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lunes, 2 de agosto de 2021
ACTUALIZACIÓN DE EL REPUBLICANO LIBERAL II: DIARIO DE OPINIÓN, http://elrepublicanoliberalii.blogspot.com LUNES 02/08/2021
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SOLEDAD MORILLO BELLOSO: EL LIDERAZGO NO ES PARA CUALQUIERA
El país ha vivido por estos días una inusitada y sabrosísima alegría. Los atletas olímpicos venezolanos nos ha regalado esa maravilla de sentir que el corazón se nos salía por la boca, que el tricolor ondea dentro nuestro, que nadie por mucha idiotez que dijera podía borrarnos la sonrisa. Sí, escuchamos el himno nacional y no nos sonó a cancioncita barata que algunos cantan como relleno en actos sin pompa. Y quienes eso no han sentido por estos días, pues por esos hay que sentir lástima. Y dejar que sus comentarios idiotas se deslicen por nuestro ánimo convertido en sartén de teflón.
El domingo pasado comenzó pintado de felicidad. Estábamos ciertamente con los músculos risorios prestos para un severo ataque de gozo. Ya habíamos saboreado durante la semana la dulce gloria con los éxitos de unos espléndidos jóvenes a quienes a pesar a miles de kilómetros de distancia sentíamos conciudadanos muy cercanos. Las calles de Venezuela y de muchas ciudades del mundo se poblaron de los fantásticos gritos que se escapaban de las casas de millones que supimos ser lo que mejor sabemos ser: venezolanos. Y quienes trataron de apropiarse de méritos ajenos y empañar nuestra alegría, se quedaron con los crespos hechos.
Lo que estos muchachos nos han dado no hay cómo tasarlo. Ni medirlo. Ni adjetivarlo. Quizás lo necesitábamos, desesperadamente. Para sentirnos vivos, para entender que las adversidades no son escollos insuperables. Para metabolizar que no hay que ir al mercado de otras plazas emocionales a procurar esa fuerza que tenemos por dentro.
Por estos días he tenido el placer de entablar franca (y descarnada) tertulia con venezolanos brillantes y valiosos que me honran con su amistad y cariño. Han sido palabreos difíciles e intensos con personas extremadamente bien preparadas y que aman a nuestro país con toda su alma. La vida cotidiana es muy dura en Venezuela. Que nadie crea lo contrario. Que nadie se atreva a pretender decir que exageramos. Pero a pesar del chorro de tonterías y simplezas que uno escucha a diario, de tirios y troyanos, hay que quitarse las lagañas para poder ver el país que no tenemos ahora pero que sí podemos tener. En el futuro. En eso hay que pensar. Por eso, por ese mañana, para tenerlo, hay que trabajar hoy. Y aunque hoy no consigamos verlo con diafanidad, porque el aire está enrarecido, hay con qué y hay con quiénes.
Si resulta que los liderazgos que aspiran a recibir nuestra confianza no logran hacer méritos para ocupar esas posiciones de liderazgo, si sentimos que no están dando la talla, si están ciegos, agotados, si sentimos que han llegado al límite de su capacidad o ya no tienen ideas creativas, pues nos quedan dos caminos: o les exigimos mejor desempeño y los ayudamos con desprendimiento, o los descartamos, entendiendo bien que si eso hacemos estaremos a la deriva.
El liderazgo, sea político, empresarial, sindical, social, religioso, profesional, es como el deporte olímpico. No es para cualquiera que crea que basta con un traje o un uniforme. Detrás de cada atleta hay un equipo, que lo asiste, que lo ayuda.
El liderazgo no es asunto de hombres y mujeres que lo entienden como espacio de su propiedad. El ejercicio de liderar tiene las mismas exigencias de los deportes de alta competencia y exigente rendimiento. Yo creo que quien no se ocupe, pues que desocupe. Y el que se preocupe, pues que se ocupe. Pero las cosas como son: nadie puede hacer un buen trabajo de liderazgo recibiendo una lluvia de piedras. Si Ceballos se equivocó, si dijo una sarta de necedades, muy bien reprenderlo, llamarlo a capítulo, leerle la cartilla, pero es también asunto de traerlo de vuelta a la sensatez. Tirarlo por el barranco es un desperdicio.
La cosa no está para monsergas. Millones literalmente arrastran por las calles y caminos una trágica miseria. Millones no ganan ni tan siquiera lo suficiente para poner comida sobre la mesa. Millones no viven, apenas sobreviven. Pero hay miles que creen que la cosa no está tan mal. Son los tontos que viven en su pequeño y mullido mundo, sin ver hacia afuera, enclaustrados en su propia película. Creen en aquello de ojos no ven corazón que no siente. Pero son extremadamente activos en las redes, desde las cuales lapidan a placer en un juego de ejercer una libertad irresponsable.
Yo creo en la unidad, no como un fin, sino en la única forma posible de hacer musculatura política. Se acercan las elecciones del 21N. Tengo muchísimas dudas. Pero de una cosa estoy completamente segura: si cada cual tira de una esquina de la cobija, lo que acabará teniendo en la mano serán hilachas.
soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob
Venezuela
CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ: ATRAPADOS SIN SALIDA
AMÉRICO MARTÍN: LA NUEVA GENERACIÓN
¿Será necesario que una nueva generación tome la dirección política en Cuba y Venezuela para hacer lo que no quieren o no pueden los viejos líderes?
