domingo, 18 de octubre de 2020

LUIS FUENMAYOR TORO, FRANCISCO FAJARDO, BOLÍVAR Y GUAICAIPURO

En un mensaje por Twitter, me atreví a señalar que, desde el punto de vista étnico, Francisco Fajardo estaba más cerca de lo que somos los venezolanos hoy que el libertador Simón Bolívar y que el cacique Guaicaipuro. Esa afirmación pretendía dejar claro que Francisco Fajardo fue un producto del mestizaje ocurrido en estas tierras, que se desarrolló desde el mismo momento en que los colonizadores españoles llegaron, en nuestro caso, en 1498. El cruce biológico entre españoles e indígenas dio lugar a lo que se conoció como mestizos. Y Fajardo era un mestizo, hijo de un español de su mismo nombre y una indígena Guaiquerí, la cacica Isabel, quien se destacó en sus luchas en favor de su pueblo, en las que curiosamente participó a su lado su amante, a pesar de ser un colonizador español. 

Debe quedar entonces muy claro que Francisco Fajardo hijo no era un conquistador ni un colonizador, y mucho menos un genocida, como he leído por ahí de fanáticos ignorantes capaces, como los del otro lado, de afirmar cualquier cosa que les venga a sus afectados cerebros. Era un mestizo, por lo que en él y en otros como él se desarrollaba lo que mucho tiempo después sería la nación venezolana. Bolívar, por su parte, era un criollo, es decir un hijo de españoles colonizadores nacido en los territorios colonizados. Así se los llamó en toda la América hispana. Representaba una de las tres semillas fundamentales de la nación en gestación, mientras que Guaicaipuro, cacique indígena valiente y aguerrido, representa otra de las semillas. En Fajardo y muchos otros, ya esas dos semillas habían comenzado su integración.

No tiene por lo tanto nada de revolucionario ni de anticolonial intercambiar el nombre de Francisco Fajardo por el de Guaicaipuro, como topónimo de una autopista caraqueña. Es una deformación producto de la ignorancia y de una falsa ideología, muy propia de una parte de quienes conducen hoy nuestros destinos, heredada de los discursos retóricos del Comandante Presidente, quien en algún momento llegó al disparate de decir que él no tenía nada de español en sus genes ni en su ser social. Él era supuestamente zambo, producto de la unión de negros e indígenas. Con sólo verlo y ver a sus padres y a sus hermanos era obvia la integración biológica de las tres semillas: la blanca española, la indígena y la negra, la cual se incorpora con la llegada de los esclavos africanos. Y en el caso de su ser social, no había sino que oírlo expresarse en castellano e invocar a Dios y a las vírgenes y santos católicos, para saber cuánto de español tenía culturalmente hablando.

Pero lo más preocupante al final, es el estado de total abandono, discriminación, aislamiento y desprecio de las etnias indígenas, que hacen vida en nuestro territorio. El gobierno se ha desentendido totalmente de ellas. Al parecer son muy buenas para usarlas como topónimos de autopistas, parques, ferrys y pueblos; buenas para hacer demagogia barata y para la acostumbrada retórica oficial, pero no para que vivan dignamente, con todas sus necesidades básicas satisfechas y debidamente integradas a la nación venezolana.   

Luis Fuenmayor Toro
lft3003@gmail.com
@LFuenmayorToro

ANTONIO JOSÉ MONAGAS, “YO PRIMERO, YO SEGUNDO, YO TERCERO…”

Definitivamente, la reflexión de Winston Churchill asentada sobre la definición de “socialismo”, no tiene parangón. La explicación de quien fuera primer ministro del Reino Unido en época de la II Guerra Mundial, fue categórica. Haber expresado que “el socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”, puso al descubierto su perversa naturaleza. Sin duda.

Sin embargo, dado los hechos que su práctica hizo ver luego, abre la posibilidad de agregarle valor semántico y profundidad conceptual a dicha consideración. Indiscutiblemente que tal concepción de socialismo discurre en torno a realidades que para entonces signaban los problemas advertidos. Pues para mediados del pasado siglo, el socialismo no era ningún moderado ejercicio político. Menos aún, buscaba hacer de la gestión de gobierno un proceso presidido por la felicidad. Nada de eso.

Con la manida excusa de “reivindicar a los pobres”, ese sistema político ya proyectaba una institucionalización apoyado en un poder no-democrático, ni social. Sólo le daba cabida a un poder basado en la represión. Y así continúa siendo. Tanto que en Venezuela se escuchó decir que estaba gestándose “una revolución pacífica, pero armada”, en nombre del socialismo.

Para la década de los cuarenta del siglo XX, el socialismo había sentado precedentes sobre los perjuicios que sus presunciones dejaban a su paso. El socialismo, más que una gestión ideológica marxista profunda, venía actuando como la razón de gobernantes radicales para ocupar sus anhelos sistemáticos y brutales. Y por consiguiente, justificar cualquier medio que les permitiera alcanzar el poder total, absolutamente arbitrario y dictatorial.

