domingo, 24 de abril de 2022

AQUÍ TITULARES DE HOY DOMINGO 24/04/2022, DESDE VENEZUELA PARA EL MUNDO, PARA LEER PULSAR SOBRE EL TITULAR EN ROJO

 

 


MIBELIS ACEVEDO DONÍS: ¿HACIA DÓNDE IR? DESDE VENEZUELA

Más allá de la solicitud de revisiones al gobierno de Biden, la carta de los 25 es una imperiosa interpelación al liderazgo nacional

La carrera epistolar de días recientes avivó la discusión sobre la pertinencia o no de las sanciones sectoriales. La puja entre quienes abogan por revisar una estrategia cuyo rigor no movió la aguja del cambio político en Venezuela; y otros, convencidos de que opera como un torniquete que mantiene a raya la sangría autoritaria, impele a recordar dilemas similares. Sanciones como forma de presión a estos regímenes son parte de un menú clásico, “palo y zanahoria”, del cual no escapó, por ejemplo, la Polonia anexada al bloque soviético tras la II Guerra.

A propósito de la imposición de la Ley Marcial en 1981 y la anulación de “Solidarność” como sindicato independiente, Adam Michnik, historiador, periodista y miembro de Solidaridad, escribía: “las voces de la sensatez y la razón no eran numerosas entonces”. La crisis social y política en Polonia alcanzaba picos dramáticos. La desigual confrontación entre el régimen militar de Wojciech Jaruzelski y la oposición liderada por Walesa, lleva a reabrir el zurrón de medidas diplomáticas de contención. El 8 de octubre de 1982, el presidente norteamericano Ronald Reagan decide privar a Polonia de la cláusula de “nación más favorecida” que regulaba el intercambio comercial entre ambos países; eso, entre otras disposiciones que impedirían el acceso a garantías crediticias.

"EEUU no puede permanecer de brazos cruzados", alegó Reagan, aclarando que las medidas no iban dirigidas contra el pueblo polaco. Las buenas intenciones del sancionador, no obstante, tropezaron con el consabido revés táctico: el “daño colateral” asociado al moderno estado de sitio. Con el aislamiento, la economía polaca se vio severamente perjudicada, asfixiando a las víctimas que inicialmente se quería proteger. El sufrimiento que de ningún modo podía ser ignorado por el liderazgo opositor, pues equivalía al suicidio, lleva al propio Walesa a interceder en 1983 a favor del levantamiento de sanciones. En enero de 1984, un funcionario norteamericano revelaba al periodista de “The Washington Post”, John Goshko: Reagan "no estaba ansioso por hacer nada por este gobierno polaco. Pero que Walesa dijera que esta era la dirección en la que debíamos ir, tuvo un impacto en él".

Tras reconocer gestos de apertura como la amnistía para 652 presos políticos y el recibimiento de Juan Pablo II en Polonia, y aun advirtiendo que "quedan problemas muy serios; los que siguen encarcelados y los juicios pendientes a miembros de Solidaridad y otros activistas", el portavoz del Departamento de Estado, Alan Romberg, anunció que EEUU daría el polémico paso. Ese proceso de alivio gradual coronó con un hito relevante. El 16 de octubre de 1986, Walesa y un grupo de intelectuales polacos, asesores de la oposición, activistas de la ley católica y ciudadanos independientes, divulgan un comunicado de prensa pidiendo el cese total de sanciones. La medida, afirmaron, era "indispensable"; Polonia "no podrá salir de la crisis económica sin ayuda de nuestros vecinos y de países industrializados del mundo occidental". Tal como reseñó The Washington Post, los apoyos al documento incluían al “rector de la Universidad de Varsovia y asesores destacados del primado católico romano, el cardenal Jozef Glemp”. Este último, un enérgico crítico de las sanciones que venía de mantener tensas relaciones con Walesa y el propio Wojtyla.