El prejuicio que la indicada interrogante expresa en cuanto al desempeño de los viejos conductores es históricamente insostenible, salvo que pasemos por alto el papel cumplido por ancianos ilustres como Churchill, Adenauer, De Gaulle, Eisenhower, Nixon, Chou Enlai, Mao Zedong y muchos otros. En la Segunda Guerra Mundial y en su posguerra, ese viejo liderazgo —hablando sin hipérboles y partiendo de conflictuadas esquinas— salvó al mundo.
Más obligatorio que salvar los méritos legítimamente logrados es dar vuelta a esa pregunta del indicado foro, con el fin de poner en evidencia su falacia.
Recuérdese que una nueva generación conduce en nuestro país el timón de la nave y que ha ocurrido de manera más formal en Cuba. Pese a la índole planificada y cuidadosamente manejada del proceso cubano, ha sido este más peligroso y cruento que el venezolano.
En la históricamente agitada isla, escenario del liderazgo extremadamente contradictorio del apóstol José Martí y del mítico dictador Fidel Castro, la revolución protagonizada por los hermanos Castro, el Che, Camilo, Huber Matos, sencillamente mostraba ya signos avasallantes de fracaso, pese al colosal esfuerzo de sus líderes tradicionales para ocultarlo. Lo lograron a medias, pero cuando las malas noticias sobre su desempeño invadieron el alma tempestuosa de Fidel, y casi inmediatamente la del sobrio Raúl, la onda mortalmente pesimista se expandió como una feroz pandemia por casi todo el cuerpo de la festinada revolución. Sin embargo, entre la cautela y la esperanza, la mayoría decidió confiar en algún milagroso discurso del caudillo para recuperar la fe en la causa, ahora puesto en discusión su destino. A un abismo muy abrupto se habría desplomado la zozobra del máximo líder, que su esperada respuesta fue realmente aterradora.
Convocó un homenaje a sí mismo en el Aula Magna de la Universidad de La Habana —recinto en el que, por cierto, nunca tuvo mayor relevancia— donde volcó un estado de ánimo impregnado de derrotismo. Comenzó preguntando a la nutrida concurrencia: ¿Ustedes creen que la revolución pueda sucumbir? ¿No piensan que una perestroika cubana pueda destruir la Cuba socialista?
Como un resorte, la multitud se puso en pie rugiendo. ¡Nunca! ¡El socialismo nunca será vencido! Castro la cortó en seco. Pues yo creo que si no hay una vigorosa reacción y cambiamos ahora, todo se irá al diablo.
Era obvio que el caudillo no podía más, con el tiempo lo siguió su incondicional hermano menor, con una decisiva diferencia, asomó el contenido del cambio: la apertura económica y la apertura política y urgió a aplicarlas inmediatamente. Sus palabras fueron: «No podemos seguir dando vueltas al borde del precipicio sin caer en su oscuro fondo».
Raúl siempre fue un hombre práctico que no se ufanaba de su manejo de la ideología y se aferró a lo que estaba a la vista y daba resultado, «el socialismo de mercado chino», salido de la férrea voluntad de Den Xiao Ping. No se le escapó a Raúl la perspicacia y el pragmatismo del reformador asiático y procedió a hacer lo mismo.
Muy a pesar de las abismales diferencias entre las dos realidades, impusieron a los cubanos una serie de retoques con el objeto de «cubanizar» el viraje.
Fue así como, del flamante proceso abierto a la imaginación de los líderes emergentes, se fue estructurando la nueva generación del cambio en Cuba.
Su fuerza reside en la autenticidad de origen y en su habilidad para sumar aportes de otros. Del grupo de nuevos miembros del Buró Político del PCC, el más joven y uno de los más competentes es Miguel Díaz-Canel, quien fue ministro de Educación. Estuvo con Raúl en tiempos cruciales y específicamente durante la realización del VI Congreso del PCC, que le dio el mando del Estado, del partido y del poderoso Ejército cubano después de quitárselos, sin estridencias ni maltratos, a Fidel.
El hermano menor pronunció entonces su primer discurso oficial desde la cima del poder. Díaz-Canel fue el encargado para responder, de modo que fue muy visible la identidad política de los dos. Y la razón por la cual se otorgó el honor y tamaña responsabilidad evidenciaron sus lazos de amistad.
La cuestión es que los dos fueron percibidos como los aliados decisivos del alto mando estatal y partidista, pero aparentemente podría explicar los delicados problemas que, en tiempos recientes, han estallado en las esferas dominantes de la organización, al punto de dejar entrever el ardiente drama que está manchando la casi familiar conexión alrededor de Raúl y Díaz Canel, entre los más altos dirigentes políticos y militares.
Presento esta prueba maciza al canto: es público y notorio que en solo nueve días murieron cinco generales de la más alta graduación y elevadas responsabilidades. ¿Como murieron? ¿Quién los asesinó?
Un hecho tan brutal y escandaloso no puede permanecer oculto en la bruma ni tapiado por un oscuro e interesado silencio. La verdad brillará profunda y certera como el canto de la alondra en la mañana. y entonces habrá que preguntar cuándo llegará esto a su fin.
Américo Martín
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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Venezuela