Antes de las
elecciones del domingo pasado los comentarios de la gente en las colas, y en la
Venezuela actual se hace cola para todo, eran unánimes en la necesidad de un cambio. Un cambio que debe ser entendido como de rumbo, de
dirección, o lo que es lo mismo, de gobierno. Aunque quizás no todo el mundo
comparta esta apreciación, si se parte del criterio de que una modificación del
rumbo no tiene por qué implicar,
necesariamente, un cambio de gobierno, pues muy bien pudiera ese mismo
gobierno cambiar de dirección en un momento dado y rectificar su curso,
corrigiendo sus políticas económicas, sociales, etc. Esta última interpretación
que es plausible en teoría, conllevaría así mismo a suponer que el voto del 6D
fue un voto protesta o de castigo.
El propio Henrique
Capriles comparte esa interpretación de los hechos, al reconocer en rueda
prensa que el triunfo arrollador de la
oposición se debió al voto castigo
contra el gobierno, pues “los electores le dieron la espalda al gobierno por la
crisis económica del país, que ha generado escasez de productos básicos y una
alta inflación que mengua a diario el dinero de los venezolanos”. Además añadió:
“O el gobierno cambia o vendrá un cambio de gobierno”.
Pero en el panorama
político actual, un cambio “del gobierno” es más difícil de imaginar que un
cambio “de gobierno”. En efecto, un gobierno que hasta ahora solo ha querido
acelerar su revolución a costa de todo, incluso de la gente, es imposible que
pueda corregir su rumbo. Además, pareciera que el gobierno no comparte la tesis
del voto castigo si nos guiamos por las propias palabras de Maduro quien le
echó la culpa de la debacle electoral a la guerra económica. Ni siquiera les interesa ser pragmáticos,
sacando conclusiones optimistas que puedan llevar a pensar que si hubo un voto
castigo y que, por ende, ese voto pudiera ser recuperable, en buena parte, si
las cosas se hacen bien de ahora en adelante. Y es que la revolución no puede
dar marcha atrás. Por lo tanto, como dijo Capriles, como el gobierno no desea rectificar, habrá un cambio de gobierno.
Para comprender esto,
hay que tener claro que la nueva
Asamblea Nacional no es el cambio, sino el principio de un cambio. Así
entendido el asunto, nadie debe esperar, no obstante algunos mensajes que
ya están apareciendo en las redes
sociales, a que la nueva Asamblea, que ni siquiera se ha instalado, acabe con las colas, la escasez de alimentos
y la inseguridad en las calles, pues la Asamblea no gobierna. Si hasta ahora, el gobierno ha venido
culpando a la oposición de todas las
calamidades que sufre el venezolano, es lógico pensar que dicha argumento no va alterarse, menos aún, habiendo ganado aquella la Asamblea
Nacional.
El camino para que se produzca ese cambio de
gobierno no es de difícil recorrido, si nos atenemos al marco constitucional.
El paso más cercano constitucionalmente, es el “referéndum revocatorio” en el 2016. Eso sí, ese referéndum debe
hacerse en el añ0 2016, esto es, entre el tercero y el cuarto año de gobierno,
pues si los tramites se alargan hasta después de abril del
2017, pudiéramos caer, aunque ello es más que discutible, en el supuesto
del ultimo aparte del Art. 233 de la Constitución, según el cual si la falta
absoluta del Presidente se produce durante los dos últimos años de su periodo,
será el Vicepresidente Ejecutivo quien
lo culmine; lo que impediría el llamado a elecciones para elegir un nuevo
presidente que complete el periodo
restante. Situación está, que si bien
es discutible, pues habría sobrados
argumentos para refutarla, debe evitarse.
La Constitución
vigente, de 1999, que fue hecha, como ya dijimos en artículos anteriores, a la
imagen y semejanza de Chávez, y en cuyo texto no se dio una puntada sin hilo,
introdujo la figura del vicepresidente. Uno, sin embargo, que no es elegido por
el voto popular, sino por el Presidente de la República, quien lo puede nombrar y remover a su antojo, de
acuerdo a las circunstancias del momento.
Recordemos, por ejemplo, que cuando se
produjeron los eventos alrededor del 11 de abril del 2002, el vicepresidente en
funciones, que recibe a Chávez y le entrega la banda presidencial, es Diosdado Cabello y que la vicepresidencia de Nicolás Maduro, entre
el 2012 y el 2013, coincide con larga
enfermedad de Chávez y el momento de su muerte. Muerte que trae como
consecuencia aquel extraño e inconstitucional acto de magia, por
el cual Maduro se continúa en la vicepresidencia de lo que debió haber sido un
gobierno nuevo, no obstante no haber un Presidente en funciones que lo
designase como tal, para luego ser nombrado, una vez declarada oficialmente la muerte de Chávez, Presidente
encargado.
El otro camino
señalado por algunos, es el de una constituyente, que aunque es una posibilidad
también constitucional, no creemos que las condiciones políticas estén dadas
para convocarla. Con una Asamblea
Nacional en manos de la oposición,
recién elegida, no resulta lógico pensar
en constituyentes, menos aun con una posibilidad más cierta y expedita como la
del referéndum revocatorio a la vuelta
de la esquina. Por lo demás, como ya lo hemos afirmado en otros escritos, no
creemos que las constituyentes, ni las constituciones, por más nuevas que sean,
resulten la panacea para resolver los problemas de una sociedad o de un país
por más graves que sean.
En resumen, el cambio
por el cual votó la ciudadanía el pasado
6 de diciembre, fue un cambio para mejorar la actual situación de precariedad
social e insensatez política que nos rodea, convirtiéndose la nueva Asamblea
Nacional en un instrumento al servicio
del pueblo mediante el cual se puede iniciar ese cambio. La posibilidad, de una
rectificación en la hoja de ruta del gobierno luce como un imposible y lo más probable es que en
lugar de tenderse un puente para el dialogo, haya un fuerte enfrentamiento con
el nuevo Poder Legislativo, que tal vez tenga que lidiar con las consecuencias de una nueva Ley
Habilitante dada por la actual Asamblea Nacional a Maduro, inmediatamente
después del 31 de diciembre, fecha en que se vence la Ley Habilitante vigente.
Escenario al que hicimos referencia en un artículo anterior titulado “Los
Superpoderes de la Nueva Asamblea Nacional”.
O lo que es aún peor,
que calcando formas oscuras de un pasado no muy lejano, en el que se surgieron
todo tipo de entes paralelos a los del Estado, aparezca una extraña Asamblea
también paralela, que trate de hacerle sombra a la ya electa.
Ciertamente corren
tiempos de cambio y asimilarlos es una tarea para la que el gobierno no está
preparado, por más que esos cambios obedezcan a un mandato popular. Esperemos
que se imponga la cordura y no la soberbia, como ha venido ocurriendo hasta
ahora.
Jose Luis Mendez
Xlmlf1@gmail.com
@Xlmlf1
España
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