Lo que sigue es historia de eficacia política. Pese a las resistencias, una transición atada a la recuperación económica y los diálogos de la Mesa Redonda, que permitieron negociar condiciones para elecciones. Algo imposible sin el resuelto desempeño de una oposición consciente de que debía operar políticamente, apelando a su autonomía y fortalezas, no a costa de la privación impuesta a connacionales. Lo cual lleva a preguntar si esa ha sido premisa que pese en el caso venezolano. ¿Acaso promover el debilitamiento económico de un país para aventajar al rival, sin pensar en la agonía de los sacrificados en el tránsito, es un plan éticamente aceptable? Depender enteramente de intervenciones externas, ¿no es admitir que no se tiene talento ni recursos propios para convencer y construir mayoría política, el trabajo que hacia lo interno le corresponde emprender al liderazgo?

Al margen de hechos innegables pero interpuestos como ancla, no como materia que ayude a desatar el nudo gordiano -que la crisis es anterior a las sanciones- la duda que repiquetea es la misma de los firmantes de la Carta de los 25. Aquí, ahora, ¿las sanciones responden al plan para el cual se diseñaron -no un fin en sí mismo, sino medio para la democratización- o más bien mutan en guillotina sin matices? Con algunas señas de liberalización (y un feroz ajuste que ha implicado reducción del gasto público corriente), con un sector privado que para crecer requiere de acceso a mercados globales, quizás sea hora de replantear los términos de la presión, un quid-pro-quo razonable y no lesivo para el ciudadano común. ¿Será casual que la encrespada carta de los 68 pida que se “profundicen las sanciones personalizadas”, pero omita sentar posiciones respecto a sanciones sectoriales que, en efecto, existen y afectan a la nación?

Más allá de la solicitud de revisiones al gobierno de Biden, la carta de los 25 es una imperiosa interpelación al liderazgo nacional. A merced de la transformación acelerada de las circunstancias, ¿cuál es la dirección hacia la cual debemos ir, qué rumbo conviene tomar? En la Polonia de Walesa y Jaruzelski, la heroicidad fue asunto de asunción de responsabilidad y sentido común, de previsión de consecuencias de la acción política. En Venezuela, eso exigirá hablar claramente; abrazar con valentía un debate que, tarde y temprano, debe ofrecer respuestas a un pueblo que sufre, se desgasta, desconfía, espera.

Mibelis Acevedo D.
mibelis@hotmail.com
@Mibelis
@ElUniversal
Venezuela

LEOMAGNO FLORES: LAS CARTAS CRUZADAS. DESDE VENEZUELA

A propósito de las últimas manifestaciones públicas de individualidades de distintos sectores de la vida nacional, abogando ante el Presidente y el Congreso de los Estados Unidos por el levantamiento de las sanciones económicas impuestas al Régimen, así como la respuesta de los 68 abajo firmantes que piden al Presidente BIDEN mantener y aumentar las sanciones, vale la pena hacer unas reflexiones para entender el porqué de ese cruce de cartas, que han resucitado el debate epistolar tan de moda en la historia política tradicional venezolana.

Veamos:

PRIMERO: Si bien, es cierto que nadie puede abrogarse la representación del liderazgo nacional, no es menos cierto, que no se puede evitar que, en uso de la libertad de expresión y el derecho a discurrir con pensamientos propios sobre el acontecer nacional e internacional, actuando conjunta o individualmente, existan compatriotas que se atrevan a emitir juicios de valor sobre los asuntos de la República aun cuando no coincidan con la mayoría; máxime, cuando esas iniciativas encuentran amplia justificación en la anomia social, producto de la falta de legitimidad de los liderazgos partidistas y de la sociedad civil organizada que han perdido sintonía con los ciudadanos que dicen representar. Esas incursiones espontáneas o no, son consecuencia del vacío que han provocado por acción u omisión, los llamados liderazgos emergentes que durante los últimos años, han gozado de la confianza del colectivo nacional. La sociedad venezolana acosada por la crisis humanitaria que vive la patria no vislumbra lideres con asertividad y visión de estadistas, condiciones requeridas para asumir con probabilidades de éxito la vanguardia del proceso de cambio.

