
Si se niegan a
reconocer el resultado del 6D, si no aceptan que la MUD hoy encabeza el poder
popular más representativo de la Nación, si no se avienen a dialogar y
concretar un acuerdo político y económico mínimo que impida el derrumbe, y se
empecinan en profundizar unas políticas equivocadas que han conducido al grave
crisis actual, entonces la salida de ésta será la peor.
Emilio Nouel V.
emilio.nouel@gmail.com
@ENouelV
Miranda- Venezuela
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