Ya se materializó esta semana lo que era un secreto a voces y que habíamos analizado varias veces antes: las negociaciones que se habían desarrollado en Oslo nunca han parado, aunque aún estén lejos de un acuerdo racional. Comiencen, terminen, exploten, no importa, ellas seguirán.
Ocurre este anuncio formal de negociaciones luego de los dos eventos que complicaron el proceso comunicacional o facilitaron las cesiones posteriores que ha hecho el gobierno para calmar las aguas: la muerte del capitán Acosta y el informe oficial de Michelle Bachelet, sobre las violaciones de Derechos Humanos en Venezuela. La verdad es que a pesar de que el discurso público de la oposición fue negar su próxima participación en negociaciones e incluso advertir que no harían de tontos útiles para oxigenar al gobierno, el proceso seguía inevitablemente. Mientras tanto, Maduro hablaba también de que el proceso estaba listo y no había duda que se llegaría a un acuerdo definitivo, que resolvería la crisis política venezolana, lo cual tampoco es verdad, pues el proceso sigue siendo complejo y difícil y requerirá de mucho más tiempo para consolidarse… si es que se consolida.
Lo que está claro es que ambos necesitan un acuerdo antes de destruirse mutuamente y acabar también con el país. La oposición se desdibuja con el tiempo, sin poder cumplir su objetivo de sacar a Maduro del poder y sin nada más que ofrecer, mientras el gobierno se enfrenta a un empeoramiento dramático de la situación económica y social del país, con una caída de importaciones que amenaza el colapso del sistema de producción, de transporte y alimentario, lo cual lo pondrá en riesgos internos de desmarque militar más tarde o más temprano.
Quizás hablar del TIAR en la AN era la forma que tenía Guaidó para darle un huesito al perrito propio, antes de anunciar que seguiría negociando (por lo que sin duda le atacan los extremos). Por su parte Maduro ha estado más interesado en posicionar la negociación y mostrar avances (que evidentemente exagera) para calmar sus monstruos internos.
La liberación de algunos presos políticos y la propuesta de relanzar la Asamblea Nacional con participación de los diputados chavistas camina en la dirección de abrir espacios a la negociación, aunque en paralelo mantienen la radicalización frente a sus enemigos para no bajar la guardia, ni mostrar debilidad. La oposición también se sienta a negociar, pero sigue buscando en paralelo cualquier forma de sacar a Maduro del poder, como sea. Es una negociación de guerra, que no tiene tregua en ninguna de las partes. El resultado es que el país sigue su proceso exponencial de deterioro. La presión de negociación está viva y sin duda dará mucho que hablar, incluyendo los ataques furibundos que vendrán en breve, mientras la brecha entre gobierno y oposición para lograr un acuerdo, sigue siendo gigante. Lo que sabemos hasta ahora es que siguen avanzando en la idea de una elección competitiva (que el gobierno podría aceptar para el próximo año), con una transición encabezada por Maduro, aunque se abra la posibilidad de integración opositora en ese gobierno, para buscar la flexibilización de sanciones.
Y el escollo más grande para resolver, que es conseguir una vía para llevar a cabo una elección realmente competitiva, con una institucionalidad distinta a la captada por la revolución, pues resulta imposible imaginar que la oposición acepte una elección con un CNE como el actual, incluso reformado con algunos miembros opositores en su seno, pues sabe perfectamente que la desconfianza mataría su capacidad de triunfo debido a la abstención. Un veneno que ya ha probado en el pasado.
Luis Vicente León
luisvleon@gmail.com
@luisvicenteleon
No hay comentarios:
Publicar un comentario