SEGUNDO: Debates como el generado por las epístolas cruzadas entre partidarios y rechazantes, una pretendiendo alivio a los males de la patria levantando las sanciones y otras en sentido contrario, se enfocan en los descalificativos y las etiquetas, cuando en realidad deberían centrar sus argumentos en la incapacidad de reinventarse de las organizaciones políticas, que han devenido en franquicias para promover ambiciones personales e intereses partidistas legítimos o no. Estructuras dirigidas por quienes no han sabido empinarse más allá de la inmediatez, sacrificando la unidad suprema de la oposición, en aras de mantenerse en su zona de confort materializada en cuotas de poder focalizado, sin importar la angustia de un pueblo que ha perdido la esperanza y hurga en la basura para comer y se sume en la frustración, pero que no pierde la fe en sus convicciones democráticas.

En tal sentido, el problema no son las sanciones. El meollo del asunto es el fracaso de quienes vendieron la idea de una revolución para acabar la pobreza y lo que lograron en dos décadas fue arruinarnos a todos y quebrar el país. El problema es un Régimen que ahora pretende generar una falsa sensación de apertura, una especie de glasnost económica, representada en una burbuja de fantasía, que cuando se esfume, mostrará el rostro horrible de una sociedad sometida por la nomenclatura autocrática y la pérdida de nuestra soberanía territorial.

Contra ese orden de cosas, irrumpimos en la escena política actual, en lo que atañe a Acción Democrática, los representantes más conspicuos de la adequidad, entendida ésta, como un sentimiento y modo de ser militante de un partido cargado de historia y logros en el devenir contemporáneo, que rechazamos la manera de conducir a la organización por quienes durante dos décadas son los responsables de su decadencia. Insurgimos invitando a la gente a soñar de nuevo, acompañándolos en sus luchas por la supervivencia diaria; pero, armados de la resiliencia de ese modo de ser del venezolano que no puede confundirse con abandono de sus ideales, ni con la resignación, ni con la entrega ni con el colaboracionismo.

De allí, la necesidad de convocar a todos los sectores de la vida nacional que se sienten comprometidos con la causa de la libertad y el rescate de la democracia, para que impulsen en sus gremios, en sus organizaciones ciudadanas y en sus partidos políticos, un proceso de renovación y actualización de sus liderazgos para volver a sintonizarse con ese pueblo que sufre pero se resiste a entregar su dignidad.

Hay que salir al encuentro de esa Venezuela intacta en sus ambiciones de libertad y progreso.

Leomagno Flores
magnotablet@gmail.com
@Leomagnofa
Venezuela.

ANTONIO JOSÉ MONAGAS: JUGAR SUCIO, VIEJA PRAXIS POLÍTICA. DESDE VENEZUELA

Nunca se había entendido la política de la manera como ahora se pretende. Bien pareciera que el mundo se volvió bizarro. Es decir, “al revés”.

Lo que antes podía comprenderse constructiva y motivadoramente, se procura de modo contrario. Entre sus causas, posiblemente, pudieran reconocerse razones en una perversa dinámica política y económica que incita trastocadas actitudes. Todas, capaces de generar comportamientos torcidos que no atinen a comprender el mundo con medida, racionalidad, equilibrio y ecuanimidad. Asimismo, capaces de justificar argumentos propios de una carencia de propósitos que sigan una pauta, un orden o un método asociado a valores que exaltan respeto, tolerancia, solidaridad y pluralidad. En consecuencia, se apuesta a la falta de una convivencia que dignifique y evidencie la vida en todos sus sentidos.

Por eso, jugar sucio es una antigua praxis política. Es significado no sólo de trampear procesos y procedimientos a fin de lograr triunfos amañados mediante burda manipulación, chantaje y amenaza. Es igualmente, forzar situaciones para así aparentar realidades que resulten finalmente falsas.

Además, a través de la fuerza se plantean la coacción y la compulsión. Por ello, se acude al engaño y la mentira. En otras palabras, estos agentes políticos se valen de la demagogia, la argucia y la malevolencia para alcanzar un estado de hechos el cual sirve de medio para imponer un modelo de gobierno dominado por la intemperancia. Un modelo populista con sus componentes de opresión, autoritarismo y arbitrariedad disfrazados de “despotismo”.

Este preámbulo retrata precisamente el caso Venezuela. Más, toda vez que la presunción de una mal llamada “revolución bolivariana” ha derruido el esfuerzo -mal que bien- alcanzado en décadas recientes en aras de disfrutar el estado de bienestar que merece el pueblo venezolano. Sin embargo, los resultados que exhibe el país dejan ver una implacable y desvergonzada postración de sus instituciones ante la ilusa pretensión de quien ostenta el poder político. Este, en provecho de una condición política que asume y ejecuta en perjuicio de la nación venezolana.

La obstinada intención del gobernante de haber enmendado la Constitución de la República, sancionada en 1999, sólo por la reelección en cargos políticos, al margen de principios jurídicos que exhortan la alternabilidad, la justicia social y la probidad como praxis de gobierno, reflejan el descomunal abuso por el cual se permite a altos funcionarios, hacer “lo que el antojo le apetezca”.

No hay medida alguna que restrinja la naturaleza de las decisiones tomadas por el autoritarismo del régimen. Desde las económicas y financieras, hasta las organizacionales y administrativas. Pasando por aquellas que comprometen la moralidad y ética pública. Todo lo que con base en tan repugnante intención es posible llevarse a cabo, no es escatimado. Aún, para comprometer y mal poner al país sin importar otra cosa que no sea la vanidad gubernamental concentrada en el poder político.

De ahí se tiene como válido el criterio gubernamental de jugar con la improvisación que permiten las circunstancias. Es la interpretación de: jugar sucio, vieja praxis política.

Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Venezuela

CARLOS ALBERTO MONTANER: ¿QUIÉN ESTÁ GANANDO LA GUERRA EN UCRANIA? DESDE USA. |

El presidente ruso, Vladimir Putin, habla con los empleados de la agencia espacial Roscosmos en una fábrica de ensamblaje de cohetes durante su visita al cosmódromo Vostochny en la región oriental de Amur Tsiolkovsky, Rusia, el martes, 12 de abril de 2022. (Evgeny Biyatov, Sputnik vía AP) La respuesta rápida es Ucrania, como inteligentemente dijeron, cada uno por su cuenta, Faared Zacaria y Thomas Friedman. 

Pero a costa de la demolición de unas cuantas ciudades, lo que hace imposible la reconciliación entre los dos países, hasta que transcurran varias generaciones. Hay, al menos, cinco razones para suponer que Ucrania está “ganando”: 

1. La narrativa rusa ha fracasado estrepitosamente. Alegar que se trataba de desnazificar al “pequeño” país vecino, se da de bruces con el hecho de que Volodymyr Zelensky, elegido presidente de Ucrania por una abrumadora mayoría, es judío. Uno de sus abuelos fue quemado vivo junto a su aldea por las SS durante la Segunda Guerra mundial. Existe, efectivamente, una unidad militar con simpatías hacia el ultranacionalismo en el Donbás, y esa unidad cuenta con símbolos que se asemejan a los que exhibían los nazis, pero ese dato no niega los centenares de unidades del ejército forjado para defender la democracia. Como reclamó un viejo periodista: la Resistencia Francesa durante la Segunda Guerra mundial incluyó gentes de todos los colores ideológicos. Ya habría tiempo de dirimir esas diferencias por procedimientos democráticos. Lo primero era derrotar a los nazis. En esta época, lo primero es derrotar a los rusos. Las noticias locales nunca han sido más importantes Suscríbase para obtener acceso digital ilimitado a las noticias importantes de su comunidad #TUNOTICIALOCAL 

2. El pueblo ruso no sabe qué defiende exactamente el ejército invasor. Hasta ahora, dado el control dictatorial que tiene Vladímir Putin de los medios de comunicación, ha funcionado la “desnazificación”, pero ese argumento comienza a resquebrajarse con la reacción de las propias tropas rusas. Iban a llenarse de gloria, y se han encontrado con un patriotismo duro y elevado de personas que aman la libertad. 

3. Los reclutas rusos, mal alimentados y peor equipados, advierten que los helicópteros y los Carros de Guerra (especialmente los designados con la letra T) y los transportes SIL se paralizan, a veces por falta de gasolina o por el barro primaveral. Son blanco de los proyectiles disparados desde el hombro por las “jabalinas” y los NLAW suministrados por los norteamericanos, británicos e israelíes, así como los drones kamikazes que avistan un Carro de Guerra o un transporte desde kilómetros de distancia, y se precipitan contra ellos. Suelen llevar dos ojivas explosivas: una destruye la torreta, la otra penetra el blindaje y líquida a la tripulación. Hace unos días, cuando ponderé la siniestra contabilidad, llevaban 460 tanques y más de 2000 transportes afectados por los disparos de los ucranianos. Seguramente, hoy son muchos más. 

4. Hay un general, ex jefe de inteligencia, detenido por mentirle al mismísimo Putin. Se llama Serguéy Beseda y pasó del arresto domiciliario a la prisión de Lefortovo, construida a fines del siglo XIX por los zares. Fue un sitio en el que la NKVD y la KGB torturaron y asesinaron a numerosos detenidos. Lógicamente, a Beseda lo acusan de haberse quedado con dinero de la inteligencia, algo que no se podrá saber nunca con certeza. En fin, son consecuencias directas de la guerra desatada por Rusia contra Ucrania, en la que Ucrania posee una inderrotable moral de victoria, semejante a la que exhibieron los soviéticos frente al asedio de los nazis a Stalingrado, minuciosamente pulverizado por los alemanes. Mientras Rusia combate no se sabe por qué, los ucranianos pelean por patriotismo y están dispuestos a morir por su causa. (Recuerdo a un amigo, oficial del ejército estadounidense, que me contó que se había dado cuenta de la inutilidad de la lucha contra el Vietcong tras la llamada ofensiva TET del 68: el Vietcong peleaba con dos sogas atadas a los pies, de manera que fuera sencillo esconder los cadáveres. “Cuando el enemigo da por descontada la muerte, no hay nada que hacer”. Tenía razón). 

5. La OTAN, supuestamente malherida durante los años de la presidencia de Donald Trump, se ha recompuesto bajo el gobierno de Joe Biden. No fue una “genialidad” invadir a Ucrania, como la calificó Trump (luego rectificó), sino un verdadero “genocidio”, como lo llamó Biden y, tan grave como eso, una total imbecilidad. Por otra parte, continúa pendiente el ingreso de Suecia y Finlandia en el pacto defensivo. Eso quiere decir que Europa, Canadá y USA consideran un bluff las órdenes dadas por Putin de amenazar a las dos naciones con represalias nucleares. Una cosa es el atropello de los chechenos y de los abjasios, y otra muy diferente es tomar represalias contra un país europeo y libre que se propone entrar en la OTAN. 

Carlos Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
Cuba- Estados Unidos-España.

El último libro de CAM es Sin ir más lejos (Memorias). La obra fue publicada por Debate, un sello de Penguin-Random House. Se puede obtener por medio de Amazon Books.

RAUL TORTOLERO: LA NUEVA DERECHA CONSTRUYE FUTURO ROSTRO DE HISPANOAMÉRICA. DESDE MEXICO

En la nueva derecha nuestra lucha es, por mucho, más enfocada en la defensa de los valores fundacionales de Occidente. 

En la nueva derecha, por supuesto, creemos con firmeza en la libertad económica totalmente, pero no la ponemos por arriba de la fe, de la familia, de patriotismo. 

En Hispanoamérica, igual que entre la población hispana de Estados Unidos, hay un notorio creciente interés en contar con la información, la preparación, las herramientas y redes necesarias, para enfrentar las embestidas del progresismo y del socialismo —que caminan de la mano, bajo el vaso comunicante del marxismo posmoderno—.

En no pocos lives en los que he sido invitado a hablar sobre los conceptos vertidos en mi reciente libro “La Contrarrevolución cultural frente al marxismo posmoderno”, y en espacios de Twitter, siempre existe el hambre de saber qué es la nueva derecha, en qué se distingue de la antigua, y qué puede hacer la gente para combatir la marea roja en todo el continente.

En mi análisis, la vieja derecha, como he comentado, se hincaba ante el mercado. Es decir, su prioridad, por encima de todo, era económica, financiera e incluso, especulativa. Dicho de otra manera, el dinero era el enfoque privilegiado.

En la nueva derecha no nos hincamos ante nadie. Sólo ante Dios.

Nuestra lucha es por mucho más enfocada en la defensa de los valores fundacionales de Occidente.

Por supuesto, creemos con firmeza en la libertad económica totalmente, pero no la ponemos por arriba de la fe, de la familia, de patriotismo.

También la vieja derecha era elitista. La influencia de la izquierda hacía ver a esa derecha como un club privado para gente adinerada. Pero en algunos casos esta apreciación —exagerada y usada como propaganda negra—, sí partía de casos reales.

Nosotros estamos por una derecha popular. O es popular o no es nada. Queremos un movimiento internacional en el que militen estudiantes, taxistas, trabajadoras domésticas, comerciantes, albañiles, abogados, enfermeras, obreros, filósofos y politólogos. Todo tipo de gente debe estar ahí. No debe importar si tiene o no dinero.

La nueva derecha no es la discoteca de moda en la zona cara de la playa. No tiene un “cadenero” en la entrada. Es un aliento guerrero, una entrega, una consagración.

La vieja derecha era más bien “liberal” a secas. Hasta ahí no había problema alguno, puesto que el liberalismo clásico ha hecho enormes aportaciones al Estado-Nación, al estado de derecho, a la democracia representativa y a los derechos humanos. Y por tanto, a la libertad y a la igualdad ante la ley.

El problema vino cuando esos viejos liberales hicieron demasiadas concesiones al progresismo de origen anglosajón, pintado de rojo, y se transformaron en liberprogres. Creían en el mercado, leían a Von Mises y a Hayek, pero al mismo tiempo, apoyaban el feminismo radical, la ideología de género, el aborto y al supremacismo LGBT.

Ahí vino el punto de quiebre, ya que de esta manera, conscientes de ello o por ingenuidad política, acabaron siendo tontos útiles del marxismo posmoderno, que los absorbió en su gran oleaje.

No pocos medios de comunicación grandes en todo el mundo —el mainstream media— y sus principales columnistas, son de esta línea ideológica: se dicen de “derecha”, de la vieja guardia, se oponen al socialismo de Cuba, pero están totalmente a favor de la Agenda 2030, el globalismo, los supremacismos (feminista, LGBT, negro, indigenista, ecologista), la cultura de la cancelación, la revolución woke en EE. UU. Todo lo cual es una mezcla ideológica espantosa inaceptable en la nueva derecha.

La vieja derecha era belicista. Se alegraba en cuanto las élites globalistas promotoras del nuevo orden mundial iniciaban un conflicto o una guerra más desde los Estados Unidos. Para ellos el “nacionalismo” significaba enviar a los jóvenes a morir muy lejos de sus familias y hogares por intereses macroeconómicos nada cercanos al bolsillo de su padre.

Nosotros nos oponemos al globalismo; somos patriotas. Recomiendo el estudio de la Agenda España, de Vox, un documento valioso que, pese a haber sido sólo pensado para atender a los españoles y sus necesidades específicas, sirve de guía para la construcción de otras agendas nacionales. En México estamos ya trabajado en una.

La nueva derecha es pacífica y una muestra de esto es cuando el expresidente Donald Trump, aquel 6 de enero de 2021, declaró con transparencia que quien incurriera en actos de violencia, quedaría fuera en automático de su movimiento, que dicho sea de paso, lleva más de 75 millones de votos consigo.

La vieja derecha tenía sus brazos metidos en el deep state norteamericano; era pro status quo. La nueva derecha es anti deep state, anti status quo y anti sistema.

La vieja derecha no era religiosa. Era, por decir lo menos, “laica”, por no llamarla “anticlerical”. La nueva derecha es mucho más religiosa. Basta ver la influencia de las iglesias cristianas de toda denominación y su poderosa contribución para los movimientos recientes, como el de Trump, el de Jair Bolsonaro o los de Polonia y Hungría.

La vieja derecha, cuando practicaba alguna religiosidad, estaba por hacerlo puertas adentro, de su casa o del templo.

En nuestra nueva derecha vivimos nuestra religiosidad como sentido de trascendencia y lo hacemos de “puertas afuera”, en donde sea; oramos en voz alta en los restaurantes antes de comer, marchamos rezando el rosario; en la plaza pública nos hincamos a rezarlo para oponernos al aborto, luchando por la vida del no nacido, como por tantas otras causas; líderes como Eduardo Verástegui rezan el rosario a menudo compartiéndolo desde sus redes sociales. Es una religiosidad sin complejos, sin traumas.

Sin embargo, hay quienes están con nosotros ahora, y no practican religión alguna, son ateos, agnósticos, o incluso cercanos a disciplinas orientales, como el taoísmo o el budismo. Como sea, vienen a defender los mismos valores, pilares de Occidente.

Ejemplo de esto es que cuando autoridades zurdas quitan cruces de templos católicos en España, en Francia decapitan fieles que estaban rezando, en Chile queman iglesias, en Bogotá sabotean la misa de la Catedral, en México vandalizan templos, religiosos y no religiosos de la nueva derecha, todos salimos a protestar. Lo mismo haríamos si una sinagoga judía es agredida: no porque seamos mayoritariamente cristianos nos vamos a quedar cruzados de brazos.

La nueva derecha no tiene problema alguno con nadie: ni con los homosexuales, ni con los negros, los indígenas, las mujeres, ni con nadie más. Pero sí tenemos problemas con todos los supremacismos, en especial con los nuevos supremacismos socialistas, que por supuesto, no luchan por ningunos “derechos”, porque ya tienen todos garantizados por el Estado y positivados en las constituciones, sino por el poder: quieren espacios en el gobierno, fondeo especial, privilegios, excepciones. Y eso genera desigualdad y daña, socava el derecho clásico.

Sobra decir que la nueva derecha no tiene nada de “extrema”, ni de “ultra”, ni de fascista, ni de nazi, ni nada parecido. Somos democráticos, dentro de un marco hermenéutico de liberalismo clásico, respetuosos de los derechos humanos (pero opuestos a “derechos fake”, como el aborto, que no es un “derecho” de nadie, sino un crimen).

En su momento, a José Antonio Kast, cuando fue candidato presidencial en Chile, se le tildó de “ultraderechista” en la prensa globalista y progre: califican de tal manera a alguien que simplemente es provida y profamilia, que es católico y que lucha contra el socialismo.

Ese es uno de los principales objetivos de la nueva derecha: combatir al socialismo blando (y en todas sus versiones), así como al progresismo. Estamos contra toda suerte de tiranías de izquierda (y de derecha también, si las hubiera). El socialismo es una fábrica de miseria y persecución política, la llegada de una nueva casta de ricos -los gobernantes- y de una nueva clase social, la de los pobres —el resto de la población—.

Nos oponemos al Foro de Sao Paulo y al Grupo de Puebla, cuyas agendas mezclan el marxismo clásico con el posmoderno, resultando en querer comprar con migajas asistencialistas a los pobres, para conquistar sus votos, y al mismo tiempo normalizar el aborto y la ideología de género, el ataque al “patriarcado”, a la familia y al cristianismo, buscar la deconstrucción de las masculinidades, y venderse al nuevo colonialismo rojo de China, a cambio de presupuesto y cobijo para perpetuarse en el poder.

La nueva derecha posee una geopolítica: la hispanidad, como bien ha señalado María Herrera Mellado, española en Miami que lo mismo participa en Vox como en el Partido Republicano de EE. UU. Los valores y herencia de hispanidad nos unen, desde Estados Unidos hasta la Patagonia, y con España.

Nuestro movimiento es internacional, pero jamás globalista. Nos une nuestro ideario, la defensa de siete puntos básicos de los que hablo de manera amplia en mi libro: la fe, la vida, la familia, la propiedad privada, la patria, las libertades y los derechos universales.

Así, nuestra nueva derecha va reconfigurando el rostro de América: tenemos que ganar elecciones, en Colombia, en Brasil y en Estados Unidos. Pero aún más importante es nuestro plan a mediano y largo plazo: organizar un movimiento internacional basado en la defensa de nuestros valores más sagrados. Esa es nuestra misión para el desarrollo de la gente, y es nuestra consagración a Dios.

Raúl Tortolero
@raultortolero1
Mexico - USA

VICENTE BRITO: ¿LA INSEGURIDAD JURÍDICA COMO AFECTA LA ACTIVIDAD PRIVADA?. DESDE VENEZUELA

La inseguridad jurídica se ha convertido en la mayor limitante para el ejercicio de la actividad económica privada en el país, a pesar de los anuncios oficiales que la reactivación de la producción nacional necesita la participación de los actores privados, se sigue produciendo invasiones y ocupaciones de terrenos y fincas productivas, lo cual hace imposible estimular la necesaria reactivación económica para mejorar la producción nacional.

Al no contar con la seguridad jurídica necesaria, observamos como los interesados en invertir en la agricultura, ganadería o en la industria están limitados en lograr el necesario apoyo de las instituciones oficiales para llevar adelante sus proyectos encontrándose con una serie de trámites burocráticos, así como la dificultad para obtener los financiamientos necesarios.

Se observa ambivalencia en la vocería oficial al encontrarnos con quienes promueven la revisión del proceso estatizador, que contempla la devolución de las empresas y tierras expropiadas por el estado sin ningún pago, a sus legítimos dueños y los que se oponen a ceder e insisten en sostener al estado empresario.

Las consecuencias de esta política expropiatoria está a la vista, con la drástica reducción de las cantidades producidas en estas tierras y empresas de cuando eran privadas a la mínima producción que obtienen actualmente, unido a los elevados montos en dólares y bolívares otorgados para sus programas de inversión así como para cubrir sus elevadas pérdidas, lo cual se calculan en más de 70 mil millones de dólares desde que pasaron de privadas a públicas.

Se estima el daño patrimonial causado a sus legítimos dueños en más de 150 mil millones de dólares. Las importaciones realizadas para cubrir la caída de la producción nacional causadas por la reducción de la capacidad productiva de las fincas, haciendas, hatos y empresas expropiadas se estima en más de 45.000 millones de dólares en los últimos 12 años. Su efecto en el empleo está a la vista, analistas estiman en más de dos millones la pérdida de puestos de trabajo, cómo resultado de esta reducción de la producción en manos públicas y sus efectos en las empresas privadas, que dependen del suministro de materias primas producidas por estas empresas y tierras en manos del estado.

Todo lo cual nos indica que lo logrado fue afectar la seguridad jurídica a niveles nunca antes visto en el país, causada por la aplicación de la política de expropiación sin compensación, donde se sustituyó a los privados por lo público, desconociendo sus derechos de propiedad. Lo triste es que los resultados obtenidos son opuestos al interés nacional, al observarse las elevadas pérdidas de recursos públicos y las causadas a los propietarios privados, así cómo la caída de la producción nacional a niveles de un 20 % del consumo nacional, cuando estaban en manos privadas se producían hasta un 100 % de los alimentos que consumimos y las empresas cubrían la demanda nacional, también muchas de ellas exportaban. 

Vicente Brito
vicent.brito@gmail.com
@vicentejbrito
Presidente
Red por la defensa al Trabajo, la Propiedad y la Constitución Vicente Brito
Caracas-Venezuela