El obtuso supuesto de preservar el ímpetu de la revolución soviética, había animado el establecimiento de políticas socialistas. Fue así como el socialismo comenzó a imponerse por encima de cualquier intención igualitaria. Cabe decir que el socialismo fue tomado como arma política para activar bruscamente la población. Esto derivó en hechos que contravinieron libertades fundamentales. Aunque produjo su rechazo por parte de líderes democráticos. Incluso, por la ciencia política explicada desde la postura de reconocidos y respetado intelectuales.

Esta breve explicación, vale azuzar a manera de exponer el escenario que el régimen socialista venezolano intenta instituir. O sea, un sistema político que vaya de la mano con el socialismo marxista-radical. Y que a pesar del discurso político empleado, que busca solapar las realidades con manifestaciones en contrario a lo que la calle está revelando, por debajo está  maquinándose un socialismo que, por vía fáctica, acaricia un gobierno dictatorial.

¿Cómo se explica el caso venezolano?

El caos derivado de la falta de gasolina, cuyas causas acusan un proyecto ideológico aberrado en paralelo con una incapacidad técnico-gerencial-administrativa-económica, en lo específico, no pareciera tan fortuito como las apariencias pueden evidenciar.

Este problema tiene implicaciones que dejan al descubierto intenciones cuya raíz sociológica, política e ideológica, encubre un ideario asomado por un proyecto de gobierno impúdico en todos sus objetivos. Un proyecto que mimetiza el espiritualismo con el materialismo necesario sobre el cual descansa el llamado “socialismo del siglo XXI”. Y que a decir de algunos estudiosos del marxismo-leninismo, es un remedo insidioso que terminó fracturando valores y costumbres autóctonas venezolanas. Tanto, como desmoronando cimientos de la democracia política nacional. Aunque algo precaria. Pero de un esforzado inicio y desarrollo.

El problema representado por la abulia de un régimen que permitió el deterioro y pérdida de una industria que fue referente internacional como el exaltado por la petrolera venezolana, ha servido para que el propio régimen justifique equivocaciones derivadas de cualquier desventura asumida como decisión política.

La aducida necesidad de superar la crisis estructural que ha agobiado al país desde finales del siglo XX, motivó a teorizar sobre un profundo cambio que comprometía la “construcción de la nueva República”. Y con ella, el nacimiento del “nuevo republicano” u “hombre nuevo”.

Quizás esta idea, animó serias complicaciones que terminaron desvirtuando la importancia de tan enmarañado propósito. No sólo desde una óptica social. También, moral, ética, política y cultural. Pudiera decirse, que desde la visión de ciudadanía. No se hizo nada en cuanto a imprimirle fuerza al vanidoso y cacareado objetivo de “construir ciudadanía”.

Con el alegato de revertir la pobreza y atenuar la inequidad, incontables problemas emergieron. Unos nuevos. Otros, existentes que venían acumulándose. Pero entre tantos reveses y avatares, el venezolano consiguió razones para vulgarizar actitudes. Asimismo, para descorrer argumentos que instaban conductas rebosantes de hospitalidad, decencia, solidaridad, honestidad y bonhomía. Ese “nuevo republicano” hacía su debut mal poniendo tradiciones y principios de apacibilidad, respeto y civilidad.

La justicia social, se volvió un mero convencionalismo para apostar a comportamientos indignos. El país político dio paso a actitudes poco conciliadoras. Dio lugar a que se experimentara el egoísmo como criterio político. Surgió la polarización como excusa para defender posturas. Se abrieron espacios para demostrar resentimientos, odios, enfrentamientos que jugaban a disoluciones familiares. O al éxodo para probar mejor suerte. O para escapar de los riesgos engendrados por la violencia política impuesta por la relación cívico-militar-policial de peligrosa cometida.

Así, las colas provocadas por una débil y postrada dinámica económica, a consecuencia del desorden que exaltó la “revolución bonita” y justificó el régimen en razón de su “lucha antiimperialista”, devino en un marcado desarreglo de la sociedad. Igual de la política. Ahora, el país está convertido en un ininteligible escenario. Similar al de un campo de batalla.

Particularmente, las colas por gasolina constituyen el paroxismo de la anarquía acompasada al ritmo que marca la indecencia, el desenfreno y la desesperación. Escenario este donde nadie tiene razón. Ninguna explicación tiene valor. Son espacios donde no existen derechos. Tampoco deberes. Solamente, vale la viveza o el contenido del bolsillo. O la fuerza para demostrar que tan corrupto se puede ser. Es el “nuevo republicano” En fin, es un ámbito donde el egoísmo determina todo. Ahí se actúa según la voracidad demostrada y el mal genio asumido. Donde se es “yo primero, yo segundo, yo tercero…”

Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas